Blair, el vulnerable soldado cristiano
El primer ministro británico actúa convencido de sus ideas con el objetivo de evitar que la brecha transatlántica sea irrecuperable
La política de Tony Blair respecto a Irak le ha colocado en la situación política más vulnerable de su vida. Pero nadie lo diría al verle: un tercio de los parlamentarios de su partido laborista están en franca revuelta; la mayoría de la población británica, en su contra; los peores índices de popularidad desde que es primer ministro, y tildado de perrito faldero (según la mitad de sus compatriotas) de George W. Bush, a quien la tercera parte de los británicos encuestados considera una amenaza mayor para la paz que Sadam Husein.
En vez de apartarse de los focos, en vez de obedecer el instinto natural de escapar y esconderse, acepta la invitación para aparecer en un programa en directo de la BBC, con el entrevistador más implacable y ante un público unánimemente opuesto a la guerra contra Irak. Y eso no es más que una variante de lo que lleva algún tiempo haciendo, día tras día y semana tras semana.
Si las cosas le van mal, se hará pedazos su gran sueño, ser puente entre Europa y EE UU
Reforzó al moderado Powell en sus debates con los 'halcones' civiles del Pentágono
Cuanto más arrinconado está, sale con más energía a luchar: en el Parlamento, en la radio y la televisión, en escenarios públicos de su país y del extranjero; en todas partes defiende sus argumentos, discute con sus oponentes, como un profeta rodeado de escépticos e infieles, pero absolutamente convencido de que ha visto la luz y tiene la obligación de contar al mundo la verdad.
Ese programa de la BBC, emitido en directo el mes pasado y de una hora de duración, tiene como entrevistador a Jeremy Paxman, una figura legendaria en el Reino Unido; famoso por haber repetido en una ocasión la misma pregunta 14 veces a un evasivo miembro del Gobierno. Al preguntar Paxman al primer ministro británico si era un caniche -entre carcajadas de placer del público presente en el estudio-, Blair replicó que él no se podía dar el lujo, hoy en día, de andar con tonterías.
"Ésta es la razón de que haga lo que hago, aunque sé que es difícil e impopular en ciertos sectores. Es cuestión de tiempo que este aspecto de las armas químicas, biológicas y nucleares -cada vez más fáciles de obtener dada su proliferación por parte de Estados inestables e irresponsables- se combine con el terrorismo internacional de manera devastadora para este y otros países del mundo. Y, aunque sea la única persona que siga diciéndolo, lo voy a decir", aseguró Blair.
Es casi el único que sigue diciéndolo en el Partido Laborista. Aunque dos tercios de sus diputados en el Parlamento votaron esta semana con él -en muchos casos, muy a su pesar- sobre la política británica respecto a Irak, sólo le han respaldado en público una pequeña minoría de sus correligionarios. No sólo porque quizá albergan dudas, sino porque tienen auténtico temor a que adherirse al primer ministro signifique aferrarse a un barco que se hunde.
Todo depende de cómo vaya la guerra, aparentemente inevitable, con Irak. Un funcionario británico estrechamente relacionado con el drama de Irak dibujaba dos situaciones posibles.
"Si todo sale mal; si no hay resolución del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas; si Estados Unidos invade y Blair, a su pesar, les acompaña; si no hay una victoria rápida; si, después de seis semanas, sigue habiendo luchas callejeras en Bagdad; si mueren muchos soldados británicos; si los pozos de petróleo se incendian; si los sentimientos se polarizan peligrosamente en la región árabe; si hay atentados terroristas en el Reino Unido... Si ocurre todo eso, Blair tendrá que dimitir o será expulsado por su propio partido".
"O si las cosas salen bien, hay resolución de la ONU, invadimos y la guerra termina enseguida, Sadam es capturado y enviado a La Haya, el pueblo iraquí se alza en celebración, encontramos los depósitos de armas químicas y biológicas, se crea un Gobierno de posguerra que cuenta con el respaldo popular... Si eso es lo que pasa, Blair estará exultante, despedirá a los ministros que dudaron y tendrá más fuerza que nunca".
