Paisajes después de la batalla
En un artículo de opinión publicado en las páginas de este periódico (Exégesis de una victoria heroica, EL PAÍS, 16-3-1991) tracé algunas conclusiones provisionales sobre los resultados y posibles secuelas de la guerra del Golfo encabezada por el padre del actual presidente norteamericano. Creo que será esclarecedor esbozar hoy un paralelo entre aquéllas y las que pueden deducirse de la guerra de Bush hijo 12 años más tarde. Pues, ahora que el guión de la invasión de Irak, planeada por él y sus consejeros a raíz del horrible atentado del 11-S, se cumple hasta sus últimas consecuencias; que Estados Unidos ha confirmado su condición de única superpotencia planetaria y su destino manifiesto de dirigir el mundo; que su complejo militar-industrial se ha asegurado el control de los hidrocarburos de Irak y de la península arábiga; que Aznar ha sacado a España de su rincón y la ha situado entre los grandes de la Tierra; que víctimas de la tiranía de Sadam han agitado banderitas estadounidenses ante las cámaras y que el primer mandatario norteamericano mantiene de momento su popularidad y devuelve a sus conciudadanos el patriotismo y orgullo heridos por su vulnerabilidad al terrorismo, quizá no sea ocioso analizar algunos puntos de lo que ocurre en estos días -sus semejanzas y divergencias con la anterior guerra- a sabiendas de que ningún esfuerzo de reflexión individual ni manifestación callejera alcanzarán a desdorar el consenso ético de los Gobiernos de Estados Unidos, Gran Bretaña y España en torno a la invasión de Irak y la heroica campaña angloamericana contra el déspota árabe. ¡Defender a la vez la paz, la democracia y la libertad, y la posibilidad de redibujar un nuevo mapa de Oriente Próximo conforme a los intereses estratégicos de Washington no es una oportunidad que se presente a diario!
¿Los iraquíes liberados con barbarie del despotismo de Sadam van a conocer la paz?
El destino del mundo árabe se decide una vez más a espaldas de los árabes
No necesito extenderme aquí en los planes y maniobras de Bush durante los nueve meses que precedieron a la fase militar del conflicto. Tampoco me pararé a examinar las transformaciones sucesivas del objetivo fijado: mostrar la conexión entre Sadam Husein y Al Qaeda; destruir los arsenales iraquíes de armas letales; derrocar el régimen tiránico de Bagdad; establecer un sistema democrático bajo el mando estadounidense, todo ello sin atender a los dictámenes de los inspectores ni la aceptación por Irak de las condiciones impuestas por la ONU ni al rechazo de la guerra por una mayoría del Consejo de Seguridad. Estas conjunciones y disyunciones entre 1991 y 2003 se hallan a la vista de todos y sería inútil insistir en ellas.
1. Los llamamientos de Bush padre para derrocar a Sadam Husein en las horas finales de la Tormenta del Desierto se dirigían, como sabemos, a la cúpula político-militar de Bagdad, no al desdichado pueblo iraquí, arrastrado sin su consentimiento a dos guerra mortíferas por la megalomanía y groseros errores de cálculo de su dictador: el futuro político de los shiíes del sureste y de los kurdos del norte no entraba entonces en la visión estratégica de la Casa Blanca tocante a la región, y, en consecuencia, fueron fríamente abandonados a su suerte. De golpe, el Hitler de quita y pon recuperó su anterior estatus: el de Saladino de baja estofa, capaz de conducir una y otra vez a su pueblo al matadero y de hacerle soportar durante 12 años las consecuencias crueles de un embargo que afianzó paradójicamente su poder a costa de los requerimientos de la población civil y la muerte por desnutrición y falta de recursos médicos de medio millón de niños.
