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GUERRA EN IRAK | La opinión sobre el conflicto
Columna
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Daños colaterales

Antonio Elorza

Fue el genial don Ramón María del Valle-Inclán quien advirtió de que los espejos cóncavos del callejón del Gato ofrecían la única posibilidad de hacer comprensible la historia de la España contemporánea. Únicamente por medio de la deformación era posible aproximarse al cúmulo de comportamientos absurdos de los protagonistas de la escena política y de este modo el esperpento constituía la clave para entender la realidad española.

Lo sucedido en los dos últimos meses confirma dicha apreciación. Un líder político, nuestro presidente del Gobierno, echa por la borda un considerable capital de credibilidad para impulsar una coalición internacional en la que luego no va a estar en condiciones de participar (y menos mal), de modo que su gesto, sumado a otros anteriores, sirve sólo para arruinar un trabajo de décadas en cuanto al establecimiento de buenas relaciones con el resto de Europa, con el mundo árabe y con Latinoamérica, todo ello basado sobre una imagen de autonomía y de prudencia obligada por la precariedad de los propios recursos militares. Convertido en lo que las viejas televisiones calificaban de "reina por un día", Aznar alcanzó su momento de gloria en la reunión a tres de las Azores, premio de su anterior actuación como alfil que destroza un posible enroque frente a la contienda de la Unión Europea, sólo para descubrir a continuación que su falta de aportación militar le alejaba de inmediato de toda intervención política en el campo "aliado" y que en cambio su importante contribución al desencadenamiento de la guerra le convertía en blanco justificado en todas las críticas en una España contraria a la intervención. Aznar había apostado erróneamente por una aceptación final de la guerra por parte de Francia y de Alemania, que haría de él adelantado del "vínculo atlántico", y por la pasividad que pareció mostrar la opinión pública española hasta que sonó el despertador de los premios Goya. Luego, acosado por una opinión adversa, Aznar pensó que lo mejor era huir hacia adelante, en espera de una guerra breve que le diera la razón, y también aquí fracasó. Le cabe sólo aceptar el vuelco previsible en las urnas, con gravísimas consecuencias para la defensa del orden constitucional en Euskadi, más allá del retroceso del PP, y también para Cataluña. Es el fruto de equivocaciones en cadena, que no encuentran precisamente en el estilo oratorio de Aznar, cargado de prepotencia, la mejor de las soluciones.

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Entra en juego a partir de ese momento un efecto dominó, tanto en la política exterior como en la interna, si bien a la hora de sacar consecuencias ambas se encuentran estrechamente relacionadas. La crisis inducida en la Unión Europea, con la consiguiente dosis de enemistad hacia Aznar del eje París-Bonn, será un obstáculo para que desde Europa surja una declaración inequívoca capaz de frenar la marcha del Gobierno vasco hacia la autodeterminación. No hablemos de los efectos que podrían derivarse de todo eventual intento de dar continuidad a ese papel de transmisor de las intenciones y de los intereses norteamericanos hacia el interior de la Unión. Fuera del rancho tejano, el nombre de Aznar (y por su culpa el de España) va a ser asociado con desconfianza, tanto en Latinoamérica como en el mundo árabe. Tiene escasa gracia que los Hermanos Musulmanes egipcios proclamen un eje del mal Estados Unidos-Inglaterra-España, sobre todo por lo que tiene de designación de nuestro país como blanco privilegiado de posibles ataques del terrorismo islámico.

El círculo se cierra en la política interior, y tal vez lo menos importante sea el desgaste del PP. Ellos se lo han ganado y la enseñanza será útil de cara de una recuperación que solamente puede tener como base el regreso a la política de centro-derecha practicada con tanto éxito en su primera legislatura de Gobierno. La opinión no les ha seguido en su giro hacia el autoritarismo, que hasta cierto punto, en el curso de la crisis, afectó al PSOE, cuya oposición ponderada ha sido vista como signo de debilidad. Zapatero podrá vencer, pero por hundimiento de sus adversarios. En cambio sale del parque jurásico la IU de Llamazares, convertido en vocero radical del malestar y en inquilino de todas las pancartas. La penosa actuación de su hijuela vasca al servicio de Ibarretxe quedará olvidada. Y last but not least, las banderas republicanas en las manifestaciones recuerdan que el barro de la política gubernamental ha alcanzado injustificadamente a la Corona. Es difícil pagar más precio político por menores resultados.

Una mujer iraquí, con su hijo, en las afueras de Bagdad.
Una mujer iraquí, con su hijo, en las afueras de Bagdad.REUTERS
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