Las mezquitas cierran en pleno día de oración por temor a la violencia
La población de Bagdad pide una policía internacional ante la pasividad de los 'marines'
Los almuédanos de Bagdad no llamaron ayer a la oración. Quizás por primera vez en sus 13 siglos de historia, sus mezquitas permanecieron cerradas un viernes, día sagrado de los musulmanes. Era una señal de duelo y de desconcierto. Desde la entrada de las tropas estadounidenses, Bagdad es una ciudad sin ley, con saqueos y pillajes. Los soldados ocupantes han destruido la mezquita suní de Abu Hanifa y un relevante clérigo shií, el ayatolá Al Joie, ha sido asesinado en Nayaf. "Necesitamos una policía internacional", imploran los vecinos.
En la Kadhumiya, el gran santuario shií que da nombre a todo un barrio, había desaparecido el ambiente festivo de otros viernes. Ni había familias de merienda ni estaba la mujer que alquilaba chadores a las olvidadizas a la puerta del recinto. Sin embargo, era una de las escasas mezquitas que habían abierto sus puertas. "Si la Kadhumiya está cerrada, es el fin del mundo", me había advertido Abbas, sabedor de que los shiíes acuden a orar incluso en las condiciones más difíciles. El acceso se limitaba al patio, donde un centenar de hombres rezaba en silencio. Nadie dirigía la plegaria del mediodía. La capilla del imam Kadhem estaba cerrada.
"Son instrucciones de Nayaf", explicó apresuradamente un clérigo que se identificó como uno de los imames de la mezquita. No era el mismo que unas semanas antes recibió a esta enviada bajo la atenta vigilancia de los servicios de seguridad de Sadam Husein. El cierre del santuario del imam, una medida que ninguno de los presentes recordaba que se hubiera tomado antes, parecía un signo de luto por el asesinato del ayatolá Al Joie, uno de los clérigos más respetados de la comunidad shií. Nayef es el centro espiritual y académico del shiísmo.
La mezquita de Gaylani, una de las más populares del centro de Bagdad, está cerrada a cal y canto. "¿Cómo va a haber plegaria?", responde un vecino mientras señala hacia la casa del imam. Como en el resto de los edificios públicos de la ciudad, decenas de personas arramblan con los enseres de la vivienda. Ni rastro del jeque Baker Abdul Razzak Samarrai, que una semana antes recibió a esta enviada en sus oficinas. Entonces, los guardaespaldas, armados con Kaláshnikov, acompañaban al clérigo. Como todos los imames iraquíes, el jefe Baker estaba a sueldo del régimen de Sadam Husein, que los ha arrastrado a todos en su caída.
"¿Cómo vamos a ir a rezar cuando nos atacan en las mezquitas?", se queja Jalil Kalil frente a la mezquita, también cerrada, de Haider Hana, en la céntrica calle Rashid.
Kalil, un hombre mayor vestido con la tradicional túnica árabe, se refiere al bombardeo de Abu Hanifa, un suceso que ha conmocionado a la comunidad suní de Bagdad. "Desde que han llegado los americanos, no hay ley ni orden", denuncia, "hace sólo cinco minutos, una banda ha atracado a un viandante ahí mismo, en medio de la calle, y nadie ha podido hacer nada; iban armados".
"No podemos acudir a rezar porque no hay agua ni electricidad y los musulmanes necesitamos lavarnos antes de hacer nuestras oraciones", justifica Mohamed Hasan, un conductor en paro de 36 años que se une a la conversación. Hasan admite que eso ya era así antes de la entrada de las tropas estadounidenses, pero asegura que la situación "ha empeorado". "Hemos agotado nuestras reservas y confiábamos en que los americanos restablecieran los servicios públicos", explica.
"En lugar de eso, miran impasibles cómo las mafias saquean la ciudad", añade. "Necesitamos una policía internacional", pide Hasan ante los evidentes signos de aprobación del resto de los contertulios.
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