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VISTO / OÍDO
Columna
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Las cosas de Palacio

Ana Palacio "no habla", se dice en el argot de teatro al cómico que no tiene bien la palabra. Es primeriza, debutante -sigo con el argot de escena-; podrá corregirse con el tiempo (¿lo tendrá?) y hablar con la soltura de sus interpelantes. Coloca continuamente puntos suspensivos entre sus frases, que repite una o dos veces; utiliza latiguillos como "Vamos a ver", o "Bueno...": no se la puede juzgar como a una actriz porque éstas tienen un texto exacto, aprendido, y la ministra crea su texto, aunque lo haya ensayado con el autor Aznar. Es un teatro de improvisación: el autor sólo explica lo general, pero en las sesiones hay que contestar de pronto: y palabra y pensamiento, tan unidos, no se corresponden. Es más lento el pensamiento, y ha de suspender la continuidad de las frases hasta que llega la idea, o hasta que se puede adaptar el verbo; y pesar la conveniencia de lo que se debe decir, lo que se quiere y lo que no se puede. Le pasó en el Consejo de Seguridad, de cuyo discurso belicista se arrepintió, y denunció que era un error, aunque, al final, era la doctrina de Aznar, o sea, de España.

Pero el miedo le queda. La gestualidad revela muchas cosas. Es curioso ver cómo pone ante la boca la mano que se va cerrando: como si quisiera atrapar sus palabras, sujetarlas antes de que salgan al aire libre en que se pronuncian. Otras veces se rasca la cabeza de pelo rebelde, como dándose un masaje de cerebro para que las ideas broten al fin. Aun así, no se formulan claramente, y la mano ronda siempre los labios con el resultado de que no siempre se la entiende, que quizá es lo que inconscientemente desea. No sé si con este juego disimula que lo que piensa, siente y desea es contrario de lo que dice, o si hace lo que el alumno dubitativo ante el profesor; aparte de colocar expletivos, pronunciar de forma equívoca, por prosodia o por conceptos, para decir después, como en la sesión del Consejo de Seguridad, que se había equivocado por no llevar escrito su texto. Se acompaña de un gesto de salirse del cuadro, ir a la batería -al primer término, a la corbata del escenario- y querer meter la cara en el territorio del interpelante. Es muy característico en personas agresivas: en las tabernas, en las salidas de discoteca, terminan a navajazos. Supongo que es una ministra para la guerra. Mal elegida. En el mejor caso llegará a las elecciones generales, y caerá con su partido. Y acabará su historia pública.

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