El ladrón de Bagdad
El mayor reproche que se le puede hacer hoy a Sadam es el de no haberse ido al exilio. Saber en qué momento había perdido. No puedo creer que creyese en una victoria, ni en un levantamiento de los musulmanes en guerra santa. Lo he dicho muchas veces de Fidel Castro: un pacto que asegurase que sus exiliados volverían sin venganza, sin encarcelar a los castristas, hubiera ayudado a su pueblo mejor que una resistencia hacia la muerte. Ahora se encuentra con una provocación interna que quería aprovechar el momento internacional para llamar la atención sobre Cuba y su profundo malestar, y reacciona con dureza. Su régimen político ya no tiene solución, y no responde a las premisas ideológicas y a los sistemas económicos con que llegó y con el que liberó a Cuba de unas tiranías propias y ajenas. No pudo sostenerlo ni la URSS, a la que el cerco, la guerra fría, convirtieron en un imperio ajeno al marxismo y de una brutalidad interior: no fracasó la ideología, sino que perdió la guerra desde el cerco de los cuerpos expedicionarios y la guerra civil.
Sadam no es una excepción en el mundo de los sátrapas que le rodea. Quiso, como en otro tiempo Nasser, llevar una revolución interna a un mundo de sultanes, insaciables derrochadores de petróleo y terminó siendo uno de ellos. Más digno naturalmente que cualquiera de ellos, como Castro es mucho más digno que sus antepasados asesinos a la americana, a lo Tirano Banderas. Esa dignidad y esa seriedad de propósitos es la que alzó contra él no sólo a EE UU, que arrancaba de la isla sus beneficios inhumanos, sino a las dictaduras del subcontinente, disfrazadas algunas de democracias: entonces y ahora. Es posible que quiera ligar su vida a la revolución, pero la revolución ya no existe. China sí tuvo ese reflejo de convertirse en democracia capitalista sin dejar de llamarse comunista.
Sadam debió ceder al ver que la guerra era de verdad. No tenía armas químicas ni nucleares, no engendraba terrorismo, pero toda esa inmensa falsedad de Bush, el verdadero ladrón de Bagdad, apoyado por otros cuarenta, iba a caer sobre su pueblo. Me pregunto qué gobernante piensa realmente en la desgracia de su pueblo a la hora de tomar decisiones.
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