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Reportaje:

Hamás desafía a Al Fatah

El antagonismo entre Hamás y Al Fatah ha estallado con toda virulencia en los territorios palestinos y amenaza convertirse en el germen de una guerra civil. Desde la banda de Gaza, bastión del integrismo, los líderes de Hamás acaban de franquear todas las líneas rojas y vulnerar los pactos internos, al lanzar una condena sin precedentes contra la Autoridad Nacional Palestina y su presidente, Yasir Arafat, al que acusan de doblegarse a las presiones de Estados Unidos y nombrar como primer ministro a un hombre familiarizado con el pactismo, Abu Mazen, con la consigna tajante de frenar a cualquier precio la Intifada.

La tensión se nota en las calles, especialmente en los muros de la ciudad universitaria, donde las pintadas de los militantes fundamentalistas islámicos de Hamás, rivalizan con los de los de los seguidores laicos de Al Fatah. La pugna se ha avivado en los últimos meses, desde que el presidente Yasir Arafat reclamara un alto el fuego en la Intifada y exigiera a los seguidores del jeque Ahmed Yasin deponer las armas, para tratar de restablecer el diálogo y las negociaciones con los israelíes, poniendo punto final a una Intifada que se inició hace 30 meses y que se ha cobrado ya más de 3.000 muertos.

Casi nadie confía en el nuevo primer ministro Abu Mazen, 67 años, cuya primera misión será la de pacificar Gaza, controlar a las facciones armadas
Las últimas encuestas señalan en términos globales que los integristas islámicos cuentan con el 35% y los laicos de Al Fatah sólo con el 30%

"La Intifada continuará. Ésta es nuestra guerra de la independencia, como Argelia o el Vietnam tuvieron un día la suya. El precio de la soberanía es muy grande. Hemos estado negociando con Israel durante cerca de 11 ños y no ha servido para nada. Lo único que nos queda ahora es seguir luchando. Hemos perdido muchas vidas para detenernos ahora", asegura Mahmoud al Zahar, 57 años, médico cirujano, profesor en la Universidad Islámica de Gaza, presidente de la Asociación de Médicos Árabes, Miembro del Alto Consejo de Educación y uno de los fundadores de Hamás, desde su destartalado dispensario del suburbio de Zeituni, permanentemente custodiado por las milicias de su ejército secreto, las Brigadas de Ezzedine al Kasam.

Opinión dividida

Los líderes de Hamás no están solos. El movimiento fundamentalista es el principal partido de la oposición en todos los territorios palestinos. Las últimas encuestas señalan en términos globales que los integristas islámicos cuentan con el apoyo del 35% de la población, mientras que los laicos de Al Fatah, sólo con el 30%, según los sondeos realizados por la Universidad Bir Zeit de Ramala. Según estos sondeos, el resto de la población, un 35%, no milita en ninguna de las dos formaciones y constituye una masa indecisa, no afiliada, que de manera constante se balancea entre el pragmatismo de Arafat o el radicalismo de Hamás, sin saber muy bien hacia dónde se dirigen.

Los análisis matemáticos de los sondeos palestinos reflejan, sin embargo, de manera parcial lo que sucede en la región. En realidad, el reparto de influencias en los territorios palestinos es mucho más radical y contundente; Hamás ha quedado prácticamente neutralizada en Cisjordania, mientras que en Gaza se ha convertido en una fuerza hegemónica, socialmente influyente, que ha logrado desplazar a la propia administración de la Autoridad Nacional Palestina y ha dejado relegada a Al Fatah. Los fundamentalistas han conseguido no sólo hacer prevalecer sus métodos de lucha en la Intifada de Gaza, sino además infiltrarse en el tejido social de la zona, imponiendo de forma sutil, pero impecable, una versión mitigada de la sharia -ley islámica- que obliga, por ejemplo, a las mujeres a llevar el velo y que ha desterrado las bebidas alcohólicas de todos los establecimientos, incluidos los hoteles a los que acuden los extranjeros.

