Los indefensos
Sobre Irak, como sucede inevitablemente en todas las guerras, se cierne ya el espectro de una catástrofe de colosales dimensiones para la población civil -falta de agua y alimentos, enfermedades-, sobre todo para quienes habitan los grandes núcleos urbanos. Los no combatientes figuran siempre entre las últimas preocupaciones de los ejércitos enfrentados, aunque su suerte acabe convirtiéndose en arma progandística de primerísima fila. Desde el comienzo de las hostilidades, George Bush ha prometido reiteradamente que EE UU hará todo cuanto esté en su mano para ahorrar víctimas civiles, y como consecuencia de esa decisión política, el empleo del poderío militar aliado está sometido a restricciones. Pero las reglas que rigen el uso proporcionado de la fuerza en combate no tienen correlato en otro tipo de situaciones.
Aún no se ha producido en Irak la anunciada estampida humana huyendo del horror hacia las fronteras vecinas. Pero en el sur del país se dan ya situaciones alarmantes. En Basora, en cuyas afueras se libraba ayer una batalla entre tanques británicos e iraquíes, cerca de un millón de personas llevan sin agua varios días como consecuencia de la interrupción del suministro eléctrico por los bombardeos. Técnicos de la Cruz Roja intentan reparar la planta potabilizadora que abastece al 60% de la población y los médicos advierten de que hay que esperar lo peor, sobre todo para los ancianos y los niños (hay alrededor de 100.000 menores de cinco años), en un lugar donde las temperaturas diurnas pueden alcanzar los 40º. El mando aliado descarta sitiar la segunda ciudad iraquí, en cuya zona de influencia viven dos millones de personas, pero anuncia bombardeos selectivos sobre las fuerzas acantonadas en su interior.
Una situación similar se da en la ciudad portuaria de Um Qasr, parece que conquistada finalmente después de varios días de combates de guerrilla urbana. Los expertos que han inspeccionado las instalaciones aseguran que están intactas y que el corte del agua ha sido hecho por el propio Gobierno iraquí desde Basora. Algo que resultaría increíble si Sadam Husein no hubiera acreditado durante tantos años que su desprecio por los suyos no conoce límites. La falta de control sobre Um Qasr, el único puerto de aguas profundas en Irak, ha impedido la llegada del socorro humanitario anunciado por Washington y Londres. Por aquí debe fluir en los próximos días el grueso de la ayuda para la población civil.
Ninguna guerra responde a los planes de pizarra establecidos por los generales. Y la de Irak, que cumple su primera semana, no se desarrolla acorde con la triunfal versión inicial, casi digital, del Pentágono. Los acontecimientos sugieren la posibilidad de que las fuerzas terrestres atacantes, privadas de un masivo frente norte por el veto turco, sean insuficientes para combatir con superioridad y rapidez a un enemigo decidido y a la vez ocupar con garantías las áreas urbanas de la retaguardia. El precio será mucho mayor sufrimiento, pero sobre todo para los más indefensos.
En estas circunstancias, el esfuerzo humanitario debe ser tan formidable como urgente. Los responsables de la ONU en este terreno se reúnen hoy en Nueva York con el telón de fondo de un plan de Kofi Annan para que Naciones Unidas retome una versión de guerra de su programa Petróleo por alimentos. Ese plan debe pasar por encima de las profundas heridas abiertas en el Consejo de Seguridad tras su absoluto desencuentro respecto de la guerra. Y respetar a la vez la exigencia actual de quienes se opusieron a ella para que la implicación masiva de Naciones Unidas en el alivio de las necesidades más urgentes de los iraquíes no acabe legitimando el ataque o disminuya la responsabilidad de EE UU y el Reino Unido por la suerte de la población civil bajo sus bombas.
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