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Columna
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Chumy

Hace muchos años, unos cuarenta, Chumy puso su mano en mi cabeza y dijo a todos mis compañeros del estudio de TVE en el paseo de La Habana:

-Este joven canoso ha sido ungido por mí. Será un extraordinario tenor lírico.

Era su respuesta a mis dibujos de principiante que le había enseñado momentos antes. Y luego me dijo

-Trabaja fuerte y sé original. Bueno, lo de trabajar fuerte... Pero sé original.

Tan socarrón y tan sensible, nunca jamás le conocí, le conocimos, una cara seria: el relato de sus andanzas vitales era una constante demostración de su calidad de humorista: siempre sabía colocarse en "el lugar de la derrota". Y luego, en los momentos más solemnes, palacio mediante por ejemplo, era capaz de abrir una puerta gigantesca del salón y, volviéndose a los espectantes reunidos, decir:

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-El del tinte, Señor; que le trae el manto.

Chumy era el mejor pintor de todos los dibujantes de humor de los últimos sesenta años. Hermano de Solana, hijo de Zuloaga, nieto de Goya, discípulo de Picasso, compañero de cole de Mingote y maestro de todos nosotros, Chumy revolucionó el pensamiento de los jóvenes españoles de 1960 al abrir en el triste monolito gris del franquismo una esquina intelectual por donde, gracias al personal estilo de su humor, irrumpió un río de Libertad que en poco tiempo empezó a cercar a la dictadura con las únicas armas del ridículo y de la inteligencia. Los dibujos de Chumy eran genuinos espejos donde los franquistas, a poco letrados que fueran, se veían reflejados... Y esa senda fue la que seguimos más adelante muchos novatos del humor gráfico.

Es difícil escribir en homenaje a un maestro que además fue un genio de nuestra profesión... Si además te ayudó tanto y tan generosamente en tus inicios profesionales, sin dejar nunca de sonreír, su recuerdo siempre estará en nosotros.

Intentaré seguir siendo original, Chumy.

Adiós.

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