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Tribuna:AMENAZA DE GUERRA | El debate en la prensa
Tribuna
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Consecuencias económicas potenciales de una guerra en Irak

Como es lógico, los efectos económicos negativos sobre la economía mundial de una posible guerra en Irak ya están dejándose notar parcialmente, aunque la guerra, todavía algo incierta, no haya tenido lugar. El precio del barril Brent ha superado los 33 dólares por barril, el precio del oro también ha subido, el riesgo país de los países emergentes ha rebotado y las cotizaciones bursátiles se están desplomando otra vez. Estos comportamientos anticipatorios de los mercados están mostrando un clima general de mayor aversión al riesgo por parte de los inversores, y también un convencimiento generalizado de que los efectos de la guerra pueden ser negativos para la economía mundial. Los mercados se suelen equivocar poco y tienen ahora razones fundadas para alarmarse.

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Una guerra contra Irak pone todavía más en peligro la ya muy deteriorada oferta de petróleo, en un invierno muy frío y de mayor demanda, como consecuencia de los problemas políticos de Venezuela. El precio actual de 33 dólares refleja en mucha mayor proporción la interrupción del suministro venezolano, que ha pasado de producir tres millones de barriles al día a 200.000, y ahora a poco más de un millón, que lo que puede acontecer en Irak, que sigue produciendo 2,3 millones de barriles al día. Si finalmente hay guerra en Irak, el efecto combinado de ambas caídas de suministro tiene el potencial de llegar a ser el mayor choque petrolífero de la historia reciente.

Conviene recordar aquí que el precio del petróleo se mantuvo alrededor de una media de 16 dólares por barril de Brent entre 1992 y 1999; posteriormente, desde el segundo trimestre de 1999 al primer trimestre de 2001, pasó bruscamente de 12 dólares a 31 dólares, para caer de nuevo y llegar en el tercer trimestre de 2002 a 20 dólares. Es decir, que se ha pasado de un nivel promedio de 16 dólares durante los siete años entre 1992 y 1999, a otro de 24 dólares entre mediados de 1999 y de 2002. Desde entonces, ha dado otro salto alcanzando en la actualidad los 33 dólares. Esto significa que su precio ha subido ya dos escalones y que estamos sufriendo actualmente un choque petrolífero acumulado de unos 17 dólares que, sin duda, está ya produciendo una caída del crecimiento mundial previsto para 2003.

Por lo tanto, si la guerra tiene lugar, dura más de un mes y si se ven afectados negativamente los pozos en producción de Irak, Kuwait y Arabia Saudí, se provocará una fuerte interrupción, de varios meses, en el suministro de petróleo de Oriente Medio, lo que podrá dar lugar a otro incremento de precio añadido de otros 10 a 15 dólares más (dependiendo del grado de utilización de las reservas estratégicas), pudiendo llegar hasta un nivel temporal de entre 42 y 47 dólares por barril, lo que podría poner en peligro la recuperación esperada durante la segunda mitad de 2003 y afectar también negativamente al crecimiento de 2004. Aunque buena parte de los expertos en defensa cree que la guerra va a durar, como mucho, dos o tres semanas y que los precios del petróleo van a derrumbarse en cuanto termine, éste no parece ser el consenso de los mercados, ya que los futuros de petróleo a seis meses y a un año estiman una caída lenta del precio hasta niveles de 30 y 24 dólares, respectivamente. La razón principal de este consenso es que existe todavía otra probabilidad, no desdeñable, de que la guerra pueda ser más larga y más traumática de lo previsto. Sólo en el caso, por el momento menos probable, de que finalmente no haya guerra o de que el despótico y criminal dictador iraquí abandone el país o acepte desarmarse, lo que es aún menos probable, se daría con toda seguridad una caída del precio del petróleo que podría volver rápidamente a los niveles de 25 dólares.

Se calcula que, en la situación actual, cada aumento de 10 dólares en el barril de petróleo reduce el crecimiento real de los países del G-7 en 0,3%, al cabo de nueve meses o un año. Si, por causa de una guerra larga, el precio llegase a alcanzar los 45 dólares, durante tres meses, su crecimiento se reduciría en un 0,5% anual y, si se mantiene dicho precio durante seis meses, caería un 0,7%. Sobre esta base de cálculo, si se tiene en cuenta que el aumento del precio del barril, desde 1999 hasta hoy, ha sido ya de cerca de 17 dólares, la reducción del crecimiento puede llegar a ser del 0,5%; si además se prevé que puede aumentar temporalmente otros 10 dólares, como consecuencia de un alargamiento de la guerra de Irak y mayores destrozos en los pozos de petróleo, la reducción del crecimiento real de dichos países podría alcanzar cerca de un 0,8%. Pues bien, si tenemos en cuenta que el crecimiento de la Zona Euro ha sido, en 2002, del 0,7%, según el consenso de los principales analistas del mundo, y que se espera que, de acuerdo con dicho consenso actual, crezca un 1,3% en 2003, su crecimiento previsto para este año podría caer de nuevo a una tasa ligeramente inferior al 1% (ya que parte de la subida está ya descontada en dicha previsión). Además, esta reducción del crecimiento afectaría no sólo a la segunda mitad del año 2003, sino también a los dos primeros trimestres de 2004.

