Lo peor está por llegar
El intenso bombardeo aéreo de anoche sobre Bagdad y la formidable preparación artillera en la frontera kuwaití señalan inequívocamente que el ataque de Estados Unidos contra Irak, comenzado con relativa sordina, comienza a cobrar sus dimensiones más temibles y temidas. Durante las horas iniciales de un conflicto tan largamente anunciado, la guerra psicológica y de propaganda ha sido tan importante como la real; las fuerzas estadounidenses se limitaron a poner a prueba el temple de su adversario e Irak respondió lanzando sin consecuencias un puñado de sus anticuados cohetes sobre Kuwait. En este contexto hay que considerar el golpe de efecto inicial intentado por Washington, lanzando de madrugada sus bombarderos y misiles de crucero contra un búnker de Bagdad donde sus servicios de espionaje situaban a Sadam Husein y a su círculo de confianza, con el objetivo de descabezar el régimen y buscar un final fulgurante.
En contra de las expectativas suscitadas por los responsables militares sobre una ofensiva aplastante desde el primer segundo, la Casa Blanca, hostigada diplomáticamente desde todos los frentes, se ha inclinado por una contienda de dos velocidades, que permita brevemente a los iraquíes presentir lo que se avecina. El ministro de Defensa, Donald Rumsfeld, lo caracterizó ayer remachando solemnemente que la única querella de EE UU se dirige contra Sadam y su camarilla, "cuyos días están contados". En su catálogo de buenas intenciones, Washington ha pedido abiertamente la deserción y desobediencia de las tropas iraquíes para evitar lo peor. Y prometido por boca del jefe del Pentágono que sus fuerzas protegerán a los civiles, a los que recomienda no abandonar Irak, y que se castigarán implacablemente los crímenes de guerra.
Pero la coexistencia de una guerra real de baja intensidad con otra propagandística elevada tiene las horas contadas. Y no cabe hacerse ilusiones sobre la posibilidad de que funcione esa apelación de EE UU a las Fuerzas Armadas enemigas antes de llevar el ataque hasta sus últimas y devastadoras consecuencias. Aunque Sadam no merezca la sangre de un solo iraquí y sus tropas sirvieran mejor a su pueblo abandonando las armas que empecinándose en una resistencia cuyo único desenlace posible es una tragedia colectiva.
Lo que todavía es un preaviso con blancos muy concretos, en Bagdad y Basora por el momento, se va a convertir por momentos en un horror diseminado por todas las zonas del país en las que hay centenares de objetivos ya designados sobre los que caerá un diluvio de fuego. Sin mover un músculo, Rumsfeld lo ha anticipado con un lacónico "algo nunca visto antes". Ni rastro en sus palabras de la posible contienda larga y penosa con que Bush advertía poco antes a sus confiados conciudadanos.
Desde ayer, además, los planes militares estadounidenses cuentan con el permiso turco para utilizar su espacio aéreo. Algo que queda muy lejos de las pretensiones iniciales para introducir por el norte de Irak a la Cuarta División mecanizada, pero que es en cualquier caso un pasillo decisivo para el desembarco de la infantería ligera y el control de los pozos petrolíferos de Kirkuk y Mosul. El lado oscuro de la exigua autorización de Ankara, que sin duda hará más frágil una alianza hasta ahora aparentemente inexpugnable, es que se acompaña de la penetración en el Kurdistán iraquí de decenas de miles de sus soldados para garantizar la tranquilidad de una zona explosiva. Washington tendrá que vigilar que en esa región, poblada por cuatro millones de kurdos independentistas, temerosos de Turquía y temidos por ella, no estalle un subconflicto que podría hacer inmanejable uno de los dos frentes decisivos de una guerra que galopa inexorable.
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