Las fanfarronadas y profecías delirantes de Sadam en los últimos meses -como dijo Edward Said, "no hay peor enemigo de los árabes que su funesta retórica"- sirvieron en bandeja a Bush hijo la oportunidad de convertirlo, contra toda evidencia, en un doble o padrino de Bin Laden, con quien sólo tuvo en verdad un punto de contacto: el de ser como él una criatura de Occidente. ¿Será necesario recordar que Estados Unidos apoyó la guerra de agresión de uno contra el Irán de los ayatolás y la yihad del otro contra el régimen prosoviético en Afganistán? Las famosas armas químicas y bacteriológicas "capaces de aniquilar a centenares de miles de personas", como clamaban Bush y sus consejeros, fueron diseminadas en el frente iraní sin que nadie se diera por enterado de sus estragos.
En 2003, el presidente norteamericano ha aprobado la asignatura pendiente de su padre. Sadam Husein será barrido, y nadie o casi nadie sensato derramará una lágrima por él. Pero las perspectivas de la posguerra y del probable protectorado militar estadounidense se perfilan bastante sombrías. La conquista a sangre y fuego de Bagdad suscita más interrogaciones que certezas. Arrasar a un país no es el mejor medio de dotarlo de un régimen democrático. El maná petrolero puede ciertamente obrar milagros. Como en 1991 respecto a Kuwait, la reconstrucción de Irak fue planeada antes del comienzo de la guerra: conforme a la lógica empresarial, para reconstruir hay que destruir, y nadie duda de que las compañías americanas próximas al presidente se llevarán la mejor tajada. Irak no es, desde luego, un país mísero y marginal como Afganistán, pero los ejemplos que se aducen de Alemania y Japón se fraguaron en contextos muy disímiles y no pueden aplicarse de forma mecánica a un Oriente Próximo volátil y lleno de incógnitas acerca del futuro de sus gobiernos y de sus pueblos.
Por último, los "valores" de Bush y de sus asesores e ideólogos nada tienen que ver con los que orientaron la acción de F. D. Roosevelt y Truman. Éste buscaba preservar a Europa occidental de la amenaza soviética. Bush se propone hoy, al revés, hacer frente al reto económico que le plantea la consolidación de la Unión Europea -el del euro frente al dólar- mediante el control de los recursos energéticos de los que depende por un dócil intermediario iraquí.
2. Lo único que ha confirmado -¡y de qué manera!- la última guerra es la aplastante superioridad técnica, militar y económica de Estados Unidos sobre un dictador tercermundista que incurrió en la loca temeridad de desafiarle y mercadear sus reservas petrolíferas con otras potencias (Rusia, Francia, China). Como los estrategas y especialistas occidentales no se recatan de señalar, la Operación Libertad para Irak brindaba una oportunidad ideal para ensayar las nuevas tecnologías y tácticas de aniquilación del enemigo elaboradas desde 1991 por el complejo militar-industrial estadounidense. Lo acaecido estas semanas constituye una significativa escalada en el absolutismo negador y suicida de la modernidad incontrolada, del que Bush hijo y sus asesores son el mejor ejemplo.
Parafraseando lo que dijo Max Picard en otras circunstancias, esta guerra "ya no pertenece a la escala de lo humano, sino a lo que está más allá del hombre, a la altura de un instrumento de laboratorio o de la máquina industrial". La Conmoción y Pavor de la operación no iban dirigidos únicamente al destartalado régimen iraquí: constituye sobre todo una advertencia al mundo entero de que entramos en un nuevo orden mundial y de que la indiscutible hegemonía estadounidense se arroga un muy dudoso valor de universalidad.
De 1991 a 2003, hemos dado bastantes pasos en el camino de la autodestrucción, de la creciente precariedad del futuro de nuestro planeta. La nueva guerra atizará verosímilmente el afán de venganza de los radicales de toda laya y ningún país estará a salvo, por poderoso que sea, de atentados mortíferos.
