_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Sanidad militar

La sanidad militar está en liquidación. Intentan desprenderse de la Policlínica Naval, un complejo de tres edificios que ocupan toda una manzana en la calle de Arturo Soria. También pretenden lo propio, aunque por el momento sin mucho éxito, con el sanatorio de Los Molinos, un edificio por el que nadie ha pujado en ninguna de las dos subastas celebradas al efecto. Ahora lo quieren vender directamente, pero el Ayuntamiento de aquel municipio exige la reversión de los terrenos que cedió hace sesenta años y es difícil que salga un comprador dispuesto a meterse en ese embrollo legal.

Tampoco la policlínica de Arturo Soria está limpia de polvo y paja; hay una parte del edificio que fue alquilada a una clínica privada hasta el año 2008. El tercero de los inmuebles en venta es el aún denominado hospital del Generalísimo, único centro por el que la Consejería de Sanidad ha mostrado interés. La idea de su titular Ignacio Echániz es integrarlo en la red pública como centro para pacientes de media y larga estancia, si es que llegan a un acuerdo en el precio. De momento han rechazado la oferta de Echániz para comprar ese edificio de Moncloa pagando sólo su valor catastral. Así de mal le va al Ministerio de Defensa su plan de liquidación por el que, supongo, pretendían tapar algunos agujeros económicos a costa, evidentemente, de rebajar la calidad en la atención médica a ese colectivo.

Lo que planean aquí en Madrid es concentrar todo el servicio de salud del ejército en el hospital del Aire que ahora está siendo remodelado. Mientras realizan esa reforma, que durará unos tres o cuatro años, la concentración se ha llevado a cabo provisionalmente en el mastodóntico hospital Gómez Ulla de Carabanchel. Allí es donde han acoplado sin demasiado orden ni concierto a los equipos de las distintas especialidades, y a todo el personal proveniente de los centros que han ido cerrando. Meter varios hospitales en uno, desde luego, no debe ser tarea fácil, sobre todo cuando la sensación que se transmite a los profesionales es la de asistir a una operación derribo en toda la regla. Además, los edificios que componen ese complejo sanitario no están precisamente en su mejor momento. Hay plantas y zonas del hospital que han sido completamente cerradas y el tiempo empieza a causar estragos en la mecánica operativa de los edificios. Desde una elemental bombilla fundida que nadie repone, hasta el indispensable botón avisador de las habitaciones cuya avería tarda días en ser reparada, pasando por los desesperantes ascensores en los que hay que invertir hasta veinte minutos, la sensación de decrepitud empieza a ser generalizada. Nada en cualquier caso comparable a la devaluación experimentada por la calidad en la asistencia médica. La deficiente integración de los equipos procedentes de distintos centros y diferentes armas repercute negativamente en la atención al paciente. Las rivalidades entre facultativos, la lucha por el territorio y los reinos de taifas pueden impedir que el enfermo reciba un imprescindible seguimiento multidisciplinar o que su historial no sea ni siquiera revisado por provenir de una especialidad distinta o hallarse en otro centro. En las urgencias es frecuente que no haya celadores para ingresar a un paciente y las tensiones entre el personal propician el que un radiólogo se permita el lujo de devolver a un enfermo, o hacerle recorrer cientos de metros de pasillo por que no le llega en camilla. Aún más notorio es el deterioro en el servicio de enfermería. La atención en determinadas horas cae hasta tal extremo que los familiares han de cuidar a los enfermos, si no contratar los servicios de personal externo o sanitarios del propio hospital que inmediatamente se ofrecen por 70 euros la noche. Esto es en lo que se ha quedado al día de hoy la sanidad militar en Madrid. Un servicio de salud que antes funcionaba razonablemente bien y cuyos beneficiarios se consideraban privilegiados. Ahora muchos de los que han padecido su degradación se plantean trasladarse al Insalud, donde al menos tienen alternativas para escoger. Dicen que en cuatro o cinco años, cuando acaben las obras del hospital del Aire, el servicio mejorará. Entre tanto, Defensa que no juegue con fuego. Si la sanidad militar es un desastre en tiempos de paz imagínense en una guerra.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_