Secularización de la economía
Pascal Bruckner está en el ojo del huracán en Francia. Pertenece a ese reducido número de intelectuales que viniendo de la izquierda se han pronunciado más o menos abiertamente a favor de la guerra contra Irak. Antes de ese decantamiento era el fenotipo de lo que en algún libro y en varios artículos se ha denominado "nuevo reaccionario": intelectuales que, según sus acusadores, han dejado el compromiso para acercarse al poder y al sistema.
Es ésta una de las polémicas que tanto gustan a los franceses deseosos de crear nuevas agrupaciones fácticas. Las respuestas de Bruckner a esas invectivas, para bien o para mal, están en su último libro Miseria de la prosperidad. A lo largo de sus páginas se expone la metodología de su pensamiento actual. En primer lugar, el mestizaje ideológico; sólo los hombres de una sola pieza, que afortunadamente no abundan, son sistemáticamente de izquierdas o de derechas. Seguimos simpatizando con una u otra familia política, pero dentro de la tendencia dominante las opciones se relativizan: el ciudadano de este principio de siglo se abastece de ideologías antagónicas. ¿Qué es el hombre contemporáneo?: la suma de las luchas que le han moldeado, la combinación disonante de un progresista y un reaccionario, un nacionalista y un cosmopolita, un agnóstico y un creyente tirando cada uno en sentido opuesto. Un pequeño caos de ideas adversas.
MISERIA DE LA PROSPERIDAD. LA RELIGIÓN DEL MERCADO Y SUS ENEMIGOS
Pascal Bruckner
Traducción de Amelia Ros
Tusquets. Barcelona, 2003
232 páginas. 15 euros
En segundo lugar huye de las
explicaciones monocausales tan gratas al marxismo escolástico de antaño o a una parte del movimiento antiglobalización de hoy. No se puede buscar una única razón para la angustia, colocar en un lado a los dominadores y a sus cómplices y en el otro a los dominados y sus defensores, con el fin de federar todo el descontento bajo la misma bandera. Esta locura de la síntesis global genera un desierto teórico. En tercer lugar, para Bruckner, lo políticamente correcto es ser prudentemente incorrecto. Sin pasarse. Constituye la manera oportunista de ganar todas las partidas, tener un pie dentro y otro fuera, creerse en situaciones de marginalidad disfrutando de una posición estable.
Con esas premisas, el novelista y filósofo, que ha escrito de forma muy brillante este texto, lanza una cruzada para secularizar la economía; para recomendar su separación, asegurar su perímetro propio, no dejarla de árbitro de todos los conflictos; para terminar con su secuestro por los expertos ya que, a medida que se democratiza, pierde su carácter sagrado y pasa del estatus de religión de élite al culto popular. En definitiva, para dejarla reducida a lo que nunca debió dejar de ser: la intendencia.
Este mensaje no es sencillo en un mundo hipereconomizado. Y ello porque el sistema económico básico, el capitalismo, ha dejado de discutirse. Apenas hay alternativas. Cuanto más se denigra al capitalismo, más se le exalta. Ése es el extraño círculo en el que estamos instalados. El capitalismo es el mayor creador de riquezas de la historia (Marx); a la vez es un fenómeno moderno, emancipador, nacido en Europa, basado en la constitución del mercado como esfera de intercambios recíprocamente ventajosos; un proceso que crea gigantescas desigualdades que deslegitiman el sistema político; una ética que multiplica las "oportunidades formalmente pacíficas de beneficio" (Max Weber), y, ante todo, la promoción de la economía como ciencia autónoma disociada de toda idea religiosa, ética, política, contemporánea de la emergencia y triunfo del individualismo.
La corrección de esas injusticias presupone el reconocimiento del capitalismo; hay estrategias de contención del capitalismo, no de cambio radical. El capitalismo, como la democracia, se cuestiona por sus promesas incumplidas, por las incoherencias entre sus palabras y los hechos que genera. Cuando se exige un reparto más justo de los frutos del crecimiento económico, una sociedad más decente, respeto al equilibrio ecológico, el fin del proteccionismo de los países ricos frente a las exportaciones de los pobres, un desarrollo sostenible... eso significa que se desean las ventajas del mercado sin sus consecuencias perjudiciales. Se acepta el capitalismo como lógica económica (aunque dotado de serias correcciones), pero se le repudia como civilización.
La principal virtud del libro de Bruckner, además de estar excelentemente escrito, es confrontar al lector con sus contradicciones ideológicas. ¿En qué lado estaré yo en este aspecto determinado? Se han acabado las utopías globalizadoras y totalizantes. Especialmente actual resulta su análisis del antiamericanismo -está escrito antes de la última crisis geopolítica del mundo- como único racismo autorizado del mundo moderno. No es de extrañar algunas de las furibundas críticas recibidas por el texto en el país que en estos momentos es uno de los iconos de la resistencia a la política multilateral y belicista de la Administración de Bush.
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