"Hamás cuenta con un gran apoyo popular desde hace dos años. Sobre todo en Gaza. Este apoyó empezó cuando fracasó el Proceso de Paz. Pero además los ataques suicidas que llevan a término sus militantes tienen el beneplácito de una población que ve en estos actos la concreción de un sentimiento de revancha contra las atrocidades del ejército israelí", reconoce Ziad Abu Amr, 45 años, catedrático de Ciencias Políticas de la Universidad de Birzeit, diputado independiente por Gaza, responsable del Comité Político del Consejo Legislativo Palestino y estudioso del movimiento fundamentalista.

Said Zidani, profesor de filosofía de la Universidad Al Quods de Jerusalén, responsable de la Comisión Palestina para los Derechos Humanos y firmante de una carta junto con otros 120 intelectuales palestinos pidiendo el fin de los ataques suicidas, corrobora plenamente la hegemonía política de Hamás. Asegura que los fundamentalistas han conseguido el liderazgo gracias a dos factores: "A la violencia de la lucha israelo-palestina, y al desmembramiento de la Autoridad Nacional Palestina, cuyos dirigentes se muestran incapaces de responder a las necesidades de la población".

Los intentos por reconciliar las posiciones entre Hamás y Al Fatah han fracasado estrepitosamente. Las labores de mediación del presidente egipcio, Hosni Mubarak, que durante tres meses ha sentado en El Cairo a responsables de una y otra organización, han acabado hasta ahora sin ningún acuerdo, de la misma manera que finalizaron en 1995 las conversaciones que llevaron a término en la misma capital las dos facciones, después de una oleada de violencias interpalestinas. Han fracasado también, en este sentido, los esfuerzos de los dos ministros del Interior, Abdel Razak Yehieyeh y Hani Hassan, quienes, desbordados por la fuerza de los islamistas en Gaza, se han visto obligados a arrojar la toalla.

Éste es el panorama desolador con el que se enfrenta el nuevo primer ministro palestino, Abu Mazen, 67 años, cuya primera misión será la pacificación de Gaza; controlar a las facciones armadas, especialmente Hamás, y poner punto final a la revuelta para iniciar a continuación lo que el llama "la Intifada sin armas". Pero casi nadie confía en él, y menos la calle palestina, que recuerda con desprecio que fue en 1993 el negociador y firmante de los Acuerdos de Oslo y uno de los dirigentes de esa nueva clase política, bautizada con el nombre de los tunecinos, que vivió el exilio dorado y corrupto de Túnez para convertirse a continuación en un "funcionario de la negociación estéril" con los israelíes.

Un palestino asesinado es enterrado en el sur de la franja de Gaza en noviembre del año pasado.
Un palestino asesinado es enterrado en el sur de la franja de Gaza en noviembre del año pasado.REUTERS

Más de 300 muertos en tres meses

MÁS DE 300 PERSONAS, entre ellas 250 palestinos, han muerto entre diciembre y febrero, en el marco de la Intifada, otros 1.400 han sido heridos y 800 casas han sido destruidas. La mayor parte de las víctimas se han registrado en la banda de Gaza, donde el Ejército israelí viene lanzando, una tras otra, una serie de ofensivas para acabar con Hamás.

El general Amos Gilad, coordinador del Gobierno de Israel en los Territorios Palestinos, ha afirmado que estas operaciones continuarán "hasta acabar con el terrorismo", ya que "Hamás es un enemigo para los israelíes, pero también para el pueblo palestino".

La ofensiva militar israelí sobre el bastión islamista de Gaza se ha centrado sobre todo en el campo de refugiados de Jabalia, una de las zonas más densamente pobladas del mundo, donde se amontonan, entre la miseria y la basura, más de cien mil habitantes.

La pobreza de Jabalia sólo es comparable a la de otros dos campos del sur de la banda de Gaza, Jan Yunes y Rafah, donde viven desde hace más de medio siglo otros 140.000 refugiados, víctimas permanentes de los ataques israelíes, que tratan por todos los medios de salvaguardar la vida de 6.900 colonos. Gaza posee otros cinco campos de refugiados en el centro y el norte de la franja sumando 130.000 habitantes más. Para los habitantes de estos enclaves, Hamás es su única esperanza y ayuda, sobre todo desde que los soldados sellaron las fronteras y les impidieron pasar a Israel a ganarse la vida. A través de sus organizaciones caritativas religiosas reciben periódicamente su sustento, ofreciendo a cambio su militancia y la vida de sus hijos, dispuestos en muchos casos a morir en combate o a convertirse en comandos suicidas.

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