Pensemos en los estudiantes y en la sociedad
Los retos esenciales del espacio europeo de enseñanza superior son cómo combinar contenidos analíticos y profesionales; el equilibrio entre la formación básica y especializada; cómo incorporar al proceso de aprendizaje aptitudes de adaptación a unas realidades y contenidas que cambian con gran velocidad; cómo "aprender a aprender"; y cómo generar capacidades emprendedoras y de iniciativa. Una formación de grado -licenciatura- que permita a nuestra juventud insertarse con una base sólida y unos conocimientos operativos adecuados a las actividades profesionales y laborales es el punto de partida. Complementada con un nivel de posgrado -punto de partida de una formación continua a lo largo de la vida- que profundice y actualice.
El diseño de esta formación inicial que confiera un grado que permita acceder al mercado de trabajo ha sido objeto de polémica. Los estudios comparativos internacionales muestran que los jóvenes españoles se insertan bastante más tarde en el mercado laboral que sus colegas británicos u holandeses. Pero la explicación no es la duración teórica de las carreras, sino su duración práctica. Incorporemos al debate también en este punto uno de los principios básicos -tal vez "el" principio esencial- del planteamiento del espacio europeo: el papel central del estudiante en el proceso de aprendizaje, que debe pasar de visualizarse desde el punto de vista del profesor que enseña para pasar a ser la persona que aprende. Y para esta persona es retórica hablarle de títulos de tres años (como las actuales diplomaturas o ingenierías técnicas) que en la práctica tarda cuatro o cinco años en cursar, o de licenciaturas o ingenierías de teóricos cuatro años que tarda en promedio de cinco a seis.
Por eso tiene mucho más sentido ahora asumir la propuesta de la CRUE de un primer nivel de cuatro años efectivos de formación de grado, razonables para adquirir la base sólida de una titulación y un adecuado bagaje de conocimientos. Con ello nuestra juventud se equipararía en edad de inserción laboral y profesional a la europea, en condiciones de formación homologables, y sin el desencanto tan habitual en la actualidad asociado a haber tenido que asumir un décalage entre una duración teórica de sus estudios y la realidad razonable de su esfuerzo. Culpabilizar de este décalage a la deficiente formación de secundaria, a la falta de "excelencia" o al acceso "demasiado masivo" a la Universidad es social y académicamente injustificable.
La alternativa de un nivel inicial de tres años sería, en el mejor de los casos, insuficiente, y en el más probable, además, contraproducente. No sólo en términos del repetido décalage, sino que bajo la pretensión de acortar la formación universitaria inicial sólo conseguiría una sensación -el estudiante y la sociedad- de una perentoria necesidad de complementar un reducido primer nivel con, al menos, otros dos años de formación, con el efecto final de retardar el acceso al mercado de trabajo, en contra del objetivo inicial. Países como Italia que se avanzaron en la experiencia de "laurea" de 3 años están ya rectificando. Y es difícil evitar la sensación de que las propuestas de generar una titulación inicial de tres años responden a la dificultad de asumir el acceso a la Universidad de nuevas capas de la población, a las que, si el proceso es irreversible, se las quiere "contentar" con una titulación de mínimos. No podemos engañar ni a los estudiantes ni a la sociedad, y menos en nombre de ideales tan nobles como la calidad o Europa.
Joan Tugores Ques es rector de la Universitat de Barcelona.
