_
_
_
_
Reportaje:REPORTAJE

Diez asaltos contra la pena de muerte

Patricia Gosálvez

Thomas Miller-El lleva 17 años en el corredor de la muerte de Tejas. Dorothy Miller-El, su mujer, lleva 17 años sin tocarle. El pasado martes, el Tribunal Supremo de Estados Unidos admitió que durante todo este tiempo se ha negado injusta y repetidamente a Thomas Miller-El, afroamericano de 51 años, el derecho a presentar pruebas de que hubo discriminación racial en la selección del jurado que le sentenció a muerte. Tejas tendrá que escuchar lo que Miller-El tiene que decir. Con ocho votos a favor y uno en contra, el del único miembro negro del Supremo, la alta instancia ha dado un tirón de orejas al Estado con la mayor tasa de ejecuciones -cerca de 300, de los más de 800 ajusticiados- desde que la pena de muerte fue restablecida en 1976.

En 1986, la Fiscalía de Dallas vetó a 10 de los 11 posibles jurados afroamericanos de Thomas. El único negro que pasó el tamiz de la acusación declaró que la inyección letal le sabía a poco
Su defensa asegura tener nuevas pruebas y confía en que la buena conducta de Miller-El en el 'corredor' (varios guardias se han ofrecido a testificar en su favor) le libren de la pena capital
Más información
Las organizaciones de derechos humanos consiguen que se revisen dos condenas a muerte en Tejas
Amnistía Internacional pide la suspensión de la ejecución de un enfermo mental en Tejas

El caso de Thomas Miller-El, preso número 000834 del corredor de la muerte, se dio a conocer en España por el documental de Javier Corcuera La espalda del mundo. En la reciente edición de los Premios Goya, Thomas agradecía en un vídeo la ayuda recibida por las plataformas de solidaridad contra la pena capital. Un mensaje grabado a través del mismo cristal tras el cual Dorothy y Thomas charlan por un auricular cada lunes, durante dos horas. Juntos han sobrevivido a diez fechas de ejecución. "Cada una es un tormento, nadie que no lo haya vivido puede entender lo que se siente; es como que estás, pero no estás". Con 54 años, ocho hijos "en total" (algunos son de una pareja anterior de Thomas, pero los considera suyos) y cuatro nietos, Dorothy habla con calma y cansancio de estos años de batalla legal y de activismo contra la pena de muerte. "No puedo recordar la última vez que abracé a mi marido", dice.

Thomas Miller-El, taxista, fue condenado por asesinar en noviembre de 1985, con dos tiros en la espalda, a un conserje del Holliday Inn de Dallas en el que Dorothy trabajaba como doncella. Según la sentencia, Thomas (que había cumplido dos penas anteriores por atraco), con la ayuda de Dorothy y otro cómplice, vació la caja, ató y amordazó a dos de los empleados del hotel, ambos blancos, y les disparó con una 9 mm. Uno murió; el otro, único testigo de la acusación, quedó paralítico. Dorothy pasó siete años en la cárcel por su colaboración en el crimen y por negarse a declarar en contra de su marido, que siempre ha mantenido su inocencia. A pesar de ser condenada a cadena perpetua, Dorothy fue puesta en libertad, ya que su jurado había sido elegido con prejuicios racistas. La fiscalía no volvió a presentar cargos. Dorothy y Thomas fueron juzgados por el mismo tribunal, en las mismas fechas. Pero hasta ahora todas las apelaciones de Thomas habían sido rechazadas.

La sentencia del Supremo no dice que Thomas merezca un nuevo juicio, lo que hubiera sentado precedente y obligado a revisar multitud de casos. Ni siquiera admite que existiese de hecho discriminación. Lo que hace es devolver la pelota a los tribunales inferiores para que lo decidan. Y advierte: de ahora en adelante las cortes de apelación deben tener más cuidado a la hora de revisar casos que afectan al derecho constitucional a un juicio justo.

En 1986, la fiscalía del condado de Dallas vetó a 10 de los 11 posibles jurados afroamericanos de Thomas Miller-El. El único negro que pasó el tamiz de la acusación declaró que la inyección letal le sabía a poco. "Los asesinos deberían ser untados con miel y colocados sobre un hormiguero". Las preguntas de la fiscalía a los candidatos variaron dependiendo de la raza para que los negros pareciesen incapaces de aplicar la ley y, por tanto, pudiesen ser descalificados. Así, a los blancos se les preguntaba en abstracto si serían capaces de imponer la pena de muerte. Con los negros, la pregunta se cebaba en los detalles: "¿Sería capaz de condenar a este hombre a ser atado a una camilla e inyectado con una sustancia que le provocase la muerte?". Más aún, a los blancos se les informaba de que la pena mínima por asesinato es de cinco años, y luego se les preguntaba si impondrían esta pena en caso de que así lo decidiese el tribunal. La mayoría contestaba que sí. A los negros, sin información previa, se les preguntaba a qué pena mínima condenarían a un asesino "que supiese lo que hacía". La respuesta solía ser superior a los cinco años. La fiscalía entonces argumentaba que el ciudadano negro era incapaz de aplicar la ley. Ni el tribunal estatal de Tejas, ni el federal de Nueva Orleans vieron nada raro. Ambos admitieron estas razones como racialmente neutras. Ahora, varios ex fiscales y ex jueces han declarado en una videoprueba que las prácticas racistas eran todavía moneda común en el distrito cuando Miller-El fue juzgado.

