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Tribuna:REDEFINIR CATALUÑA
Tribuna
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¡Viva la muerte!

"Redefinir Cataluña", sostiene el título genérico de este largo periodo de fidelidad entre ustedes y servidora. Y algo habrá que redefinir seriamente so pena de morir de muchas cosas, entre ellas de puro provincianismo. Me dirán ustedes qué ha sido, si no, lo que ha pasado esta semana en nuestro Parlament, tan chulo él, que se ha permitido debatir el tema más picante y polémico de los últimos tiempos el mismo día en que, por pasar, pasaba lo siguiente: empezaba una guerra a gran escala con consecuencias planetarias; la gente paraba estudios y trabajos, y salía a la calle, y el mundo todo sólo tenía ojos para ver la guerra, oídos para oírla y boca para maldecirla. En ese jueves aciago 20 de marzo de 2003, cuando el mundo empezaba a escribir la crónica de un nuevo -y quizá trágico- capítulo de la historia, en nuestro mundito nos dedicábamos a hacer ver que el Parlament sirve para algo. Permítanme la cita del ilustre intelectual: cero patatero. Cero patatero a ese Parlamento que no paró con el mundo, y sobre todo con su mundo, echado a la calle, volcado en las radios y las televisiones, absorbido en los tintes blanco y negro de los periódicos, y que quizá merecía más atención. Cero patatero a ese presidenciable con vestido de conseller en cap que utilizaba el día y el momento para debatir sus miserias interiores y, encima, echarlas a la cabeza de los otros. Cero patatero para el debate en sí, que habría exigido mejor momento, más dignos interlocutores y mayor grado de moralidad pública. Y cero patatero a la oposición, que otra vez cayó en todas las trampas posibles, hasta que se embrolló en sus propias culpas y pareció más verdugo que víctima. Mientras el mundo decidía matar la inteligencia y sustituir los diccionarios por las balas, las gramáticas por los cañones, las palabras por el vacío hueco de las órdenes militares, en Cataluña hablábamos de encuestas. Así de chulos. Así de guapos. Así de imbéciles.

Otro escandalito de nada desaparecido en combate, soldado universal de la causa de la ética, nadie preguntará demasiado, nadie destituirá a nadie, y todos usarán el ventilador para que lo ensucie todo y así, perversamente, sean menos sucios. Hay veces en que una tendría ganas de hacer hablar a las vísceras, aunque sólo fuera para encontrar la gramática digna para según qué actuaciones, para según qué actuantes... En fin.

La guerra..., "esa higiene del mundo", según otro imbécil llamado Marinetti. ¡Qué profunda derrota de la Ilustración, qué temible éxito de la prepotencia! ¡Y cuántas víctimas civiles: las personas, las ideas, los puentes de diálogo, el respeto, la convivencia! Decía alguien, estos días de tanta palabra: "No hay que encontrar los caminos de la paz; la paz es el camino". Pero es un camino sin ruta marcada, de difícil acceso, obligado a una navegación consciente y trabajada cuya complejidad se da de bruces con el trayecto simplón y delimitado de los intereses. Ante el por qué a la guerra de mi hijo de 11 años, le puse esta situación límite: "Imagínate que vives al lado de alguien que quiere matarte. Sólo puedes dejarte matar o matarle a él. ¿Qué haces?". "Ni lo mato, ni me mata. Me cambio de piso". Los niños, su lógica limpia, su simplicidad tan profunda, esa moral del bien y del mal tan finamente dibujada. Pero no hemos cambiado de piso, quizá porque el casero no es ni limpio, ni niño, y porque ha decidido que llegó la hora de quedarse con toda la finca. Y así estamos, enviando a paseo lo poco que nos quedaba de decentes, lanzando al mundo nuestra religión de poder, cabreando aún más a los pobres, a los desconcertados, a los de siempre. Me paro en este punto que es crucial: la guerra sirve para luchar contra el terrorismo, dicen circunspectos. Pero no es cierto, y lo aseguro con la convicción de que hay que luchar seriamente contra los fanatismos totalitarios, pero ¿a base de alimentarlos con argumentos? Estos días en que he tenido ocasión de viajar a Oriente Próximo y he podido conversar con ciudadanos árabes e israelíes de casi todas las condiciones políticas -desde árabes comunistas hasta islámicos, desde israelíes votantes de Meretz o de Shinui hasta votantes convencidos de Sharon o restos del naufragio del laborismo-, nadie ha considerado que la guerra ayudara a la paz. Muy al contrario, casi todos estaban de acuerdo en un punto crucial, y lo decían allí, justo donde se cruzan todos los puntos cruciales: la guerra abre un abismo entre culturas, neutraliza las posiciones moderadas, radicaliza los extremismos. ¿Las víctimas? Los que trabajan por los puentes del diálogo a ambos lados, en todos los lados de los lados. "Puede que Bush le haya prometido a Aznar una nueva conferencia de Madrid para salvar la cara y demostrar su nivel internacional. Y quizá hasta la hagan. Pero habrán conseguido que en las calles de Gaza se adore a Hamas como nunca. Después de la guerra, la paz estará más lejos". ¿Me lo decía algún radical amante de Sadam? Me lo decían los que están en primera fila de la lucha por entenderse. Ni en Tierra Santa encontré voces a favor de esta guerra...

Puede que en Gaza, pero también en el lejano Pakistán, y en las montañas abruptas del Yemen, y en las repúblicas invisibles de los Urales, y en los bazares de Siria o Jordania, y en los lugares de moda de Indonesia o Malaisia, la idea central será una, cada vez más aguda, cada vez más doliente, cada vez más violenta: Occidente nos desprecia, Occidente nos ataca, con Occidente no podemos entendernos. Repliegue autodefensivo, ideología más extrema. Gracias a Aznar, vayan ustedes ahora con pasaporte español por esos mundos... Vayan ustedes, simplemente, con pasaporte occidental. Y eso muy a pesar de que la calle occidental bulle contra la guerra, quizá el único gran y positivo fenómeno de esta pesadilla.

Los caminos de la paz..., la paz, el único camino. Y sin embargo, el mapa del mundo lo traza la guerra. ¡Viva la muerte de la inteligencia!

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