Tampoco Aznar dirá hoy la verdad
Aznar comparecerá esta tarde en el Congreso -casi una semana después del comienzo de los bombardeos sobre Bagdad- para rendir cuentas de su decisión de embarcar a España en una guerra preventiva de agresión contra Irak al margen de la legalidad internacional. El presidente del Gobierno del PP podría aprovechar esta oportunidad para exponer las verdaderas razones que le llevaron a emprender esa ilegítima aventura contra el parecer de toda la oposición y de la mayoría de la población española. Sabemos que los fingidos propósitos de la Administración de Bush (desarmar a Sadam Husein bajo la autoridad del Consejo de Seguridad e impedir que sus mortíferos arsenales cayeran en poder de redes terroristas) eran meros pretextos apoyados en simples fábulas. Tampoco el móvil del "interés de España" esgrimido por Aznar es cierto: muy por el contrario, el jefe del Ejecutivo ha puesto en riesgo un bien nacional tan delicado como es la estabilidad institucional, el consenso democrático básico y la convivencia ciudadana, en aras de una decisión adoptada seguramente por megalomanía personal a causa de un error de cálculo.
Prisionero de las falsedades sembradas en los anteriores debates parlamentarios sobre el conflicto de Irak, Aznar no tiene otra salida que seguir mintiendo a la espera de un desenlace de las operaciones militares beneficioso para sus intereses personales. Todas las esperanzas del PP están depositadas sobre un final rápido y no demasiado cruento de la guerra que premiase eventualmente en los sondeos al presidente del Gobierno por haber galopado a tiempo en socorro del vencedor: según esa envilecedora lectura de la condición humana, el oportunismo electoral siempre da su merecida recompensa a los jugadores de ventaja. Entretanto, Aznar practicará su entretenimiento favorito de acusar a los socialistas de oponerse a la invasión de Irak sólo por el malsano deseo de hostigar al Gobierno.
El jefe del Ejecutivo descalifica a Zapatero como compañero de viaje de Sadam Husein -en el exterior- y como líder -en el interior- de una coalición radical con los comunistas: quedan lejos los felices días en que Aznar, como presidente del PP, y Julio Anguita, como secretario general del PCE y coordinador de Izquierda Unida, vivieron su luna de miel para atrapar al PSOE en una pinza. La descalificación de los socialistas como socios principales -según el ministro secretario general de los populares, Javier Arenas- de una conjura rojo-separatista niega la evidencia del carácter ideológicamente transversal y geográficamente transnacional de la oposición a la guerra; los conservadores franceses, muchos ciudadanos de Estados Unidos, el Papa y bastantes votantes del PP comparten ese generalizado rechazo: el historiador Arthur M. Schlesinger Jr. ha comparado la agresión de Bush contra Irak con el ataque japonés a Pearl Harbour: "Hoy día somos los americanos quienes vivimos en plena infamia".
Las graves alteraciones del orden público que han ensangrentado varias manifestaciones contra la guerra fueron agarradas al vuelo por el Gobierno para acusar al PSOE de favorecer, encubrir o disculpar la violencia. Hay razones, sin embargo, para sospechar que la dureza empleada por la policía el fin de semana pasado en Madrid fue propiciada o tolerada desde el Ministerio del Interior precisamente para endosar a los socialistas la responsabilidad de los altercados y para atemorizar a los ciudadanos resueltos a expresar su protesta en espacios públicos; sin descartar la posible existencia de agentes provocadores, bastaría con la negligencia culpable de los altos cargos de designación política encargados de velar por la seguridad ciudadana para explicar la incomprensible anomalía de que las fuerzas policiales fuesen incapaces de aislar y detener a los grupos bronquistas. A la vista de esos excesos represivos y de la estrategia aplicada por el Gobierno para transformar en enemigos antipatriotas a sus adversarios electorales, cabe imaginar una inquietante respuesta a la sempiterna pregunta sobre el actual paradero de la ultraderecha: tal vez esos vestigios del pasado hayan recalado en el PP pese a las ideas democráticas de buena parte de sus afiliados.
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