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AMENAZA DE GUERRA | La intervención de Aznar
Columna
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El elefante irrumpe en la casquería

El presidente del Gobierno compareció ayer ante el Congreso para engañar una vez más a los diputados: esta vez con el embeleco de que el doble ultimátum lanzado el domingo desde las Azores a Sadam Husein y al Consejo de Seguridad no fue un alevoso atentado contra la paz y contra la legalidad internacional, sino el acto fundacional de "un mundo con reglas". Las fingidas incertidumbres y los taimados ocultamientos de Aznar durante los anteriores debates sobre Irak pretendieron exclusivamente ganar tiempo: ese compás de espera sólo aspiraba a forzar a contrapelo una resolución del Consejo de Seguridad jurídicamente vinculante -esto es, aprobada al menos por nueve miembros y sin el veto de Francia- para situar la intervención militar bajo el paraguas de Naciones Unidas. Pero los chantajes, amenazas y sobornos aplicados por la Administración de Bush a fin de doblegar la voluntad de los países indecisos o con derecho a veto del Consejo de Seguridad no lograron su extorsionista objetivo; frustrada la maniobra de amparar el desencadenamiento de las operaciones bélicas con un mandato encubridor extraído mediante presiones económicas, y vencido el plazo máximo (probablemente la segunda quincena de marzo) fijado por el calendario militar, la farsa terminó el domingo con el aquelarre de las Azores: el presidente de Estados Unidos pegó una patada a la mesa y puso fin a la partida mientras sus dos escoltas aplaudían sonrientes la bravuconada.

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El reparto escénico de esa pieza del teatro del absurdo asignaba la condición de protagonista a George W. Bush, presidente de la potencia hegemónica mundial, y el papel de galán joven a Tony Blair, premier de un antiguo imperio dominante en la región de Mesopotamia hasta la Segunda Guerra Mundial y dotado todavía de un temible ejército profesional. En cambio, las función desempeñada en el triunvirato por Aznar, jefe del Gobierno de un país medio que ni siquiera enviará tropas a la zona de operaciones, es un misterio: recuerda la figura de aquel Capitán Araña del cuento popular que embarcaba a la gente y se quedaba en España. La imagen del presidente del Gobierno fumándose un puro en el vuelo de regreso a Madrid -como cuentan los periodistas que le acompañaron en el viaje- vale más que un millón de palabras: la comparecencia parlamentaria de ayer confirmó ese aire de fatuidad arrogante, megalomanía infantil y autocomplacencia petulante.

Aznar repitió ayer ad nauseam el incongruente repertorio de falsedades, ocultaciones y falacias que utilizó en los anteriores debates para justificar su apoyo incondicional a la Administración de Bush y para agredir a la oposición. Resultó fatigoso verle otra vez flagelando a sus críticos con acusaciones tan descabelladas como caricaturescas: el rechazo de la legalidad internacional, la benevolencia cómplice hacia Sadam Husein, el doble rasero respecto a Kosovo y la pasividad -"no hacer nada", "mirar hacia otros lado"- ante los crímenes de un brutal dictador que dispondría de armas de destrucción masiva y estaría a punto de facilitárselas a redes terroristas operativas en España.

Las dos patas cortas de la mentira de Aznar para justificar el ataque a Irak son la fraudulenta interpretación de la resolución 1.441 del Consejo de Seguridad, por un lado, y el falaz aserto de que no existiría alternativa a la guerra, por otro. No es cierto que la resolución de 8 de noviembre de 2002 autorice el uso automático de la fuerza (una expresión impropiamente convertida en sinónimo de "graves consecuencias") para sancionar el incumplimiento de su texto; y resulta escandalosamente falso que Estados Unidos, el Reino Unido y España tengan derecho a usurpar las competencias del Consejo de Seguridad para ejecutar por su cuenta ese mandato. La doble decisión tomada por el triunvirato corsario de iniciar la guerra sin contar con Naciones Unidas y de negar a los inspectores la oportunidad de concluir su trabajo ha abortado traumáticamente cualquier posibilidad de dar una salida pacífica al conflicto. El elefante no ha entrado esta vez en una cacharrería repleta de trastos delicados; ahora se dispone a invadir Irak como si irrumpiese en una sangrienta casquería.

Diputados socialistas, durante la intervención del presidente del Gobierno.
Diputados socialistas, durante la intervención del presidente del Gobierno.LUIS MAGÁN
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