Las mil caras del nacionalismo
El apasionado alegato publicado en 1933 por Julien Benda (seis años después de su resonante ensayo La trahison des clercs) a favor de una Europa humanista describía al nacionalismo como "ridículo y odioso". ¿Cuáles fueron las causas de que la generalizada vinculación del nacionalismo durante la primera mitad del siglo XIX con los ideales de libertad y democracia cediera el paso cien años más tarde a esa despreciativa condena? La patria lejana -un libro tan documentado como enjundioso- reconstruye los intrincados senderos que condujeron desde los mensajes emancipadores de los patriotas griegos, italianos, polacos o húngaros hasta el secuestro del concepto de nación por los proyectos autoritarios de expansión territorial o imperialista de las décadas posteriores. Juan Pablo Fusi advierte que su libro está escrito desde la perspectiva del historiador, centrada en narrar y explicar el curso de los acontecimientos; tampoco faltan en la obra, sin embargo, referencias a las teorías sobre el nacionalismo: mientras los modernistas correlacionan su aparición con el surgimiento de las sociedades urbanas de clase media y la invención ideológica de las tradiciones y las comunidades imaginadas, los etnosimbolistas sostienen que la nación es una realidad inmemorial, orgánica, primordial y ancestral.
LA PATRIA LEJANA. EL NACIONALISMO EN EL SIGLO XX
Juan Pablo Fusi
Taurus. Madrid, 2003
408 Páginas. 21 euros
En cualquier caso, los contextos civilizatorios, las estructuras sociales y las asimetrías de poder político o económico configuran una abigarrada tipología de movimientos nacionalistas de diverso signo: cívicos o autoritarios, religiosos, étnicos, lingüísticos o tribales, mayoritarios o minoritarios dentro del mismo Estado, abiertos o cerrados, etcétera. Fusi conduce al lector por el intrincado laberinto de las peripecias del nacionalismo en tanto que género abarcador de esas múltiples especies o variantes, una empresa equivalente a escribir la historia del siglo XX desde ese enfoque o centro de interés particular. En cualquier caso, la deriva del nacionalismo emancipador decimonónico hacia la intolerancia y la opresión estaba seguramente inscrita desde el comienzo en la ambigüedad política de su proyecto. Lord Acton señaló en su ensayo de 1862 sobre las ideas de Mazzini que el nacionalismo oscilaba entre dos ideas opuestas e irreconciliables entre sí: la teoría política de la libertad y la defensa de los derechos individuales, por un lado, y el principio de la unidad nacional y la reivindicación de los derechos colectivos, por otro.
La expansión imperialista euro
pea, la modernización de Japón y el despertar nacional en Asia y África marcaron el cruce de los siglos XIX y XX. El nacionalismo esencialista de corte agresivo desembocaría en la atroz carnicería de la Gran Guerra, con ocho millones de muertos en las trincheras; el magnicidio de Sarajevo, fulminante de aquel sangriento conflicto, puede servir como recordatorio de las causas históricas que transformaron en un polvorín a los Balcanes. Concluidas las hostilidades en 1918, el Tratado de Versalles impuesto a las potencias derrotadas y los efectos perversos del derecho de autodeterminación reconocido a territorios anteriormente controlados por los imperios alemán, austro-húngaro y otomano no harían durante el periodo de entreguerras sino contribuir a propagar de forma pavorosa el incendio nacionalista. El belicista ascenso del fascismo italiano y del nacionalsocialismo alemán marcharía en paralelo con la quiebra de la democracia en los nuevos Estados de la Europa Central nacidos bajo la inspiración bienintencionada del doctrinarismo wilsoniano: tal y como había pronosticado el secretario de Estado Richard Lansing, el principio de autodeterminación estaba cargado de dinamita: "Levantará esperanzas que nunca podrán ser satisfechas y costará miles de vidas". Fuera del continente europeo, la crisis colonial y el expansionismo japonés enarbolarían también durante ese periodo banderas nacionalistas.
El horror producido por la barbarie -60 millones de muertos-de la Segunda Guerra Mundial, descrita por algunos historiadores como la etapa terminal de la nueva guerra de los Treinta Años iniciada en 1914, llevaría a E. H. Carr en 1945 a concluir erróneamente que el nacionalismo era una fuerza en declive y que la humanidad había entrado de forma irreversible en una etapa de internacionalismo superador de la ideología de la "pequeña nación". Pero la descolonización en Asia y África durante la posguerra, el reavivamiento o la aparición en el Occidente europeo del etnonacionalismo (irlandés, vasco, quebequés, flamenco, corso o bretón) y la implosión de los países comunistas después de 1989 mostrarían la potencialidad movilizadora del nacionalismo para encauzar las emociones y las lealtades hacia las más diversas metas. Juan Pablo Fusi describe las desventuras de los Estados que accedieron a la independencia después de 1945 y concluye su exhaustivo relato con dos dramáticos capítulos: la violencia de los nacionalismos divisivos en el seno de la Europa democrática (especialmente sangrientos en Irlanda y el País Vasco) y la devastadora limpieza étnica dentro de la antigua Yugoslavia.
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