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Reportaje:

Un aire extraño en Nueva York

La capital de Occidente cumple su primera semana sin tabaco en los bares con una mezcla de nostalgia y resignación

Nueva York lleva una semana sin fumar. Una semana sin encender un cigarrillo en un bar. Una semana con un martini en una mano y en la otra... nada. Desde que entró en vigor la nueva ley antitabaco impuesta por el alcalde, Michael Bloomberg, los locales están algo más vacíos, los clientes algo más gruñones y los interiores increíblemente, sospechosamente, respirables. Y lo más extraño es que casi nadie ha protestado. La ciudad, agobiada por la guerra, la crisis y el miedo a nuevos atentados, ha aceptado con resignación una medida impensable hace sólo unos años.

"Oiga, ¿puedo fumar?", pedía el cliente en un bar el pasado jueves por la noche, casi con vergüenza. "Bueno, porque todavía no hay nadie, pero cuando llegue la gente tendrá que apagarlo", responde el camarero de mala gana. "¿Cenicero?", inquiere el fumador, cada vez más aturullado. "Espere que busque". Y con cierto desdén el camarero pone sobre la barra un triste objeto transparente, el último testigo de una época en la que Nueva York arropaba sus delirios nocturnos en nicotina.

"Lo que más me ha sorprendido es que la gente no se ha quejado mucho", dice David Rabin, copropietario de la discoteca Lotus y presidente de la Asociación de la Vida Nocturna de Nueva York. "Los clientes no la han tomado con nosotros. Están muy descontentos, pero saben que no tenemos la culpa".

La alcaldía ha dado un mes de gracia a los adictos, durante el cual no impondrá la ley a rajatabla. En mayo, los establecimientos que infrinjan la nueva norma podrán enfrentarse a multas de hasta 2.000 dólares (1.850 euros). Para crear nuevos conversos, el Departamento de Salud anunció el jueves que distribuiría parches de nicotina a los primeros 35.000 neoyorquinos que se comprometan a dejar el tabaco.

"No creo que cause grandes pérdidas en establecimientos grandes. Los bares pequeños llevarán la peor parte", dice Rabin. "Temo otras consecuencias: si la gente sale a fumar, los vecinos empezarán a quejarse del ruido, llamarán a la policía y nos multarán. Creo que nadie ha previsto esto. En mis peores pesadillas temo que nos obliguen a cerrar a las dos de la mañana como en California o en Massachusetts. Sería la muerte de Nueva York. Nos vamos pareciendo cada vez más al resto de Estados Unidos. Pronto seremos como Cleveland".

A partir de julio, una ley aún más severa prohibirá también fumar en las escasas excepciones que había dejado la ciudad: los bares pequeños y los cuartos especiales que los locales podían acondicionar para los más recalcitrantes. Pese a las protestas, el alcalde asegura que es sólo cuestión de tiempo. "Hace unos años se podía fumar en los cines, en el Yanquee Stadium y en el Madison Square Garden. Se prohibió porque nadie quería vivir con tanto humo. También hubo muchos artículos y al cabo de una semana todo volvió a la normalidad".

La nueva ley plantea inesperados problemas logísticos. Dentro no se puede fumar y fuera está prohibibo consumir alcohol. "Primero te tienes que tomar la copa y luego sales a la calle a por tu pitillo. O si vas con más gente pides que te guarden el sitio. Y menos mal que estamos a principios de primavera, no quiero imaginarme lo que hubiera sido cuando estuvimos a 15 bajo cero. Es completamente absurdo", dice Fonsi, una española afincada en la ciudad. También se extraña de la disciplina de los neoyorquinos. "Esto no hubiera pasado en España, con unas copas de más la gente hubiera empezado a fumar. Pero aquí no. La gente es muy formal".

No todos están en contra. Andrea Peyser, una de las columnistas más virulentas del tabloide conservador New York Post, clamaba victoria esta semana. "La horrible verdad es que los fumadores no se parecen nada a los yonquis, a los alcohólicos o a las prostitutas (...). Son mucho peores. Son los únicos degenerados de la sociedad que comparten su veneno con todo el que respira a su alrededor".

Neoyorquinos fumando en la calle, único lugar donde ahora pueden ejercer su hábito.
Neoyorquinos fumando en la calle, único lugar donde ahora pueden ejercer su hábito.JOAN SÁNCHEZ

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