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Tribuna:ARTE Y PARTE
Tribuna
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Barcelona en una historia del grabado

No acabo de comprender por qué pasó tan inadvertida en 1998 la publicación del Atlas de Barcelona de Ramon Soley. Tan inadvertida que hasta hace poco no he tenido ocasión de hojear esos dos volúmenes, esa intensa colección de imágenes que relatan el paisaje urbano de Barcelona desde 1572 hasta 1900 y explican su interpretación cartográfica e iconográfica según los sucesivos estilos artísticos y las sucesivas técnicas calcográficas. Son 740 grabados magníficamente reproducidos, bien clasificados y descritos como documentos de positivo valor histórico y artístico.

Es cierto que estos últimos años los mapas, las descripciones gráficas, los planes urbanísticos de Barcelona han sido bien estudiados y documentados. La obra más consistente y en cierta manera definitiva, que comprende desde el XVI al XX, es un anterior Atlas de Barcelona obra fundamental de Montserrat Galera, Francesc Roca y Salvador Tarragó (primera edición 1972, edición ampliada 1982), editada por el Archivo Histórico del Colegio de Arquitectos. Y no hay que olvidar los insignes precedentes de las generaciones anteriores -la de Francesc Carreras Candi y la de Agustí Duran i Sampere y Vicens Martorell, por ejemplo-, ni los estudios sectoriales más recientes, como los de Manuel Torres Capell, Joan Busquets, etcétera, ni la continuada labor del Museo de Historia y el Archivo Histórico de la Ciudad. Pero la colección agrupada por Ramon Soley tiene otros objectivos y, precisamente por esto, ofrece un interés que no sustituye el de los anteriores trabajos. Las otras colecciones se basaban en material directamente descriptivo de la evolución urbana y priorizaban incluso los proyectos de ensanche y reforma que han permitido estudiar científicamente no sólo la evolución de Barcelona, sino la generación de sucesivas ideas sobre el urbanismo, aplicadas a una ciudad concreta. Son, en realidad, documentos para la historia del urbanismo, incluso con voluntad didáctica. Soley, en cambio, ofrece lo que podríamos llamar una historia del grabado a través del tema de las sucesivas versiones iconográficas de una ciudad, todo ello tratado con una gran exigencia bibliográfica, típica de un persistente coleccionista. Casi la mitad de los grabados de ambos volúmenes eran hasta ahora prácticamente desconocidos o, por lo menos, no divulgados en publicaciones asequibles. Es imposible resumir ese contenido, pero sí indicar aproximadamente su extraordinaria amplitud: las perspectivas que servían para organizar o para conmemorar las hazañas bélicas, que son muy abundantes -e incluso repetitivas- hasta 1714; los fastuosos álbumes franceses, holandeses, alemanes y austriacos; los grabados festivos de Francesc Tramulles; el plan de Ildefons Cerdà; las marcas de fábrica, los menús y las facturas comerciales de finales del ochocientos, son algunas de las piezas que explican la variación -pero también la permanencia- de la imagen de Barcelona, asumida durante siglos en ámbitos muy diversos.

Como primera aproximación se pueden subrayar algunas permanencias interesantes. Las dos más evidentes son la presencia protagonista del mar -y especialmente el puerto en primer plano- y la montaña -al fondo, a veces, incluso reinterpretada según fantasías montserratinas- como marcos constantes del conglomerado urbano que tiende a describirse como un punto neurálgico de toda la llanura que ya reclamaba estructuralmente una participación urbana. Es decir, la interpretación geográfica del ámbito real -y, sobre todo, futuro- de Barcelona. El castillo de Montjuïc y la Ciutadella no faltan como grandes charnelas morfológicas y estratégicas. Y, curiosamente, lo más cambiante es, sin duda, el tejido urbano del casco antiguo, es decir, lo menos geográfico y más urbano, cuyo perímetro sólo se altera con la expansión del Raval, mientras en su interior se producen cambios sustanciales, en los que casi sólo permanecen como testimonios constantes las torres y los campanarios de las iglesias, siempre señalizados a una escala vertical exagerada como referencias iconográficas y, además, como indicaciones estratégicas. Otra cuestión que constatar es la repetición de los puntos de vista de las perspectivas urbanas, por ejemplo la conocida perspectiva de Beaulieu y Perelle (1676) con el primer plano del puerto con el muelle en curva, que se mantiene como modelo durante muchos años. De un grabador a otro parece que se transmita la misma imagen, incluso con distancias cronológicas de casi un siglo, cuando ya habían cambiado muchas estructuras urbanas, con lo cual se marca la diferencia entre los grabados hechos con voluntad de conocimiento -casi siempre de origen militar- y los puramente ornamentales o conmemorativos. Entre estos últimos sobresale la serie de seis grabados de Rigaud y Duchange (París, 1732) en los que se explican las tácticas de asedio y ocupación de una ciudad.

Otro mérito de este atlas es ofrecer diversas líneas de lectura, incluso la menos supeditada a una erudición histórica y la simple contemplación estética de las imágenes urbanas y de las costumbres y los rasgos de una sociedad que va evolucionando en un marco relativamente constante. Es lástima que ese empeño bibliográfico sea tan poco divulgado, incluso entre los profesionales. Quizá ha sido víctima de una distribución demasiado restringida.

Oriol Bohigas es arquitecto.

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