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Columna
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Risas

Amante que soy de las comedias de situación televisivas, sobre todo de aquellas que ofrecen risas de acompañamiento, enlatadas o no; de los programas participativos en los que el público aplaude conforme el regidor se lo va exigiendo; y también de las adhesiones espontáneas. Amante que soy, asimismo, de los recursos que proporcionan la imagen y el sonido en nuestro mundo de hoy para nuestro esparcimiento y solaz; de las múltiples posibilidades con que el montaje puede enfatizar la narración cinematográfica; y de la revisión histórica efectuada desde el punto de vista actual.

Amante que soy, en definitiva, del poder expresivo de las imágenes, les comunico que acabo de realizar un docu-drama cortito pero de extraordinario interés, añadiendo las risas y aplausos exteriorizados el martes en el Congreso por los agrupados populares (que grabé con unción), como banda sonora, a las imágenes de Vencedores o vencidos en donde los procesados por crímenes contra la Humanidad declaran que hicieron lo que hicieron cumpliendo órdenes y por lealtad a su líder y su nación. Se puede enriquecer con un fundido en negro, mientras siguen los aplausos y carcajadas, que van rayándose cual disco antiguo hasta mezclarse con gritos de zafarrancho de combate.

Burdo, mi invento, ¿verdad? A mí me parece sutil, comparado con la delirante nube de grandeza en que parecían flotar los diputados populares durante el debate, actuando como calígulas ejecutivos y ejecutores, cuyo voto equivalía al gesto del pulgar inclinado hacia abajo. Viva la muerte.

Lo mejor llegó cuando el virulento señor Rajoy, que por fin emerge de sí mismo tal como siempre supe que sería en el momento de la verdad, se puso lingüísticamente correcto, desde el punto de vista feminista, y pidió al portavoz socialista que "nos aclare a todas" cuál era la posición del PSOE.

Lo peor: comprobar que la adhesión inquebrantable no ha arrasado de forma inmediata en las portadas de los periódicos del Imperio, y que tampoco ha provocado aludes de felicitaciones trasatlánticas. Los presidentes norteamericanos son como los hombres: más les demuestras tu amor, más lo dan por hecho. Eso, o que a nuestro mini Churchill le falla su mini Goebbels.

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