"Dios es la estaca que impide que la vida se cierre"
El poeta argentino Hugo Mújica (Buenos Aires, 1942) ha visitado recientemente Madrid. Hace unos días leyó sus poemas en el Círculo de Bellas Artes. Su voz fue desgranando versos de los títulos poéticos que ha publicado aquí, Para albergar una ausencia (1995), Noche abierta (1999) y Sed adentro (2001), y también de su próximo poemario que, como los anteriores, publicará PreTextos. Uno de esos nuevos poemas se titula Descalzo, y tiene la sobriedad y desnudez de todos los suyos: "Noche sin luna, / alguien, descalzo, / cruza el desierto. / Hay huellas que la noche vela, / hay desnudeces que la luz apaga". Por otro lado, Mújica celebró en Madrid las nuevas ediciones de sus ensayos, todos publicados en Trotta: La palabra inicial (quinta edición), Flecha en la niebla (tercera) y Poéticas del vacío (segunda).
"Me interesan las afueras de la historia oficial de la literatura"
Mújica estudió Bellas Artes, Filosofía, Antropología Filosófica y Teología. Su obra da cuenta de estos saberes tan diversos, que en sus textos se entrecruzan y se alimentan mutuamente. Su vida, por otro lado, es sorprendente. Pasó la década de los sesenta en el Greenwich Village neoyorquino como pintor. Compartió el mismo gurú con Allen Ginsberg. Más adelante vivió siete años en un monasterio trapense, donde conoció a Thomas Merton (monje, escritor y poeta religioso) y donde empezó a escribir, rodeado de ese silencio que ha sabido trasladar a su escritura. Ernesto Sábato ha escrito de Mújica que "es un gran poeta y escritor o yo no tengo intuición de lo que es la literatura".
Pregunta. Usted empieza a escribir después de vivir siete años en un monasterio trapense.
Respuesta. Siento de una manera muy marcada, incluso físicamente, la presencia del silencio. Del silencio y de la soledad, y sin ellas no podría surgir ni una sola palabra. Empecé a escribir después de pasar un tiempo en un monasterio trapense. Sentí que tenía que expresar o compartir lo que había pasado allí. ¿Qué por qué fui? Creo que como una respuesta, no sé bien a qué, pero sí supe que la vida me invitaba a demorarme, como si hiciera una parada para que ella me diga lo que había vivido en mí.
P. ¿Cómo entiende la experiencia religiosa?
R. La entiendo como la apuesta por un dios trascendente hasta la ausencia. Creo que a Dios se llega desaprendiendo más que aprendiendo. Dios es una pregunta, no una respuesta. Es la última estaca que impide que la vida se cierre. Es como un imposible que se ausenta para que todo lo posible aparezca.
P. ¿Cómo definiría Poéticas del vacío, su último libro? ¿Como poema, como texto filosófico?
R. No sé qué es el libro, pero no me gustaría definirlo con la palabra filosofía. Me encuentro mucho más cerca del pensamiento, de ese momento en que el pensamiento para expresarse pedía la forma poética por su flexibilidad. La filosofía, en cambio, es otra cosa. Se refiere a algo que ya ha cristalizado y que necesita su conceptualización. De lo que yo hablo es de algo que nace, que aparece.
P. El vacío es uno de sus grandes temas, el que alimenta su poesía y también sus ensayos...
R. Sí, me sitúo en la idea del vacío. Allí donde no hay nada y donde surge la posibilidad de lo nuevo. Intento dar cuenta de lo que no estaba ahí, y que sólo nace en el momento en que se dice. Por eso en este último libro he rescatado figuras que tuvieran mucho que ver con ese vacío. Orfeo es el que canta la pérdida. Juan de la Cruz da cuenta de la nada. Paul Celan es el huésped que se va cuando ha llegado. La utopía es un espacio que no tiene lugar. Y, por fin, tanto el sueño como la poesía necesitan del vacío para encontrar cómo decirse.
P. En el texto resuenan las voces de María Zambrano, Maurice Blanchot o Clarice Lispector. ¿Qué destaca de estos autores?
R. Me interesan las afueras de la historia oficial de la literatura. Todos aquellos que han dejado sus rastros a un costado del camino por el que avanzaba la literatura. Son escritores que han estado al margen y que, por tanto, han estado protegidos. Me siento afín a sus voces, y creo que esas voces van tejiendo entre ellas un texto con un tono propio.
Babelia
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