3. Si las razones de Bush para emprender su peculiar petrocruzada están a la vista de todos, las del brioso belicismo de Aznar en las semanas que precedieron a la guerra se prestan a toda clase de conjeturas. ¿Qué necesidad tenía de situarse en primera línea y cosignar el ultimátum de las Azores? Al tomar la pícara iniciativa de transformar un artículo de opinión solicitado por The Wall Street Journal en la famosa Carta de los ocho, ¿no sabía acaso que iba a provocar una crisis de consecuencias graves en el seno de la Unión Europea, objetivo prioritario de España desde los tiempos difíciles del franquismo? ¿O cree de verdad el presidente del Gobierno que ha sacado a nuestro país del rincón de la historia en el que desmedraba desde Felipe II para alzarlo a la tribuna de los grandes del mundo? Su imagen, rezumante de orgullo, en la cúspide de su imaginaria carrera de socio privilegiado, resultaba a la vez grotesca y patética.
Si, por un lado, España carece del peso económico, político y militar de una gran potencia, por otro, este estrellato coyuntural estaba condenado a eclipsarse a partir del momento en que hablaran las armas. Por ello, el saldo arrojado por su alineamiento incondicional con Bush no puede ser más negativo: enfrentamiento con la vieja Europa, retroceso en el camino de la Unión Europea, pérdida de los dividendos de la anterior política de España en Iberoamérica, enemistad de los pueblos árabes... Azores y el rancho de Tejas, ¿valían la misa?
Desde el episodio esperpéntico del islote del Perejil y la solemnísima boda en el monasterio de El Escorial, la burbuja del ego de Aznar ha adquirido dimensiones fantásticas. Ajeno del todo al estropicio interior y exterior causado por su obsesivo afán de protagonismo, el presidente del Gobierno se ha limitado a descalificar con torpeza a sus adversarios políticos y a desoír el clamor público contra la guerra, con una actitud más digna de un caudillo por la gracia divina que de un gobernante elegido por su pueblo.
¿Vio el señor Aznar las imágenes, aun las pasadas por el filtro de la censura militar estadounidense, de los bombardeos apocalípticos de Bagdad y el rostro aterrorizado de los bombardeados? Contemplar a un ratón atrapado en una trampa mortífera; a una cucaracha que, fugitiva de la luz, corre a su propia muerte, aplastada por la suela justiciera de un zapato de marca; una corrida de toros en la que la bestia fanfarrona sufre las suertes de varas, banderillas y estoque limpiamente ejecutadas entre aplausos por el diestro y su cuadrilla: tales fueron mis sentimientos, menos de "conmoción y pavor" que de asco, ante la pantalla del televisor. Pues ratón, cucaracha y toro no eran solamente Sadam y sus secuaces, sino también el pueblo iraquí, agotado y hambriento tras 12 años de embargo y 22 de guerra. ¿Cuáles fueron las impresiones del señor presidente del Gobierno? ¿Se le desdibujó por un instante la expresión satisfecha que exhibía en el momento de anunciar las hostilidades?
4. Cuando, tras la caída del régimen comunista, millares de albaneses indocumentados desembarcaron en la costa adriática de Italia, las autoridades de este país descubrieron con asombro que no venían para quedarse allí: su destino era Dallas.
Una primera señal, muy explícita, de lo que acaecería después en los países del Este entregados a Stalin en Yalta. Para ser europeos, toman, como muchos ex franquistas de nuestro país, el camino más corto: americanizarse. La vieja Europa estigmatizada por Rumsfeld no había movido un dedo para liberarlos de la opresión soviética y, por eso, confían menos en ella que en el escudo militar del Pentágono ante una Rusia disminuida, pero inquietante, y su sinuoso y cínico presidente. De ahí el entusiasmo con que sus gobernantes acogieron la oportunista carta de Aznar: europeos sí, pero sobre todo proestadounidenses.
Con todo, el presidente del Gobierno español olvida que Washington no se opuso a nuestra dictadura, sino que pactó con ella. La visita de Eisenhower a Franco consolidó el poder de éste más de tres décadas, y la reacción de la opinión pública en la península contra su seguidismo beligerante de la política imperial de Bush muestra que nuestros conciudadanos no son tan olvidadizos como él cree.
En realidad, la experiencia histórica de la Europa del Este se sitúa en los antípodas de la nuestra.
