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Columna
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Berlanguiano

Cuando vemos una película, cuando leemos una novela, sabemos que lo que allí se nos cuenta es mentira, sin embargo a poco bien contadas que estén, nos sumergimos en ellas dispuestos a creer en la verdad de la ficción. Y cuando una trama no nos convence, cuando a un actor no nos lo creemos, decimos que la novela o la película es mala. Algo parecido sucede también en la política.

Las palabras de Eduardo Zaplana en contra de la demagogia en el asunto del agua guardan un curioso paralelismo con la posición a favor de la paz de José María Aznar. Son temas distintos y distantes, la letra de la canción que interpretan es diferente, pero la música suena igual de desafinada. En ambos casos asistimos a un problema de credibilidad, que es lo que está perdiendo el PP de un tiempo a esta parte a marchas forzadas.

La huelga general del pasado verano vino a marcar el principio del fin de la era popular sin que los analistas políticos, ni siquiera los dirigentes de la oposición, barruntasen, apenas unas horas antes, el calado de la convocatoria y la marea de fondo de la movilización. A partir de ese momento se hicieron evidentes todos los errores de gestión, que no son pocos, de los gobiernos del PP.

En una sociedad moderna nadie espera de un político la verdad, eso sería cosa de un mesías, lo más opuesto a un dirigente democrático. Sin embargo, lo que sí espera el ciudadano de sus representantes es que lo que diga sea políticamente verosímil, que su discurso vaya mínimamente acompasado con sus actuaciones. Cuando Eduardo Zaplana dice que está contra la demagogia en el asunto del agua y José María Aznar, a favor de la paz en Irak, ambos respiran por la herida y resultan absolutamente inverosímiles.

Las imágenes de la concentración del pasado domingo van a tener que manipularse mucho para que tengan alguna eficacia propagandística, porque lo que esa película muestra no resulta verosímil como manifestación. Hubo ya un primer intento de manipulación por parte de Canal 9, al encadenar repetidamente las imágenes aéreas del mismo tramo de la Alameda, alargando tramposamente el paseo y la percepción del numero de asistentes al acto. Pero no es cuestión de números, por mucha distancia que haya entre los 60.000 de los ecologistas y el millón de Eduardo Zaplana, el asunto es otro. Y es que lo del domingo fue otra cosa, pues lo que sucedió en la Alameda carecía de los elementos imprescindibles que caracterizan una manifestación. A la puesta en escena le faltaba un poco de gimnasia y le sobraba mucho arroz, quiero decir que no hubo recorrido y que lo de las paellas fue berlanguiano. Falló también el tono reivindicativo, empezando por el dejo desmayado de Juan Carlos Ferrero (¿por qué en lugar de un tenista no pusieron directamente a un golfista?) y siguiendo por la actuación del coro, que en lugar de ir a gritar a una manifestación parecía que fueran a recibir la bendición papal.

El PP ha perdido buena parte de apoyos de la ciudadanía, pero además ha perdido la confianza en sí mismo, lo que le ha llevado al despilfarro de recursos públicos en un acto que hace evidente la diferencia entre movilizarse y ser movilizado, entre lo que emerge y lo que está en decadencia.

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