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Su efecto negativo sobre el crecimiento de los países en desarrollo, que son importadores netos de petróleo, es aún mayor ya que, al impacto pernicioso del aumento de los precios del crudo sobre sus tasas de inflación y crecimiento, hay que añadir su efecto negativo sobre el incremento de su riesgo país, medido por los diferenciales del coste de su deuda respecto al de los bonos del Tesoro de EE UU, que van a aumentar no sólo por la mayor incertidumbre y mayor aversión al riesgo de los inversores, sino también porque dichos bonos del Tesoro van a ver reducido su precio o, lo que es lo mismo, aumentado su rendimiento por las expectativas de un mayor déficit presupuestario futuro en EE UU, ya que por primera vez en su historia se va a intentar financiar una guerra que va a costar, como mínimo, unos 100.000 millones de dólares, al mismo tiempo que se reducen los impuestos.

No valen tampoco las comparaciones simplistas con lo sucedido con los precios del petróleo durante la anterior guerra en Irak en 1991, en la que su precio subió hasta 39 dólares el barril varios meses, antes de la guerra, y empezó a caer, conforme se acercaba el conflicto y después de su comienzo, hasta estabilizarse en 19 dólares poco tiempo después. La situación en la actualidad es muy diferente de aquella por los siguientes hechos:

Primero, porque existe un menor exceso de capacidad productiva que entonces. En 1991 Arabia Saudí producía sólo 5,4 millones de barriles por día y pudo aumentarla hasta 8,5 millones para evitar un alza mayor. Hoy produce ya ocho millones de barriles diarios y sólo tiene 1,1 millones de aumento potencial de su producción, la mitad de lo que produce Irak. Segundo, porque ha habido muy poca inversión en estos últimos años, en la capacidad de producción, de almacenamiento, de refino y de transporte, con lo que el actual margen de reacción es mucho menor. Tercero, porque las existencias de reservas comerciales son extraordinariamente bajas, ya que en promedio son de cinco días y, en el caso de EE UU, son de dos días, frente a los ocho días de 1991. Cuarto, porque las existencias terciarias son también menores, ya que existe una mayor confianza en el uso de las reservas estratégicas de los países miembros de la Agencia Internacional de la Energía. Es verdad que estas últimas son ahora mayores (1.278 millones de barriles) y pueden atemperar las subidas de precio; ahora bien, no conviene olvidar que las reservas estratégicas que se vayan a utilizar ahora habrá que reponerlas más adelante con lo que, aunque el nivel de precios se consiga que sea menor, éste puede alargarse en el tiempo. Cuanto más agresiva sea su utilización en los próximos meses, mayores serán las compras o menor la oferta en los siguientes, con lo que los precios pueden llegar a mantenerse altos durante más tiempo. Quinto, porque se trata de una guerra diferente, aquella se desarrolló exclusivamente en el desierto y ésta va, muy probablemente, a tener que librarse también en las ciudades, casa por casa.

Por último, durante los últimos 10 años, la demanda de petróleo que es más sensible al precio, especialmente la de la producción de electricidad, se ha sustituido por otros combustibles como el carbón y el gas natural. Hoy, la mayor parte de la demanda proviene del transporte, con el 75%, y de sus usos industriales que, al no tener combustibles de uso alternativos, es muy inelástica. Por ejemplo, en el caso de España, en los 10 últimos años, con una población prácticamente estable, se ha incrementado el consumo de energía en un 38% y el parque de automóviles en un 45%. Lo mismo ocurre en muchos otros países.

Todos estos problemas estructurales no van a desaparecer fácilmente en los próximos meses con lo que pensar, como algunos, que los precios van a retornar, después de una guerra rápida, a un nivel de equilibrio cercano a los 24 dólares, puede ser más que dudoso. En todo caso, parece claro que, dadas las incertidumbres y riesgos potenciales para la economía mundial, los líderes políticos deberían ser plenamente conscientes de los riesgos que toman y de las responsabilidades que asumen al desencadenar dicha guerra.

Guillermo de la Dehesa es presidente del Centre for Economic Policy Research (CEPR).

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