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LA TRANSICIÓN EN IRAK | Captura en Bagdad
Columna
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'Diktat' en Palestina

En marzo de 1991, Bush, el padre, concluía victoriosamente la I guerra del Golfo con la liberación del emirato de Kuwait; la OLP estaba a la cuarta pregunta, arruinada, sin ni siquiera aliados en el mundo árabe, y en octubre de ese año comenzaba el llamado proceso negociador palestino-israelí, con la celebración de la conferencia de Madrid.

En abril de 2003, Bush, el hijo, ha concluido victoriosamente la II guerra del Golfo; la Autoridad Palestina se ha quedado sin territorios que gobernar -reocupados por el Ejército israelí-, al tiempo que Estados Unidos e Israel exigen a su presidente, Yasir Arafat, que abandone el poder como condición para volver a negociar; y es público que Washington va a iniciar un nuevo proceso político, basándose en un documento consensuado con la UE, la ONU y Rusia, llamado Hoja de Ruta, que debería permitir la proclamación de un Estado palestino en 2005. Pero los paralelismos engañan. Las cosas, como ya dijo Marx, se repiten lo justo para mostrar lo diferentes que son. Lo que media de padre a hijo y de una guerra a otra.

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En 1991, el presidente norteamericano George Bush ganó una guerra en Irak; pero la derrota de Sadam Husein, aunque inapelable, era limitada. Perdía el emirato, que había invadido en agosto de 1990; sufría enormes pérdidas, tanto en lo militar como en lo civil, pero su poder interior seguía intacto. Y, al no llevar Washington la victoria hasta sus últimas consecuencias, se instalaba una cierta indefinición geopolítica en la zona, por supuesto siempre favorable a EE UU, pero que no permitía todavía hablar de un nuevo orden unipolar en Oriente Próximo.

En 2003, el presidente norteamericano George W. Bush ha ganado la guerra no ya en Irak, sino a Irak; a la idea de Estado de Sadam Husein, cuya derrota es total. Ésa sí que es la victoria de un nuevo orden en Oriente Próximo.

En esta situación, el debate sobre si los iraquíes van a poder gobernarse a sí mismos o a estar bajo el protectorado de Washington es como hablar del sexo de los ángeles. Estados Unidos no va a aceptar ningún poder en Bagdad que no esté plenamente alineado con sus intereses regionales; si ello resulta posible con el otorgamiento de un quantum x de democracia o no, es totalmente secundario.

Y ese giro pronorteamericano de un actor de la talla de Irak toma ya sin ambages la forma de una severísima advertencia a Siria, a la vez que ultimátum tácito al pueblo palestino. El presidente Aznar manotea mediaciones, que nadie le ha pedido, con Damasco, mientras al secretario del Foreign Office, Jack Straw, se le escapa la declaración de que "Siria no es el siguiente Estado en la lista". Luego, lista sí la hay. Y añade: "Damasco ha de tomar nota del nuevo ordenamiento político en la zona".

Eso significa que si el régimen de Bachar el Asad quiere vivir en paz, incluso manteniendo un apoyo moral a los palestinos, no ha de osar oponerse a nada que proponga el tándem Israel-Estados Unidos. Esa propuesta, cuando se formule, será mejor de lo que hoy querría el primer ministro israelí, Ariel Sharon -devolver la mitad de Cisjordania hecha cantones, nada de Jerusalén-Este, y un Estado títere-, pero no seguramente que la del laborista Ehud Barak en Camp David, julio de 2000 -el 85% de Cisjordania, aunque siempre en retales, y algo de la Ciudad Santa-. Pero, sea como fuere, es la que tendrá que aceptar la dirección palestina o sufrir in crescendo la guerra del asesinato selectivo que le libra el Estado de Israel.

La primera exigencia a Abu Mazen, si es que finalmente se convierte en primer ministro y en la práctica en sucesor de Arafat, será la de que destruya a los agentes del terror, Hamás y Yihad Islámica; la probable segunda, que se olvide del derecho al regreso de los refugiados de varias guerras árabe-israelíes, y, como tercera pero nunca última, que se resigne a una presencia simbólica y no soberana en la Jerusalén que, hasta la guerra de 1967, fue árabe.

De ese diktat sólo les puede librar a los palestinos, paradójicamente, el propio Sharon. Con su bíblico convencimiento de que casi toda concesión es traición, puede llegar a exigir tanto que ni a Bush, el hijo, quepa aceptarlo. Una negociación atascada, en la que el mundo percibiera nítidamente quién es el intransigente, permitiría a la Autoridad Palestina ganar tiempo. A ver si este Bush no repite mandato.

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