5. Otra novedad respecto a la guerra de 1991: el retorno impetuoso de Dios al campo de batalla. Los teólogos que rodean a Bush e inspiran a Bin Laden justifican siempre su crueldad carnicera en nombre de la causa que defienden: el Bien contra el Mal, la misión redentora frente a la perfidia de los malvados. El Bush renacido gracias a sus ejercicios espirituales y la prédica de los televangelistas -un internauta anónimo lanzó el grito: "¡Maldito sea el día en que dejó de beber!"- ha buscado el modo de conjugar ese mensaje con las exigencias imperiales de Norteamérica en el nuevo siglo. Un Sadam Husein, ya en las últimas, le siguió el paso.
La privatización desenfrenada a escala mundial de los últimos años ha dado un salto cualitativo de incalculable importancia: ha extendido sus actividades al Más Allá. A las arengas de los extremistas religiosos musulmanes y judíos se unen las de quienes convierten también a Dios en propiedad o condominio del complejo militar-industrial norteamericano y de los magnates petroleros de Tejas.
6. Justificar la política de Estados Unidos en el Oriente Próximo en razón de sus principios y valores democráticos (devaluados de forma inquietante desde el 11-S) prescinde del hecho esencial de que nunca ha habido correspondencia entre las libertades existentes en Occidente y el sistema de pillaje, opresión y barbarie avalado por éste de puertas afuera. El mensaje democrático de Bush -coartada para la guerra y ocupación de Irak- se compagina mal con su defensa de regímenes autocráticos peores que el de Sadam en lo referente a la condición de la mujer y el respeto general a los derechos humanos. La experiencia histórica, particularmente rica en una zona codiciada por sus inmensas reservas petrolíferas, muestra que no se puede responder a la violencia con otra aún mayor sin engendrar con ello nuevos e imparables mecanismos de brutalidad.
Así, cabe preguntarse si los iraquíes liberados con tan contundente barbarie del despotismo de Sadam Husein van a conocer algún día la paz y la democracia. ¿Cuál va a ser la suerte de los kurdos, de los chiíes, así como la de los turcomanos y otras minorías étnicas enfrentadas entre sí? La aplastante victoria estadounidense ¿va a reforzar, por ejemplo, el campo de los reformistas de Jatamí en Irán, la causa de los palestinos, la democratización de Turquía, la embrionaria sociedad civil de todos los países de Oriente Próximo, o bien va a abrir la caja de truenos de nuevas guerras, consolidar el infame apartheid de Sharon y la persistencia de teocracias y dictaduras árabes? Como sabemos, la guerra de 1991 no aportó ni paz ni justicia ni libertad a una región que tan desesperadamente las reclama, y dudo que ésta lo consiga sin una fuerte implicación de la Unión Europea y de Naciones Unidas. Una ocupación militar norteamericana de Irak y el sostén de Estados Unidos a la política de asentamientos israelíes de Sharon daría al traste con toda esperanza de cambio.
El nuevo Plan Marshall para Bagdad evocado estas últimas semanas, plan subvencionado esta vez, claro está, con el propio petróleo iraquí, ¿será viable sin la presencia de una fuerza internacional con el mandato de la ONU? Irak necesita ser reconstruido, y su reconstrucción le convertirá en un país distinto del que conocemos. Pero las fuerzas centrífugas y conflictos tribales subsistirán y el peligro de unos reinos de taifa como los de Afganistán tampoco puede ser descartado.
7. Israel ha demostrado ser de nuevo el concesionario exclusivo del dolor y solicitud de la clase política estadounidense. Para quienes mantenemos vivo el recuerdo de Auschwitz, es perfectamente comprensible que la seguridad del Estado judío dentro de sus fronteras internacionalmente reconocidas sea una preocupación prioritaria. Pero nadie o casi nadie en los círculos de la actual Administración neoconservadora y extremista de Washington ha manifestado la menor compasión por los palestinos, expulsados de su patria en 1948 y 1967, o sometidos en ella a un régimen de ocupación inhumano, y víctimas desde la segunda Intifada de una implacable y brutal represión. La existencia de dos pesos y medidas, en función de los intereses económicos y estratégicos de Estados Unidos, no puede ser más flagrante: las incontables resoluciones de la ONU contra la política anexionista de Israel en los territorios de Gaza y Cisjordania fueron arrojadas a la papelera, mientras que las referentes a Irak se han ejecutado, de forma totalmente abusiva y sin el aval de la mayoría del Consejo de Seguridad, con el rigor que sabemos. ¡Qué espléndida lección de equidad para esos pueblos árabes a los que se pretende redimir a bombazos del subdesarrollo y del despotismo de sus gobiernos!