Buena conducta

"No son las mejores noticias, pero son buenas noticias". Dorothy sabe que con la decisión del martes el Supremo no se moja del todo. Aun así, Jim Marcus, abogado de Thomas, y miembro de una ONG que asiste gratuitamente a los condenados a muerte, espera que la resolución del Supremo "tenga un amplio impacto en cómo se revisan los casos que llegan de las cortes estatales. Ocho votos a uno supone una firme llamada de atención". Por eso Dorothy espera que Thomas consiga un nuevo juicio. Su defensa asegura tener nuevas pruebas (han contratado a un detective privado), y confía en que la buena conducta de Thomas en el corredor (varios guardias se han ofrecido a testificar en su favor) le libren de la pena capital. Pero, aun si se le concede una segunda oportunidad, es casi seguro que el Estado de Tejas apelará al Supremo, lo que en el mejor de los casos retrasará todo el proceso dos años más. "Existe el mito de que los abogados defensores se aprovechan de tecnicismos para exculpar a sus clientes, pero muchas veces es el Estado el que utiliza la burocracia en su favor", afirma el letrado.

La vida del marido de Dorothy acumula una cascada de sentencias, apelaciones, alegatos, aplazamientos. Ella lo explica a su manera: "Otra vez entramos en el juego de papeles; un juego que destroza familias". Y que a veces acaba en la cámara de la muerte. Dorothy ha presenciado una ejecución, de un amigo de Thomas, aunque dice verla cada vez que cierra los ojos. "No tenía ni idea, no estaba preparada". Ella se había apuntado en la lista de visitas previas, y por error la pusieron en la de los testigos. Una vez dentro no se atrevió a abandonar a la familia del reo. Así son los errores burocráticos para quienes viven en el corredor.

Fotograma en el que aparece Thomas Miller-El en un locutorio de la cárcel de Hansville.
Fotograma en el que aparece Thomas Miller-El en un locutorio de la cárcel de Hansville.FOTO CEDIDA POR JAVIER CORCUERA

Buenas noticias desde España

DOROTHY MILLER-EL vive en una casita roja a las afueras de Huntsville, 35.000 habitantes, en un bosque a 100 kilómetros de Houston, la capital financiera de Tejas. A unos ocho kilómetros del corredor de la muerte. En Huntsville está la sede del Departamento de Justicia Criminal de Tejas, que emplea a 7.100 personas y se ocupa de 8.395 presos en las siete cárceles de su zona. Dorothy se mudó cuando trasladaron a Thomas a la unidad Polunsky: "Para estar cerca de la persona que amo", dice. Allí ocupa sus días organizando a la comunidad de familiares de condenados a muerte. Emprende protestas, ayuda a los parientes a enviar dinero a los presos, imprime camisetas. "Me mantengo ocupada, no hay otra forma de sobrevivir a esto". Hace unos cinco años montó una casa de acogida para los familiares de los presos del corredor de la muerte. "Fue idea de Thomas, y yo la llevé a cabo; somos un equipo". Por fuera es un tráiler; por dentro, esta modesta pensión, en el jardín de la casa de Dorothy, tiene lo básico. Tres habitaciones, una cocinilla, una sala de estar, algunos libros sobre la pena de muerte, unas flores. "Lo importante es que las familias sientan que es un sitio de la comunidad, algo parecido a un hogar, no un frío hotel". Hay familias que vienen de lejos, y Dorothy, que antes los alojaba en su propia casa, ofrece hospedaje gratuito en el que será probablemente el peor viaje de sus vidas.

En su casa, leyendo una carta de Thomas, recibió el miércoles una llamada de este periódico anunciándole la sentencia favorable del Supremo. Dorothy no tiene teléfono fijo, y su móvil da constantes mensajes de error, por lo que ni sus abogados ni quienes se enteraron por la prensa lograron dar con ella. Con la buena nueva se marchó a la biblioteca pública para usar la cabina y el correo electrónico y compartirla con amigos y familiares. "Es la segunda noticia maravillosa que recibo de España". La primera se la dio hace un año el equipo de La espalda del mundo, cuando se encontraban en Tejas rodando un segundo documental sobre los Miller-El, que se estrenará próximamente en Vía Digital. Entonces le anunciaron que el de Thomas era uno de los alrededor de cien casos que el Supremo admitía a trámite, de entre los 7.000 presentados. Se suspendía, por tanto, a siete días de la fecha, la ejecución prevista para el 21 de febrero de 2002.

"En Tejas no se trata de justicia, sino de economía", asegura Dorothy, que gracias a las donaciones de grupos abolicionistas de la pena capital y de las plataformas de apoyo a Thomas Miller-El por todo el mundo financia su casa de acogida, sus proyectos y la defensa de su marido en un posible nuevo juicio. Los abogados calculan que harán falta entre 100.000 y 200.000 dólares. En España existe un grupo de apoyo, con el que se puede colaborar a través de la compra de un disco, y con donativos, en: www.laespaldadelmundo.com.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Patricia Gosálvez
Escribe en EL PAÍS desde 2003, donde también ha ejercido como subjefa del Lab de nuevas narrativas y la sección de Sociedad. Actualmente forma parte del equipo de Fin de semana. Es máster de EL PAÍS, estudió Periodismo en la Complutense y cine en la universidad de Glasgow. Ha pasado por medios como Efe o la Cadena Ser.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_