El hambre de los ojos

La obra de Tomás Segovia es amplia y esencialmente poética, pero su presencia es patente tanto en el ensayo, el diario, la narración y el teatro como en su dilatada trayectoria como traductor. No sólo es un nómada de los géneros: su condición de exiliado, a pesar de no ser esa circunstancia el tema de su poesía, determina que además de una búsqueda por reanudar la vida, su escritura sea sabia y conciliadora con esa misma realidad. Es su movimiento instintivo y su tendencia natural, pues en la errancia apoya la palabra su raíz y su peso. Es su forma de buscar la verdad, su particular modo de exponerse. Uno de sus poemas mayores lleva así el título de Anagnórisis, que no sólo es el reconocimiento de lo ignorado, también una forma de arraigo y de fecundación poética. Frente al pasado acontecido y la espera en el tiempo suspendido, la poesía se hace irrupción disponible, señal y compensación, "siempre calladamente recobrada", que asume el olvido, lo nunca perdido.

La palabra es su arraigo y su espacio una escritura resistente, a contracorriente. La centralidad está en el margen: su centro es el poema, un yo que dice, y decir es exponerse y al tiempo descubrir que "la vida toda fue verdad". Su poesía se muestra como una suma que, libro tras libro, como bien ha visto Juan Malpartida, se concibe "como una composición con estructura de acoso", que sabe cuál es su curso. Así lo ve también Carlos Piera en la imprescindible introducción a esta antología: "Un conjunto que se despliega sin interrupción y resiste al intento, inevitable, de aislar aquí o allá un poema o unos versos". El propio poeta confirma el carácter unitario y musical de su obra en uno de sus ensayos: "Siempre he pensado que la poesía, contrariamente a una idea muy difundida, es un arte de grandes conjuntos, y que sus fragmentos aislados sólo revelan su pleno sentido por relación a una vasta organización de la Obra. Lo cual no quiere decir que no se pueda, a partir de un fragmento, de un poema, inferir más o menos intuitivamente el conjunto orgánico que supone". Esta antología de Aurelio Major toma esa inferencia intuitiva para, sobre esa red imposible de destejer, mostrar la "concentrada inmersión en la vida tal cual" que es la obra de Segovia.

El cuerpo central son dos libros sin duda capitales en la poesía en español: Anagnórisis y Cantata a solas, ejemplos innegables de conocimiento poético. Del resto de sus libros se ofrece, afinando la mirada, algunos importantes y extensos poemas como 'El poeta en su cumpleaños' o 'Migraciones', y junto a algunos más, la riqueza de sensaciones e intensidades eróticas que es la serie titulada 'Colección reservada de sonetos votivos', a la que sigue otra de imitaciones, parodias o improvisaciones procedentes de la edición privada de Bisutería, algo así como un intermedio juguetón y compartido -una antología apócrifa de autores como Góngora, Juan Ramón o Machado escrita en colaboración con Ramón Gaya-. Digamos que el lector puede seguir las señas que rigen su mundo poético pues, casi como en el título de uno de sus poemas, esta antología es un "andante giusto", aunque se echen de menos otros poemas tan decisivos como los recogidos. La inteligencia de estos poemas nace del espíritu cotidiano de su visión del mundo, de ahí su lucidez y el rigor de su oficio, del ritmo de su modernidad. 'El viejo poeta' es el hermoso poema que cierra el libro, y allí proclama qué es ser poeta: alguien que envuelto en su lenguaje envuelve el mundo, alguien que "Respira el nombre entero de la vida / Con el que el mundo cada día se hace suyo". Y sin nada detrás, iluminar nuestra mirada.