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Columna
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La vivienda

Decía el Consejo Económico y Social que la dificultad de emancipación de los jóvenes a causa del precio de la vivienda es escandalosa. Un escándalo fácilmente reconocible porque los buscadores de piso son aquellos que andan siempre a vueltas con un periódico o una guía inmobiliaria marcando convulsivamente los teléfonos que han subrayado. Se les distingue también por su constante desazón ante los nulos resultados de sus gestiones o los angustiosos descuadres en las innumerables cuentas que realizan. La búsqueda de un lugar donde vivir llega a convertirse en obsesiva al participar en una competición en la que sus posibilidades económicas crecen en progresión aritmética mientras que los precios lo hacen en progresión geométrica. Es como una carrera en la que la meta corre más deprisa que el atleta.

El Observatorio Joven de la Vivienda dice que los pisos cuestan el doble de lo que pueden pagar los jóvenes españoles. Son muchos los que han tirado la toalla, entregándose abiertamente a los alquileres que les condenan a alejarse durante años del sueño dorado de la vivienda en propiedad. Esta situación, que afecta a todo el territorio nacional, adquiere en Madrid tintes casi dramáticos. Según los últimos estudios, las familias madrileñas son las que destinan un porcentaje mayor de sus ingresos a pagar los préstamos que solicitaron para la compra de una vivienda. Casi el setenta por ciento de lo que ganamos con el sudor de nuestras frentes lo gastamos en la compra del piso. Una auténtica burrada que contrasta con los datos de otras regiones, como Extremadura o Galicia, donde sus ciudadanos invierten en ello la tercera parte de su renta, o incluso menos. Es decir, que un madrileño ha de realizar el doble de esfuerzo que un extremeño si quiere tener casa propia.

Lo peor es que, aunque todo el mundo habla del problema, nadie tiene al día de hoy ninguna receta milagrosa. El Ayuntamiento de Madrid planificó hace unos años la construcción de nuevos barrios argumentando que la puesta en el mercado de bolsas masivas de suelo urbanizable haría caer los precios a niveles más asequibles. Es cierto que son muchos los que han conseguido hacerse con una casa, pero la especulación se cebó con esos desarrollos hasta tal punto que ahora un piso sencillito puede costar por encima de los cincuenta o sesenta millones de las extintas pesetas. Los que buscan casa llevan tiempo escuchando que la vivienda no puede seguir subiendo indefinidamente, que esto es una burbuja y que pronto pinchará.

Hace ahora un año los expertos pronosticaron un descenso inminente de los precios. Durante 2002, los pisos subieron en Madrid casi un 20%, poniendo en evidencia todas las previsiones. Así que, para 2003, ya pocos se atreven a vaticinar caídas, y desde el Ministerio de Fomento hasta los bancos y cajas de ahorro, pasando por las sociedades de tasación, coinciden en que la tendencia seguirá siendo alcista, situándola entre un 5% y un 10%. Siempre, en cualquier caso, muy por encima de la inflación prevista en este ejercicio, lo que para una buena parte de los demandantes de piso significa que la meta continúa corriendo más deprisa que ellos. Su situación contrasta con la de quienes, por haber realizado el esfuerzo a tiempo, estar sobrado de recursos o haber aprovechado una buena oportunidad, se ven en posesión de una propiedad cuyo valor crece y crece por sí sola hasta hacerles sentirse dueños de una auténtica fortuna. Hay casos realmente espectaculares entre quienes rehabilitaron viviendas en barrios tradicionales o los que acertaron comprando sobre planos y con garantías en los nuevos barrios. Pisos que en dos o tres años ganaron lo que ellos tardarían en ahorrar un cuarto de siglo.

Esa realidad evidente estimula hasta el paroxismo a comprar lo que sea a quienes todavía no han logrado pertenecer al club de los propietarios. Los políticos prometen medidas, pero con los tipos de interés por los suelos y la gran demanda que hay todavía embalsada no es fácil influir de manera sensible en el mercado de la vivienda.

Así que entre la precariedad laboral y el precio de las casas, el abandono del hogar familiar lleva camino de prolongarse hasta los cuarenta. O sea, como dice el CES, un escándalo.

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