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GUERRA EN IRAK | La zona del conflicto
Columna
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"No a la guerra" no es una política

Andrés Ortega

Es un clamor, una posición, que no puede ser igual antes -cuando la guerra era evitable-, que durante o después. Es política (politics); pero urge una política (policy), una línea de actuación, no sólo de oposición. Conviene prepararse no sólo para el medio o largo plazo, sino para estos momentos complejos y para los inmediatos tras la guerra, que pueden resultar definitorios para, al menos, ganar la paz. Este camino requiere estrategias y aliados; salir de España. Hasta ahora, la protesta ha sido global; pero la oposición política, excesivamente local. La coalición tiene, no una, sino varias políticas. Es un problema. Aunque el problema mayor, más allá de esta guerra, es si en Washington los nostálgicos de la guerra fría intentarán, en la estela del 11-S y de Irak, como sugiere la Administración de Bush al amenazar a Siria e Irán, meter al mundo en un estado de guerra permanente, con su consiguiente tensión y gasto militar. Impedirlo requiere desarrollar una política y, a la vez, una novación del vínculo transatlántico.

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En Bruselas, Powell ha tendido puentes hacia la UE, pero también para involucrar a la OTAN -¿con o sin Francia?, ¿con o sin Rusia?- en la posguerra en Irak, una manera de recuperar la Alianza y darle el alcance global que se pactó en la cumbre de Praga. El pulso puede volver de nuevo al Consejo de Seguridad para buscar, como tras la guerra de Kosovo, una resolución que legalice al menos la permanencia de las tropas de la potencia ocupante. No es fácil que Francia, tras su órdago, cambie sin más de posición. Pero, en Bruselas, Villepin prefirió no agitar las aguas en aras del pragmatismo, pese a que Powell no abrió plenamente la puerta a la vía onusiana, pues por ahora EE UU quiere que "la coalición" siga teniendo la sartén por el mango.

Más allá del "no a la guerra", hay que pensar desde España en articular una alternativa que lleve a recuperar el multilateralismo (con la ONU en su centro), y a remozar las relaciones dañadas de nuestro país con Francia, Alemania, el mundo árabe y América Latina; a plantear qué relaciones quiere y puede tener España con EE UU y con Bush, y a reactivar la construcción europea. Gracias a la existencia, y resistencia, de la UE los daños han sido limitados y se puede trabajar mirando al futuro. El exceso de poder de EE UU puede alentar un contrapeso: Europa puede serlo, no limitándose a su papel tradicional de reconstructor. Hasta Berlusconi se está apuntando a una reactivación de Europa encabezado por Francia y Alemania. La crisis no es mal momento para presentar propuestas. Es la nueva ocasión (la anterior se perdió tras Kosovo) de plantear una idea clara: si los europeos, al menos algunos europeos, quieren ganar autonomía respecto a EE UU, tendrán que costear una mayor capacidad militar. Capacidad implica gastar mejor; pero también más. Ni siquiera el PP osa plantearlo en serio. Puede haber una vía atractiva: un presupuesto separado para tareas comunes militares europeas, aunque sean de unos pocos.

Además, Europa debe definir su visión no sólo de la salida al conflicto entre israelíes y palestinos, sino de toda la región, que puede quedar en un estado aún más peligroso tras esta guerra. Pues estos rediseñadores de mapas a golpe de fuerza militar en Washington tienen su visión para la región. Bush está controlando la famosa hoja de ruta hacia una paz con dos Estados para 2005. Pero Sharon también supone que Bush, en su búsqueda del tradicionalmente prodemócrata voto judío en el 2004, no hará nada en contra del actual Gobierno israelí. No se trata de volver atrás, pues ese atrás ya no existe. Es necesario definir en qué mundo queremos vivir, explicarlo y diseñar estrategias y alianzas para lograrlo. Como dijo recientemente en Madrid el ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso, la política no es "el arte de lo posible", sino "el de hacer posible lo necesario". aortega@elpais.es

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