El caos amenaza con una catástrofe sanitaria
Los numerosos cadáveres sin enterrar en Bagdad aumentan el riesgo de epidemias
El caos absoluto en los hospitales y la abundancia de cadáveres sin enterrar en las calles amenazan con provocar una catástrofe sanitaria en Bagdad. Todo el sistema de salud de una ciudad de cinco millones y medio de habitantes se ha venido abajo tras la conquista por las tropas de Estados Unidos. La falta de ley y de orden afectan especialmente a los enfermos y heridos. Entretanto, grupos de ciudadanos intentan suplir con su esfuerzo el colapso de los servicios públicos, mientras algunas bolsas de resistencia armada se enfrentan todavía a los marines.
En el camión frigorífico habilitado en el hospital infantil Sadam no cabían más cuerpos. Así que los vecinos han empezado a enterrarlos en el jardín del centro sanitario. Son decenas de túmulos. Separan, eso sí, musulmanes y cristianos. Y a estos últimos no les falta una cruz de palo. El hedor de los cadáveres llega al otro extremo del recinto, pero los voluntarios se empeñan en que la periodista se acerque hasta el foso para que vea que están enterrando a un civil. "No hay derecho a esto. Nos siguen disparando", se queja Tarek Yamal Abed, que desde que empezó la guerra conduce una ambulancia.
El Sadam ni siquiera tenía una morgue. No parecía necesario en una clínica pediátrica. Sin embargo, como todos los hospitales de Bagdad cuando empezaron los bombardeos, envió a sus pacientes a casa y se convirtió en un centro de emergencia. Nadie lleva la cuenta de los ingresos que se han producido en la última semana. La entrada de ambulancias es constante.
Abed muestra los agujeros de bala y los cristales rotos de varios de los vehículos sanitarios. "Llevábamos gente dentro cuando nos atacaron", asegura. Aun así, ha seguido saliendo allí donde les avisan de que hay combates. Y continúa habiéndolos, a pesar de que la presencia militar estadounidense se extiende ya a todo Bagdad. "Habremos recogido más de mil heridos", afirma ante el asentimiento de sus compañeros. Claro que no siempre llegan a tiempo. "Ayer encontramos 18 cadáveres en el barrio de la Universidad", relata.
"Eso no es nada comparado con los más de mil que hay en el aeropuerto", apunta un hombre que se ha acercado ante la presencia de la extranjera. Dice que un vecino los ha visto al ir por allí a robar. No da su nombre. Heizam, que ha estado detenido dos días en la terminal aérea, lo confirma. "Los vi cuando me dejaron libre el jueves, después de dos días", testimonia antes de contar una historia de terror: "Intentaba salir de la ciudad con mi familia cuando nos bombardeó un helicóptero a pesar de que llevábamos una bandera blanca. Murieron mi mujer y mis cuatro hijos y a mí me detuvieron". "Somos civiles", añade al borde de la desesperación.
Abbas Fadel, otro conductor voluntario de ambulancia, asegura que en Sabal al Borg, 20 kilómetros al norte de Bagdad, "hay cientos de cadáveres". "Se los han empezado a comer los perros", denuncia, "algunos llevan cinco días al aire libre". No es posible hablar con ninguno de los médicos. "Pasan de una operación a otra sin descanso", les disculpan en el hospital. Sin embargo, no hace falta ser médico para deducir el riesgo de epidemias que lleva consigo esta situación. Las temperaturas superan los 30º C en las horas centrales del día. Por eso los vecinos optaron hace tres días por empezar a enterrar los cuerpos que se iban acumulando hasta que sus familias puedan pasar a reclamarlos. "Ayer sólo, dimos sepultura a más de cuarenta, mujeres y niños entre ellos", cuenta Amer Abu Taleb, uno de los voluntarios. Insisten en que se trata de civiles, aunque da la impresión de que hay de todo. Los cuerpos que llegan durante la visita de esta enviada presentan un estado lamentable. A uno le falta la cabeza. Otro está irreconocible. Todos hinchados y al borde de la putrefacción. "Aquí enterramos a una familia entera", dice Abed antes de que unos gritos le interrumpan. Han detectado ladrones en la parte de atrás del hospital y dos de sus improvisados guardianes corren con las armas en alto.
En Bagdad no hay policía, ni Ejército. El iraquí de a pie ha empezado a actuar por su cuenta para evitar el colapso de la ciudad. "Es lo menos que podemos hacer como musulmanes; en realidad, como seres humanos", apunta Tarek Yamal Abed, que trabajaba como vendedor hace sólo un mes. Como él, muchos otros vecinos han dado muestras de sentido cívico y han acudido a echar una mano. Son el contrapunto a los desalmados que saquean la ciudad.
Barricadas en las calles
Algunos protegen con sus armas las entradas de los hospitales. No es una exageración. Hace dos días, en el Al Kindi, una banda arrojó de sus camas a heridos que acababan de salir del quirófano para robarlas. Los hay que han instalado barricadas en las calles secundarias de los barrios residenciales. Los estadounidenses no parecen de momento un elemento disuasorio, mientras siguen enfrentándose a bolsas de resistencia.
Al menos tres incidentes les pusieron en jaque ayer. Durante diez minutos, a media tarde, el sonido de las armas automáticas y la artillería ligera sembró la alarma en torno al hotel Palestina, en la margen oriental del Tigris. "Han empezado a disparar desde el otro lado del río, al parecer, desde el segundo piso de uno de los edificios de allí enfrente", explicó uno de los marines que presenció el tiroteo.
Pocas horas antes habían logrado silenciar a un grupo de unos 60 o 70 milicianos en la Universidad de Bagdad. Los resistentes, al parecer miembros de los fedayin de Sadam, llevan al menos desde el día anterior en la zona, según aseguraron varios testigos. Los soldados de EE UU tuvieron que recurrir a sus helicópteros artillados para reducirles. Un grupo similar, aunque algo menor, se enfrentó a los ocupantes durante la madrugada en la plaza de Al Likáa. Un portavoz militar estadounidense contempló por primera vez ayer la posibilidad de establecer el toque de queda en Bagdad para evitar estos incidentes. La medida dependerá, no obstante, de cada comandante.
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