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Reportaje:GUERRA EN IRAK | El caos

"¿Para qué quería Sadam todo esto?"

Una multitud se lleva, sin enfrentamientos, hasta los aros de las cortinas de uno de los palacios del dictador

Francisco Peregil

Hace sólo un mes, Sadam Husein podía despertarse en una cama inmensa, mirar por cualquiera de los tres ventanales de su palacio, salir a una de las dos terrazas y mirar la imagen de su propia efigie, uno de los cuatro inmensos bustos que coronan el palacio, meterse en uno de sus muchos jacuzzis de dos metros cuadrados y poner para él solo el cine de dos pisos y más de cinco lámparas de araña que se encuentra debajo de la gran cúpula del que oficialmente se conocía como Palacio del Pueblo.

Nadie tuvo que enterarse ayer ni por la televisión, que aún no se sintoniza en muchos lugares, ni por las radios, ni por ningún periódico. La cosa corrió de boca en boca. De repente se supo que los estadounidenses habían dejado expedito el camino hacia el Palacio del Pueblo, el de las cuatro efigies. Y allá se fueron en sus coches familias enteras para apropiarse de inmensas arañas de cristal, de los sofás, cómodas, vasijas, camas, colchones, teteras, retretes y hasta de los interruptores de la luz.

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Ayer, en medio del polvo y los escombros dejados por las bombas, se veían bobinas de películas de cine rodando de forma libre y absurda en medio de salones vacíos. Todas las paredes del palacio se hallan recubiertas de mármol de la ciudad italiana de Carrara, considerado como uno de los mejores del mundo. En algunos de los mármoles rotos esparcidos por las escaleras, también de mármol, podían verse restos de sangre. Los ascensores para subir hasta el sexto piso se encuentran chapados en oro.

La gente desvalijaba en grupos perfectamente organizados. Ponían sofás debajo de las inmensas arañas de cristal, golpeaban la cadena que las unía al techo con barras de hierro hasta hacerlas caer. A veces bajaban el cargamento por las escaleras, y otras veces, con cuerdas, a través de los balcones y las terrazas. "Me llevo este sillón para recordar a Sadam cuando me siente", comentaba con ironía un adolescente.

Los chavales miraban el artesonado del techo y se llevaban el dedo índice a la sien de la cabeza como si apretaran un tornillo. "Está loco, ha puesto sus iniciales en todos los circulitos esos dibujados ahí". Había miles de eses y haches grabadas por todo el palacio. Y en el enrejado de la ventana, inscripciones donde podía leerse: "El castillo de Sadam Husein".

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"¿Para qué quería todo esto?", se preguntaba otro bagdadí. "Mi casa no mide más de cincuenta metros cuadrados. ¿Para qué necesitaba tanto espacio?". La estructura del edificio era simétrica en muchas partes. La misma habitación pentagonal con el mismo jacuzzi al lado se podía encontrar en la esquina izquierda y derecha del palacio. "Es como si quisiera pasar la mitad de la noche en una habitación y la otra mitad en la otra. No le da tiempo a disfrutar de todo". En un comedor inmenso había una gran mesa de mármol de treinta metros de largo por diez de ancho, sobre la que ahora caminaban los desvalijadores.

"Sadam, no; Sadam, no", repetía sonriente todo el que desvalijaba. Los chavales se llevaban hasta los aros dorados del cortinaje, pero si uno se quedaba mirando los aros más de dos segundo no mostraban ningún reparo en regalarlo.

Cuando una periodista le compró una tetera a un muchacho por tres dólares, el guía le dijo: "Señora, por favor, no pague por estas cosas. Él se la iba a regalar a usted si usted se la pedía. Pero si empiezan ahora a pagar, y la gente empieza a ver los dólares tan fácilmente, este pueblo mío se volverá codicioso".

"Una vez me condenaron a 30 días de cárcel por mirar a los ojos a Uday, el hijo de Sadam. Estaba prohibido mirarle a la cara", comenta un ingeniero en los jardines del palacio.

No se veía un solo soldado estadounidense en un kilómetro a la redonda. Por los jardines, algún novio cortaba una rosa para regalársela a su novia diciéndole que la había cogido del palacio de Sadam.

Un ex preso caminaba ayer por un pasillo del cuartel general de los servicios secretos iraquíes en Bagdad, donde estuvo recluido.
Un ex preso caminaba ayer por un pasillo del cuartel general de los servicios secretos iraquíes en Bagdad, donde estuvo recluido.REUTERS

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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