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LA COLUMNA
Columna
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El lastre

Josep Ramoneda

AHORA YA SABEMOS que el viaje al centro de Aznar conducía al regazo de Bush. Las crisis políticas graves acostumbran a tener efectos clarificadores. Aznar, que fue la bendición divina que con tesón y sin escrúpulos por los efectos colaterales devolvió a la derecha española al poder, es ahora un lastre para los suyos. Parecía que era del interés del PP apartar de la vista de los españoles el cáliz de la guerra y las fotos con Bush. Pues no. Aznar, que sigue ávido de protagonismo, se pone ahora a disposición de Bush para algunos servicios en Siria. No hay guerra a la vista, sólo amenazas. Pero Bush quiere compaginar regalos fiscales y mantenimiento de la tensión internacional para que las dificultades económicas no le quiten en las próximas elecciones, como a su padre, los galones ganados en la guerra. Y Aznar sigue a su vera.

Quizá los intereses del PP y los intereses de Aznar han dejado de ser coincidentes. El PP necesita olvidar la guerra y confiar en que la economía entre en vías de mejora para recuperar la reputación de eficacia que le dio la mayoría absoluta. Aznar, sin embargo, quiere aprovechar el año que le queda para continuar con su rutilante estrellato en torno al planeta Bush, aun a costa de ir engordando su mala imagen con filetes de vanidad, de arrogancia y de distancia. En el estado actual de la opinión pública española, estos dos objetivos son perfectamente incompatibles. El destino del PP puede quedar marcado por Aznar así en la gloria -año 2000- como en el desastre.

Después de unos años de esmerado cultivo de la indiferencia, estamos tan poco entrenados en la discrepancia de fondo y en la confrontación política que cuando la ciudadanía irrumpe en la escena, algunos creen que se hunde el mundo. Sin embargo, que emerja de nuevo la vitalidad de la sociedad debería ser valorado como una muestra de que la democracia española aún tiene aliento. La población se resiste al discurso que pretende que el único deber político de los ciudadanos es ir a votar cada cuatro años, porque su obligación es dedicar el resto del tiempo a competir a muerte en un universo en el que sólo cuenta el éxito individual. Es decir, la ley del más fuerte en la vida cotidiana como en las relaciones internacionales.

La buena noticia de una sociedad que se niega a claudicar es vivida como una amenaza. Los deplorables incidentes -mínimos en proporción a la cantidad de acciones y de gente movilizada, pero ejemplo de la pervivencia de hábitos totalitarios- son magnificados para convertirlos en señal de alguna terrible amenaza subversiva. Realmente, el PP, que tiene mayoría absoluta, no se está dejando a sí mismo en muy buen lugar cuando dice que la unidad de España está amenazada, y la democracia, también. Afortunadamente, ni una ni otra cosa son ciertas. Pero, si lo fueran, la responsabilidad del PP sería grande. Por algo es el que tiene más poder. Lo que ocurre, simplemente, es que a la gente no le gusta cómo se hacen las cosas. Y los ciudadanos llevan casi un año haciéndolo notar. Quien avisa no es traidor.

En este tiempo, Aznar se ha quitado el disfraz centrista y ha mostrado su textura: autoritaria en las formas, conservadora en la política. Los conservadores (sean de derechas o de izquierdas) nos explican que las cosas son como son, y si son así es por alguna razón, con lo cual se adhieren incondicionalmente a la razón del más poderoso. Fuera de Bush no hay salvación. Desde esta posición no es fácil percibir que lo que ocurre en la calle no es despecho de perdedores, sino indignación ciudadana. Si el PP -o cualquier otro partido- insiste en no enterarse, los electores se lo explicarán en las próximas elecciones.

El PP debe resolver este difícil dilema: seguir atando su destino a Aznar, dejando que éste decida sucesor cuando quiera y organice el futuro a su antojo. O liberar al intelectual orgánico del PP del laberinto en que Aznar le tiene atrapado. Si opta por lo primero, tendrán que cambiar mucho las circunstancias para que la derecha pueda romper el ciclo negativo en que está metida. Si opta por lo segundo, tendrá que trabajar a fondo, porque la falta de coraje de sus tenores les ha impedido demostrar a la mayoría de españoles contrarios a la guerra que en el PP había otras posiciones y sensibilidades aparte de la de Aznar. El miedo en político siempre penaliza. Y los candidatos a la sucesión salen a la carrera con este handicap.

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