8. Como escribí en 1991, el destino del mundo árabe se decide una vez más a espaldas de los árabes. Fueron las potencias europeas, tras el derrumbe del Imperio Otomano, las que trazaron fronteras artificiales en el Oriente Próximo, se inventaron monarquías de opereta y originaron el conflicto judeo-árabe con la Declaración de Balfour, convirtiendo así la región en un barril de pólvora. Como Francia y el Reino Unido en 1920 y los tres grandes en Yalta, Estados Unidos configurará el nuevo mapa de la zona conforme a sus intereses, sin que los pueblos del Machrek -con excepción de Israel y las petromonarquías del Golfo- puedan influir en el reparto de recompensas y castigos de la pax americana.
A la vista de todo ello cabe preguntarse: ¿despertarán de una vez las sociedades árabes, sumidas en una mezcla letal de fatalismo, frustración y letargia? ¿Reaccionarán con una indispensable autocrítica a la sucesión de desastres que las abruman sin ocultar la cabeza bajo el ala ni recurrir al comodín de las teorías conspirativas? ¿Se enfrentarán a las mentiras, corrupción e incompetencia de sus gobiernos y les exigirán cuentas?
Pues hay una notable diferencia entre la percepción de lo ocurrido en 1991 y en 2003. Hace 12 años, la cólera y el rencor iban dirigidos contra Occidente en bloque. Esta vez, la posición enérgica de países como Francia y Alemania frente a una guerra ilegítima y las grandes manifestaciones de protesta contra los gobiernos de España, Gran Bretaña e Italia, han roto muchos clisés y creado vínculos y afinidades de nuevo cuño. Como me dijo un maestro de escuela, a su regreso de una pequeña marcha de solidaridad con los pueblos de Palestina e Irak: "Chirac y Schröder nos han defendido con mayor eficacia que nuestros gobiernos y los españoles e ingleses han gritado más fuerte que nosotros. En adelante debemos aprender de ellos y exigir mayor libertad y democracia si queremos salir de la hoya en que estamos".
9. Aunque el cuadro es oscuro, veo algunos puntos de luz: el despertar de la opinión pública mundial a una escala jamás vista; la preservación de la legalidad internacional gracias a la vieja Europa y a la resistencia de muchos Estados, de Canadá a Chile y de México a Turquía, a someterse a las presiones del amigo americano; las redes de comunicación y solidaridad creadas para combatir las falsedades y argumentos que encubren el afán ilimitado de poder de los fundamentalistas del mercado y de la tecnociencia.
Quisiera evocar, al término de estas reflexiones, la frase de un autor que el presidente del Gobierno cita a menudo, probablemente sin leerlo o que, si lee, lo hace con escaso provecho: "El mayor dislate que puede cometerse en la acción es conducirla como si se tuviera la omnipotencia en la mano y la eternidad por delante. Todo es limitado, temporal, a la medida del hombre. Nada lo es tanto como el poder". (Manuel Azaña, La velada en Benicarló).
Aznar no nos ha sacado del rincón de la historia: nos encierra de nuevo en él. El marco de coexistencia democrática de la Constitución de 1978 se resquebraja a causa de su arrogancia caudillista y de un retrocastellanismo que azuza las propuestas soberanistas, radicales o moderadas, de las otras nacionalidades históricas. La proliferación de banderas republicanas en las manifestaciones contra la guerra es una advertencia de que los hechos pueden repetirse y de que el empecinamiento en cálculos erróneos se paga tarde o temprano, pasada la gloria efímera.
Juan Goytisolo es escritor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.