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Columna
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No es el petróleo

Emilio Ontiveros

La presunción de que la escalada bélica en Irak estaba determinada, en última instancia, por la pretensión estadounidense de controlar de una vez por todas la producción de petróleo en el golfo Pérsico, disponía de la comodidad propia de los argumentos aparentemente simples y de buena administración propagandística, pero resiste mal el análisis. Las razones hay que buscarlas al margen de la racionalidad económica.

Los graves perjuicios originados por el encarecimiento del barril durante estos meses de alimentación de la escalada bélica (más de un 50% entre enero de 2002 y el inicio de la guerra) hay que anotarlos en la relación de quebrantos del conflicto, de difícil compensación por muy rápida que sea la guerra. Esa escalada alcista en los precios del crudo no ha tenido su origen, a diferencia de episodios anteriores, en perturbaciones de la oferta o en acuerdos de los exportadores, sino en la larga e intensa incertidumbre generada por el gobierno del principal demandante del mundo, EE UU.

La OPEP ha procurado no incentivar la diversificación energética, manteniendo cuotas de producción consecuentes con precios en torno a 25 dólares

En realidad, el cartel de la OPEP, donde los países del golfo Pérsico concentran su supuesto poder de mercado, es cada vez menos eficaz en la satisfacción de sus propósitos de regulación de la oferta. En primer lugar, porque las economías de los principales países importadores han reducido en los últimos años de forma significativa su dependencia, como consecuencia de cambios en su estructura económica y aumentos en la eficiencia energética en sus procesos de producción. Para generar un dólar de PIB, la economía estadounidense precisa hoy la mitad del crudo que cuando estalló la primera crisis energética, en 1973. De la menor dependencia energética inducida por cambios en la estructura de aquella economía da cuenta la estrecha relación existente entre la intensidad energética de las nueve industrias más consumidoras de energía (aluminio, agricultura, química, acero, etcétera, consumidoras del 80% del uso energético industrial) y su carácter declinante, en la contribución al crecimiento económico frente a sectores en ascenso como las tecnologías de la información y las comunicaciones.

En segundo lugar, porque la diversificación de fuentes y de países productores también ha sido una constante en las últimas décadas. En 1979, el 13,5% de la electricidad era producida por petróleo, que caía al 4,1% en 1985, situándose ahora en el 3%, aproximadamente. El ascenso del gas natural, más barato, limpio y menos sujeto a perturbaciones en la oferta que el petróleo. Éste apenas satisface actualmente el 40% del consumo total de energía en EE UU, frente al 50% en 1973. En paralelo, al descenso de la participación en la producción mundial de los productores del golfo Pérsico (en esa zona se produce hoy algo menos del 30% del crudo de todo el mundo, frente al 40% hace poco más de diez años, aunque allí se concentra casi el 70% de las reservas mundiales), EE UU ha reducido sus compras de esos países, hasta el 20% del total. La producción procedente de Rusia, Asia y África no ha dejado de crecer en estos años, y se espera que lo haga más intensamente en las próximas décadas.

A lo largo de ese proceso de reducción de la dependencia del petróleo que es producido en el escenario del conflicto, los principales países exportadores no han dado pie al recrudecimiento de los temores de escasez. De la mano de la sumisa Arabia Saudí, la OPEP ha extremado el cuidado para no generar incentivos adicionales a esa creciente diversificación de fuentes y de suministradores, manteniendo cuotas de producción consecuentes con precios del barril en torno a los 25 dólares, en condiciones geopolíticas normales.

En consecuencia, es difícil justificar, en el control de esa fuente energética, los enormes costes ya generados y los que quedan por llegar. Quienes así lo hacen parecen haber desenterrado un libreto viejo, en lugar de amparar directamente esta guerra en una obsesión, sin fundamento racional, por tanto. Peor sería que la justificación oculta de los que han seguido la aventura estadounidense se haya basado en la participación en tan parco botín. La mejor garantía para que el petróleo no nos complique la vida es dejar que los mercados funcionen como es debido. Y en las guerras y sus preludios eso es lo primero que se echa en falta.

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