Pero la carrera política de Blair no es lo único que corre peligro. Si las cosas le van mal en Irak, también se hará pedazos su gran sueño; su principal objetivo de política exterior en los seis años que lleva en el poder: ser el puente o, como dice un diplomático británico, "la fuerza galvanizadora" entre Europa y Estados Unidos. Ése es el propósito fundamental de la política exterior británica desde 1945. Y, como escribía The Economist la semana pasada, nadie, con la posible excepción de Winston Churchill, ha dedicado más pasión y energía a la causa que Blair.
Los franceses siempre se han opuesto. Charles de Gaulle bloqueó el ingreso del Reino Unido -tildándolo de "instrumento de Estados Unidos"- en el Mercado Común a principios de los sesenta, porque, con los británicos dentro, "Europa se hundiría en el Atlántico". El entonces primer ministro del Reino Unido, Harold MacMillan, comentó: "Cuando De Gaulle 'habla de Europa', en realidad 'quiere decir Francia".
Cuarenta años después, no parece que las actitudes hayan cambiado demasiado. Para desazón y desilusión de Blair. Porque hace un año, según fuentes diplomáticas, creía verdaderamente que la crisis de Irak iba a ser un elemento de unión entre Europa y Estados Unidos; que le ayudaría en su misión -contaba un antiguo colega que le conoce bien- de "dirigir a los británicos hacia una relación más relajada con Europa sin diluir su relación con Estados Unidos". Lo ocurrido desde entonces ha superado sus peores expectativas. Blair ve ahora que instituciones que cree que son vitales para la paz mundial -la Unión Europea, la Alianza Atlántica y Naciones Unidas- corren el riesgo de verse seriamente debilitadas.
¿Qué otra cosa podía haber hecho Blair? ¿Había una alternativa a la ruta del perrito faldero? ¿Podía haber hecho causa común con alemanes, franceses y la opinión pública mayoritaria en Europa occidental, en contra de los norteamericanos? No en el mundo en el que vive.
En primer lugar -como explicaba un funcionario que ha ocupado cargos de responsabilidad durante el mandato de Blair-, porque no tenía otra alternativa real. "No importa qué partido esté en el poder, la política británica respecto a Estados Unidos es un tren que sigue una vía establecida. José María Aznar y Silvio Berlusconi podían haber escogido qué dirección tomar. Blair, no".
Porque, además de lo que algunos comentaristas estadounidenses siguen llamando la sensibilidad compartida y los valores comunes de la anglosfera, el artículo de fe primordial de la política exterior británica es el de su relación especial con los norteamericanos; se trata de algo más que un mero consuelo por la pérdida del poder imperial, es la razón fundamental de que el Reino Unido siga teniendo en los asuntos mundiales una voz desproporcionada con su tamaño.
Por eso, cuando Ronald Reagan pidió en 1986 a Europa que apoyara su plan para bombardear Libia, como represalia por diversos atentados, Francia se negó, España se negó, pero el Reino Unido dijo sí. Margaret Thatcher estaba tan aislada, dentro y fuera de su país, como lo está hoy Blair. "Tuviera el coste que tuviera para mí", explicaba la ex primera ministra, "sabía que el coste que podía suponer para el Reino Unido no sumarse a la acción estadounidense era inconcebible".
En el caso de Irak, sin embargo, Blair cree que existen razones intrínsecas que no le dejaban más alternativa que ponerse del lado de su antiguo aliado. "La opinión de Blair", según un antiguo diplomático que ha trabajado en estrecha relación con él, "es que, si no hubiera adoptado la postura que ha adoptado, podríamos haber sufrido una brecha transatlántica importante con Estados Unidos, y eso habría hecho que actuaran de forma unilateral en el mundo. En tal caso, habríamos tenido una política exterior europea unificada, pero también una Europa incapaz de actuar por su cuenta. Y ésa habría sido la peor de todas las situaciones posibles".
Para no hundirse en el Atlántico, Blair lucha por conseguir que el puente no se derrumbe. Y, como insiste siempre el Foreign Office, ha ejercido una influencia importante sobre la Administración de Bush. Sobre todo al reforzar la mano moderada del secretario de Estado Colin Powell en sus debates con los belicosos civiles del Pentágono.
Los diplomáticos británicos creen que así es como Blair pudo contener un posible acto apresurado de venganza norteamericana en el mundo árabe tras el 11 de septiembre de 2001 y ayudó a convencer a Bush, el pasado otoño, para que siguiera dentro de la vía de la ONU, cuando los halcones del Pentágono le decían "al infierno la opinión internacional".
