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Tribuna:EL CIERRE JUDICIAL DE 'EGUNKARIA'
Tribuna
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Lecciones de la batalla

Los autores consideran que tras la clausura del diario en euskera, la sombra "del delito de opinión" planea sobre los que se expresan en lengua vasca

Es difícil adivinar cómo será el paisaje después de la batalla de Euskaldunon Egunkaria, pero siempre es posible entrever, a la luz de una experiencia indeseada, algunos de sus trazos más previsibles.

Cabe imaginar, en el mejor de los supuestos, que se retiren los precintos del diario y que los profesionales que lo elaboran (y que, claro está, no se encuentren detenidos) puedan reintegrarse a sus puestos de trabajo y reanudar la tarea cotidiana. El resultado inmediato sería que los lectores del único diario en euskera podríamos ejercer de nuevo nuestro derecho a informarnos en esa lengua. Y, sin embargo, nada será como antes. Sabremos que planea sobre quienes nos expresamos en euskera la alargada sombra del "delito de opinión", y tendremos conciencia plena de la vigencia de una política de hechos consumados a la que tan apegados parecen, en lo tocante a la criminalización de las industrias culturales en euskera, ciertas instancias judiciales y gubernamentales.

Sabremos también que algunos periodistas y políticos son capaces de mostrar en público su regocijo por la tropelía cometida contra Euskaldunon Egunkaria, y habremos de resignarnos a gastar más tinta y más voz en explicar, por encima de la barahúnda, conceptos esenciales para la democracia como el de libertad de expresión y opinión.

Sabremos que los oportunistas habituales han vuelto a aprovechar la ocasión de arrojar el anzuelo de su sectarismo al torbellino de la indignación democrática. A quien es capaz de utilizar una manifestación como la del día 22 de febrero en San Sebastián para dar rienda suelta a sus particulares filias y fobias político-ideológicas, poco le importará dónde se halle el punto de consenso entre las decenas de miles de personas que nos congregamos para rechazar una actuación político-judicial (¿cómo denominar, si no, a un acto insólitamente pactado, conviene no olvidarlo, entre el poder ejecutivo y el judicial?); antes bien, a quien es capaz de gritar en un acto de esa naturaleza consignas como "Independencia", "PP-PSOE, fascistas", "EA-PNV, españoles" o "¿Es esto el Plan Ibarretxe?", lo que le molesta es, precisamente, que ese punto de consenso que unió a decenas de miles de manifestantes esté tan alejado de su programa y, más aún, de sus prácticas políticas particulares.

Comprobaremos, una vez más, que quienes deseamos llevar la reivindicación del euskera a un territorio amplio y habitable, confortable y sereno, seremos zarandeados de nuevo por quienes, desde una u otra posición política, pretenden instrumentalizar esa reivindicación vital en beneficio de sus objetivos sectarios.

Aprenderemos, con dolor, que la lucha feroz entre patriotas de diversas banderías apenas deja espacio para un sistema de convivencia que se sustente, en lo individual, sobre la suprema libertad de opción personal, y, en lo colectivo, sobre la negociación permanente de condiciones y compromisos de convivencia fructífera.

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Padeceremos la vergüenza de contar entre nuestros conciudadanos a personas capaces de calificar de "terrorismo de Estado" el cierre de Euskaldunon Egunkaria y, al mismo tiempo, mirar para otra parte cuando se produce el asesinato de, por ejemplo, Joseba Pagazaurtundua. No será menor la vergüenza ajena que sentiremos al comprobar cómo otros de nuestros conciudadanos cometen sin sonrojo alguno la aberración ética de imputar a la máxima autoridad democrática vasca la responsabilidad de un asesinato político, o de sugerir, al amparo de la sutil y contrastada fórmula jurídica "Te abofeteo, luego eres culpable de merecer mi bofetada", que las instituciones vascas han venido financiando poco menos que un órgano de expresión de ETA.

Nos sabremos más desvalidos ante un Estado que, cuando se producen denuncias públicas de malos tratos y torturas a detenidos, reacciona amenazando a los denunciantes, sin hacer siquiera el más leve gesto que demuestre algún interés por esclarecer los hechos y, en su caso, establecer las responsabilidades pertinentes, de forma que el acusador se convierte, por obra y gracia de la prepotencia del gobernante, en reo de su propio acto de denuncia. Y no nos quedará más remedio que repetirlo una vez más: la impunidad de los torturadores, tan consustancial a las policías políticas de los regímenes dictatoriales, es inconcebible en un sistema democrático, como inconcebible es el aval silencioso de quienes parecen excluir de la relación de derechos individuales dignos de ser reivindicados el de todo detenido a la presunción de inocencia y a un trato digno de su categoría de ciudadano.

Escucharemos las proclamas de quienes exigen que todo se posponga mientras dure el terror, como si ese mismo terror no hubiera surgido, precisamente, en una época en que todo, especialmente cualquier forma de libertad, estaba pospuesto, llegando incluso a sobrevivirla; como si despojar a la lucha antiterrorista de sus evidentes contenidos políticos e ideológicos beneficiara a alguien que no sea a los propios terroristas y a aquellos que, bajo el pretexto de combatir el terror, se proponen silenciar cualquier disidencia, por democrática que sea, en su cruzada contra la versión local del "Eje del Mal"; como si fuera más coherente desde el punto de vista democrático decir, pongamos por caso, "Constitución sí, ETA no" que, por ejemplo, "España federal sí, ETA no", "Libre asociación sí, ETA no" o, incluso, "Independencia sí, ETA no".

Arreciarán las acusaciones de "equidistancia" proferidas por los profetas de los absolutos más dispares, siempre empeñados en pintarlo todo del color de su bandera, contra quienes se nieguen, con idéntica intensidad, a engrosar las filas del terror o de la venganza.

Sabremos más cosas, sí, pero es muy posible que los conocimientos adquiridos en este tramo del camino no nos resulten de ninguna utilidad. Porque ni quienes cierran periódicos en nombre de la democracia ni los que asesinan en nombre de la patria parecen dispuestos a cejar en su empeño por redimirnos del inmenso pecado de desear vivir en la patria de la libertad, la única aceptablemente humana, la única decentemente defendible.

(*) Firman también el artículo los escritores Bernardo Atxaga, Inazio Mujika Iraola, Iban Zaldua, Patxi Zubizarreta, Joxerra Sagastizabal, Juan Garzia y Joserra Garzía.

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