La dirección de la crisis de Irak por Aznar acentúa el malestar de la diplomacia española
Muchos diplomáticos lamentan la pasividad de su ministerio y disienten de las posiciones oficiales
El cuerpo diplomático sufre una ya antigua desazón, en la que confluyen motivos laborales, como la ruptura del escalafón, y profesionales, derivados de las consecuencias que la nueva práctica de nombramientos tiene para la política exterior. La mano férrea impuesta por La Moncloa en la conducción de la crisis de Irak ha agravado el malestar hasta el extremo de que es muy frecuente oír opiniones discrepantes con las oficiales en los pasillos del Ministerio de Exteriores. La posición del Gobierno que merece mayor rechazo es que la resolución 1.441 baste para legitimar un ataque.
Las orientaciones de Exteriores son ignoradas con gran frecuencia por La Moncloa
"Una guerra desatada al margen del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas constituiría un ilícito internacional, ya que la [resolución] 1.441 no autoriza el uso automático de la fuerza. Por ése y otros motivos, son muchos los expertos que cuestionan las posiciones adoptadas por el Gobierno español en ese asunto", razona un embajador.
Ese diplomático pide que no se dé su nombre, por la misma razón que los cada vez menos anónimos disidentes descartan formalizar su existencia en un texto conjunto que resuma sus preocupaciones. Explican que, como funcionarios y ejecutores de la política exterior, no les corresponde suscribir posiciones contrarias a las del Gobierno públicamente. Pero tampoco quieren renunciar a que sus puntos de vista sean conocidos.
Dimisión en Bagdad
Junto a la preocupación por la ruptura del consenso sobre la política exterior y por las consecuencias que esta situación pueda tener para los intereses españoles en el Magreb o Iberoamérica, uno de los motivos más comunes del malestar actual, que se manifestó el pasado diciembre con la dimisión del encargado de negocios en Bagdad, Fernando Valderrama, tienen sus raíces en el papel "secundario" que, en opinión de estos profesionales, está jugando su ministerio.
Que la crisis esté siendo dirigida personalmente hasta el detalle por el presidente José María Aznar no lo niegan ni siquiera los portavoces del Gobierno. Pero más allá de ese protagonismo del presidente, lo que estos diplomáticos lamentan es que los consejos y orientaciones elaboradas en su Departamento estén siendo ignorados con tal frecuencia que llegan a hablar de la existencia de un "foso creciente" entre el centro decisorio de La Moncloa y órganos claves de Exteriores.
Un diplomático que ha desempeñado más de una embajada asegura, por ejemplo, que la última visita de Aznar a México, el pasado 20 de febrero, cuando fue recibido con frialdad porque la opinión pública insistía en que acudía a Fox para pedirle su voto, antes de reunirse con Bush en su rancho de Texas, fue vivamente desaconsejada por la dirección general de Iberoamérica. El presidente hizo caso omiso, despegó de Madrid con la esperanza de comparecer junto a Fox ante los periodistas para lanzar algún mensaje común y se encontró al aterrizar con la realidad de que su colega mexicano no admitía más concesiones sobre el encuentro que una foto juntos.
Otro ejemplo notorio se dio durante la última visita de Blair a Madrid, el pasado 27 de febrero. La secretaría de Estado para Europa consideraba preferible que los dos líderes no aprobaran su propuesta conjunta de reforma de las instituciones europeas porque entendía que, en el clima de tensión con Francia y Alemania creado por la crisis de Irak, el proyecto sería fácilmente malinterpretado y podría resultar negativo. Los británicos querían, sin embargo, a toda costa ese documento, para romper el aislamiento que padecen en la Unión Europea cuando se trata de temas institucionales. Aznar decidió dárselo en el último momento, y la propuesta hispano-británica para la Convención sobre el futuro de Europa fue aprobada.
Las fuentes diplomáticas consultadas insisten en que esta pérdida de influencia de Exteriores va más allá del caso concreto de Irak y está íntimamente relacionada con una política de personal y de nombramientos que "con frecuencia, prima un determinado perfil en detrimento de funcionarios experimentados".
Si la llegada del PP al Gobierno supuso un amplio relevo de embajadores y altos cargos de Exteriores, para dar entrada mayoritariamente a diplomáticos próximos a ese partido, el proceso subsiguiente se complicó hasta provocar, en junio de 2000, al menos una insólita denuncia pública de favoritismo por parte de un funcionario, Ignacio Aguirre de Cárcer, poco sospechoso de simpatías izquierdistas. El descontento por esa tendencia se agravó cuando, tras la llegada de Ana Palacio, en julio pasado, casi toda la cúpula del ministerio fue asumida por diplomáticos jóvenes que trabajaron en el equipo de internacional de La Moncloa durante los años anteriores.
Según cálculos de diplomáticos consultados, el resultado de esa operación es que ningún alto cargo actual de Exteriores ha tenido experiencia previa como embajador ni ministro de primera y que la mayoría de ellos (18 sobre 23) pertenezcan a los escalones medios o bajos, como ministros de tercera y consejeros.
Entienden las mismas fuentes que esa política implica una pérdida de experiencia para el ministerio, con las consiguientes secuelas de decisiones menos ecuánimes y fundamentadas que amenazan el peso específico de la política exterior española en un contexto global. Ello explicaría también que los contactos informales entre miembros de la carrera para tratar del futuro de su profesión, intensificados al hilo de la crisis de Irak, hayan reunido a diplomáticos de distintas afiliaciones.
Más de 70 funcionarios, sobre un total de 700 diplomáticos, han intervenido en esas conversaciones, según las fuentes consultadas. Sólo unos 40 de ellos asistieron a los almuerzos que, en dos tandas, les ofreció el líder del PSOE, José Luis Rodríguez Zapatero, hace tres meses, para explicar su posición.
Un portavoz de la Oficina de Información Diplomática desmintió anoche "rotundamente" que el último viaje de Aznar a México fuera desaconsejado por Exteriores y que ese Departamento considerara inoportuno firmar la declaración hispano-británica sobre el futuro de Europa el pasado mes de febrero. Por lo demás, el mismo portavoz recordó que la política exterior ha sido invariablemente una política de la presidencia del Gobierno en todas las legislaturas de la España democrática.
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