Los británicos no son los únicos que lo dicen. Los gobiernos de Europa y otras partes del mundo están discretamente agradecidos a Blair por haber conseguido hacerse con la confianza de Bush. Algo que no habría sucedido si Blair se hubiera salido de la línea marcada y hubiera abandonado una estrategia definida en un documento de 1943 del Foreign Office: "Si nos ocupamos de nuestra tarea como es debido, podremos ayudar a gobernar esta balsa enorme y rígida, Estados Unidos de América, hacia buen puerto. Si no, lo más probable es que siga revolcándose en el océano, como una amenaza solitaria para los buques".
Ahora bien, la principal razón de que Blair tenga la postura que tiene sobre Irak es que verdaderamente se lo cree, según dice incluso el propio partido conservador, cuyos líderes no han dudado en felicitarle por su postura. "El argumento fundamental", decía un funcionario, "se remonta al fuerte sentido del bien y el mal que tiene Blair". "Le impulsan valores auténticos", añade alguien que le conoce bien. "Cree que puede influir en las cosas, que puede hacer del mundo un lugar mejor o, al menos, más seguro. En este asunto de Irak ha demostrado que actúa por convicción, no por conveniencia política".
Pero tiene el inconveniente de que no ha podido convencer al pueblo británico de que la amenaza iraquí es inminente. Lo curioso es que, pese a todo el daño político que ha sufrido tanto dentro como fuera del país, en el Reino Unido no se enfrenta a una oposición feroz. Los sentimientos del pueblo británico son más fuertes en contra de Bush. A Blair no le consideran un vaquero mediocre y belicoso; tampoco le acusan, por ejemplo, de estar motivado por el ansia de acceder al petróleo iraquí. Es algo relacionado con la sinceridad evangélica que emana, que, a su vez, está vinculada a sus profundas convicciones religiosas. Blair es el primer jefe de Gobierno británico desde el siglo pasado que va a la iglesia todos los domingos.
Para los británicos -bastante más alejados culturalmente de los estadounidenses de lo que podrían pensar, por ejemplo, muchos franceses-, la ostentosa religiosidad del norteamericano medio es una cosa extraña y vulgar. En esa idea se basaba la pregunta que le hizo Paxman que más grabada quedó en la mente de quienes vieron el programa de la BBC. Paxman hablaba de la fe cristiana que compartía Blair con Bush cuando de pronto le dijo: "¿No rezarán juntos, verdad?" Blair sonrió, con cierta incomodidad, y contestó: "No". Pero la idea que impulsaba la pregunta, como comprendieron inmediatamente todos los británicos que lo presenciaban, era: "¿No estarás un poco chiflado, como los norteamericanos, verdad?".
La diferencia es que los británicos no creen que ese Bush que blande la Biblia esté loco, sino que es un fraude. Que no se puede confiar en él. Una opinión reforzada por la sensación de que debe de esconder algo; que, a diferencia de Blair, no ha salido a debatir sus opiniones. Si son pocos los que dudan de la sinceridad de Blair, por muy convencidos que estén de que no tiene razón, es porque ha demostrado el valor de sus convicciones. Cuando dice que librar al mundo del "detestable" Sadam sería "un acto de humanidad", que por eso si el Reino Unido va a la guerra "debemos hacerlo con la conciencia limpia", a nadie se le ocurre que podría estar mintiendo.
La dimensión moral de su carácter es la que quedó más patente en la entrevista de la BBC con Paxman, aunque a veces hablara con una franqueza que le hacía dar la impresión de estar terriblemente solo. Al presionarle para que se definiera sobre lo que la gente considera una ausencia significativa de pruebas convincentes contra Sadam, y sus posibles vínculos con el terrorismo internacional, Blair dijo: "Creo que esos peligros están ahí y creo que, a veces, a la gente le cuesta ver que están unidos, pero creo sinceramente que lo están, y considero que mi deber de primer ministro -aunque, francamente, podría ser más popular si no le dijera esto, y si asegurara que no tengo nada que ver con George Bush-, si de verdad lo creo, es mi obligación decírselo. Y lo creo de verdad. Tal vez me equivoque al creerlo, pero lo creo".
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