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CRÓNICAS DEL SITIO
Columna
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Tiempo de Sherezade

Un rey exigió a su visir que le trajese cada día una joven para casarse con ella por la noche y ejecutarla a la mañana siguiente en un ritual de venganza por la traición de su primera esposa. Sherezade, la hija del visir, al ver la aflicción de su padre, se ofreció como víctima. El padre se echó a llorar, pero no logró hacerla desistir.

Pero Sherezade, más que salvar su vida, buscaba sacar al rey del círculo de encantamiento que le mantenía cautivo. En La Bella y la Bestia o en La Bella Durmiente un conjuro maléfico sólo podía curarse con amor. Pero Sherezade no podría curar al rey con un beso, porque el amor formaba parte del núcleo del mal: "Ahora ella me ama, luego, me traicionará". El rey está condenado a repetir cada noche su tragedia, sin lograr salirse nunca de ella. Elegir esposa, amarla, sentirse traicionado, matarla, y volver a empezar.

Aprendamos a tejer una historia alternativa a la historia de terror que nos apresaTiempo de Sherezade
Se zarandea la frágil esperanza de libertad que había brotado entre nosotros

Durante años creí que Sherezade lucha con su relato contra la realidad; contra el tiempo que le separa de la muerte, como el caballero de El Séptimo Sello jugando a resolver un problema de ajedrez sin solución; como Heidegger en su obra Ser y Tiempo, es decir, el ser abocado a la muerte. Así estaría Sherezade sometida al mismo dictado inexorable de un reloj de arena, como Heidegger estaba condenado a someterse al nazismo triunfante.

Esa misma visión trágica sería la que en este comienzo de la primavera empuja a muchos seres humanos a la destrucción: civiles iraquíes condenados a identificarse hasta la muerte con el tirano que usurpa su identidad colectiva; norteamericanos, presos en el ciclo de sus juguetes inteligentes, en los que han delegado sus propia inteligencia; españoles que parecen invocar los fantasmas de su guerra civil, que olvidaron sin llegar a comprenderla; ciudadanos vascos que estamos viendo zarandeada por los vientos de la guerra la frágil esperanza de libertad que había brotado entre nosotros.

Pero yo estaba equivocada. Sherezade no se enfrenta a una realidad inexorable. No es la llegada del alba lo que acabará con su vida y con la de otras jóvenes condenadas a inmolarse, una a una, para saciar a la Bestia. El círculo infernal que engulle cuanta vida le rodea pertenece al mundo de los símbolos. No es más que un cuento, aunque se trate de un cuento de terror, en el que un rey enfermo cree a pie juntillas.

El no haber comprendido esto puede llevar a los norteamericanos a quedar atrapados en un tiempo cíclico. Pudiera suceder que conquistasen Bagdad y, sin embargo, se vieran condenados, con Sadam Hussein, a reiniciar cada noche el combate para reconquistar un pueblo perdido llamado Nasiriya. Y los españoles de izquierdas y derechas, podrían encontrarse gritando día tras día "vosotros fascistas sois los terroristas", representando eternamente el misterio de su enfrentamiento civil inacabado. Y los vascos..., mejor que no hablemos de los vascos.

Bien, ¿qué hizo Sherezade para romper aquel círculo infernal? Inició un relato, que no es que fuera mejor o peor que el relato amenazador que estaba viviendo. Pero sí era distinto. Empezó a contar una historia ajena, que nada tenía que ver con la realidad real (sea cual fuere) ni con la realidad suplantada por la locura del rey. Y cuando empezó a clarear el alba, Sherezade interrumpió su relato, lo dejó suspendido en el aire, como el humo de la lámpara que empezaba a apagarse.

Llegó entonces el turno del rey, que debió tomar partido entre ambos relatos: el que había quedado en suspenso y el de su propio dolor, porque había llegado la hora en que el ritual de su venganza debía cumplirse una vez más. Y en ese momento decidió imitar a Sherezade: dejar en suspenso también su relato, aplazar su ejecución hasta conocer el final del cuento que aquella extraña mujer había dejado en el aire.

Y así, a esa noche siguieron otras mil. Entre tanto, la vida fue abriéndose paso. Un día a Sherezade se le acabó por fin el cuento, pero a su lado se encontraban los dos hijos engendrados en ella por el rey. Y el rey estaba curado.

También nosotros podríamos aprender de Sherezade que no nos enfrentamos a una realidad inexorable. Que lo que suponemos realidad no es más que una interpretación compartida y rodeada de silencios; un guión televisivo con un punto de vista y un enfoque determinados; una serie que un día habrá de terminar por pérdida de audiencia. Éste sería el primer paso. El segundo sería aprender de Sherezade a tejer en el aire el hilo de un relato, de una historia alternativa a la historia de terror que nos apresa. Más allá de esta guerra y de estas elecciones. Más allá del círculo vicioso de algún reyezuelo.

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