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Tribuna:TRIBUNA SANITARIA
Tribuna
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El miedo a lo desconocido y la neumonía asiática

La velocidad de propagación del síndrome agudo respiratorio grave (SARS, en sus siglas en inglés), también denominado neumonía atípica asiática, que puede afectar a personas jóvenes y sanas, y que en algunos casos, afortunadamente pocos, acaba con la vida de los enfermos, ha suscitado una notable preocupación. Entre los motivos de alerta destaca el carácter de nueva enfermedad, con la incertidumbre que implica. Es una infección posiblemente causada por un virus que tal vez tuviera su reservorio original en otras especies animales y que pudo haber franqueado la barrera que, debido a las características particulares de cada especie biológica, impide la propagación de una a otra. Una barrera que no existe con carácter universal puesto que de otro modo no se producirían las enfermedades que se transmiten de otros animales a los humanos y viceversa, denominadas antropozoonosis.

El eco en los medios tiene la contrapartida de promover reacciones desproporcionadas, unas inútiles y otras nocivas
La proporción de muertes o tasa de letalidad es del orden del 4%, parecida a la de otras pulmonías atípicas

Precisamente la difusión desde el que parece ser su foco inicial, en la región cantonesa de Guangdong, durante el pasado otoño a lugares tan distantes como Canadá, Estados Unidos y países europeos, entre los que se incluye España, ha motivado una decidida intervención de la OMS con el concurso de otras instituciones dedicadas a la investigación epidemiológica y al control de las enfermedades transmisibles.

Las manifestaciones clínicas de la enfermedad se corresponden con las de las pulmonías atípicas, que se llaman así por la discordancia entre la intensa afectación pulmonar que muestran las exploraciones radiográficas y las poco llamativas manifestaciones clínicas en la exploración física de los enfermos. Hay que recordar que neumonía y pulmonía son sinónimos.

Entre las causas conocidas de las neumonías atípicas se encuentran microorganismos como Legionella pneumophila y Micoplasma pneumoniae. Muchos virus conocidos como adenovirus, el virus sincitial respiratorio y los de la parainfluenza causan neumonías, aunque habitualmente producen otros cuadros respiratorios. También los del sarampión, la varicela y la gripe e incluso algunas cepas de coronavirus, agentes habituales del resfriado común, las pueden producir.

El estudio de 50 pacientes de Hong Kong publicado en The Lancet aporta pruebas convincentes del papel etiológico de una nueva cepa de coronavirus, distinta de las hasta ahora conocidas, que se ha aislado en dos de los enfermos y que ha provocado una respuesta inmunitaria en la mayoría de los afectados. Una cuarta parte de estos enfermos presentaron síntomas respiratorios de vías altas y cinco alteraciones gastrointestinales. Sin embargo, las complicaciones, entre las que destaca la insuficiencia respiratoria, afectaron a un tercio de ellos. Más del 80% se ha recuperado con el tratamiento (un antiviral, la ribavirina y antiinflamatorios) y sólo se ha registrado un fallecimiento.

En total se han notificado hasta la fecha más de 3.000 casos, con más de un centenar de defunciones. La proporción de muertes, conocida como tasa de letalidad, es pues del orden del 4%. A pesar de las imprecisiones de esta apreciación, derivadas de la limitación diagnóstica, su virulencia es parecida a la de otras pulmonías atípicas, si bien la proporción de complicaciones puede ser mayor.

Entre las iniciativas de la OMS destaca el establecimiento de los criterios para considerar, todavía de forma provisional, cuáles son los casos que corresponden al SARS. Por una parte, las características clínicas; por otra, la falta de demostración de un agente causal conocido, y finalmente, el antecedente epidemiológico de posible contacto directo o indirecto con las fuentes de infección.

La provisionalidad de los criterios de detección de casos cuando aparece una nueva enfermedad es inevitable. Si se confirma definitivamente la etiología vírica, se podrá disponer de elementos diagnósticos más precisos, con lo que algunos casos actualmente sospechosos probablemente serán descartados. La investigación de la historia natural y del espectro de la enfermedad, junto con el esclarecimiento de características epidemiológicas, como el periodo de transmisibilidad y la susceptibilidad a la infección, permitirán ajustar las medidas preventivas.

En consecuencia, la OMS ha establecido un procedimiento de notificación de los casos sospechosos, de acuerdo con los mencionados criterios, mediante el cual se pretende recoger la máxima información para evaluar la evolución de la epidemia y, a la vez, profundizar en la investigación de sus características epidemiológicas y clínicas. Y por último, pero desde luego no menos importante, la OMS ha recomendado una serie de actividades preventivas que, como en el caso del diagnóstico, adolecen de la provisionalidad que comportan las incertidumbres actuales: el aislamiento de los afectados, la cuarentena de los posibles contactos y la restricción de los viajes a las zonas afectadas.

El aislamiento de los afectados se justifica para evitar posibles contagios secundarios. Independientemente de la naturaleza del agente causal, la enfermedad se produce de acuerdo con el patrón de las infecciones respiratorias, las cuales se acostumbran a difundir a partir de las secreciones de los enfermos. El establecimiento de una cuarentena, que consiste en aislar a las personas que han tenido contacto con las fuentes de infección, entre las que figuran como mínimo los enfermos, se basa en que podrían estar incubando la enfermedad y estar en riesgo de convertirse ellas mismas en fuentes de infección. Con la información actual, se puede establecer razonablemente el periodo de incubación, pero todavía no el de transmisibilidad y las vías de contagio, aunque resulta razonable suponer que sean similares a las de otras pulmonías atípicas.

Al tratarse de un episodio agudo, la aplicación práctica de los procedimientos de aislamiento y de cuarentena comporta menos inconvenientes que si se tratara de una infección persistente, por ejemplo la del VIH. Con todo, los efectos negativos que provoca no son despreciables, tanto para las personas cuya movilidad se limita como para los sistemas sanitarios, que deben desplegar unos dispositivos especiales y destinar unos recursos adicionales. Naturalmente, para justificar la adopción de estas medidas, los beneficios potenciales deberían superar a los perjuicios y, debido a la incertidumbre, la decisión es hasta cierto punto arbitraria. Lo que no significa que sea ilógica ni inadecuada.

Tampoco es ilógica la recomendación de no viajar a las zonas afectadas si no es estrictamente necesario, puesto que se supone que la probabilidad de contacto con las fuentes de infección es mayor en aquellos sitios en los que se sabe que hay enfermos y, por lo tanto, es posible contagiarse. La coletilla de la restricción tiene su miga porque viene a reconocer que la necesidad justificaría la exposición al riesgo. Es decir, la magnitud del riesgo sería asumible frente a beneficios suficientemente grandes.

Si todas y cada una de las recomendaciones consideradas individualmente tienen su lógica y su justificación, su adopción sistemática y el eco en los medios de comunicación tienen la contrapartida de destacar el SARS respecto de muchos otros problemas de salud, polarizar la opinión pública y promover reacciones desproporcionadas, unas inútiles y otras nocivas, una característica de la condición humana frente a lo desconocido. Se trata de un efecto indeseable que no resulta fácil evitar en nuestra sociedad, pero que no es peor que ocultar información o esconder la cabeza bajo el ala.

Andreu Segura es profesor de Salud Pública de la Universidad de Barcelona y coordinador del proyecto AUPA Barceloneta.

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