Sabe, pero no contesta
Aznar, en un hábil regate parlamentario, trasladó ayer al Congreso de los Diputados la declaración consensuada la víspera entre los 15 miembros de la Unión Europea y a la que se sumaron ayer los 13 de la ampliación. El texto tiene tal grado de ambigüedad que no despeja ninguna duda sobre la posición que defenderá el Gobierno cuando llegue la hora de los debates decisivos en el Consejo de Seguridad. El texto europeo puede ser un punto de partida para tratar de reconstruir el consenso roto en política exterior. No lo ha conseguido Aznar con este debate, pero sí ha roto el aislamiento parlamentario en el que se hallaba encaramado.
Aznar no soltó prenda a lo largo de sus múltiples intervenciones sobre el voto de España en el máximo órgano de Naciones Unidas. Su cambio de tono, más atemperado al principio al referirse al anhelo de paz expresado en las manifestaciones del sábado, se trocó luego en el discurso de la dureza, e incluso del miedo, al hacer un tótum revolútum entre la amenaza terrorista, a la que este país es especialmente sensible, y las armas de destrucción masiva en poder de Sadam Husein. Ésa es ahora la línea habitual de Bush, que recibirá a Aznar el próximo fin de semana en su rancho tejano, donde el presidente del Gobierno debería transmitirle las preocupaciones de la ciudadanía española y europea.
Las diatribas de Aznar contra el dictador de Irak son fundadas. No hace falta repetir cada vez lo abyecta que resulta su dictadura. Pero las resoluciones del Consejo de Seguridad no promueven, al menos necesariamente, un cambio de régimen, sino su desarme. Además, muchos Gobiernos, incluido el de Aznar, y algunas empresas españolas han participado en los programas de alimentos por petróleo que supervisa la ONU y de los que, según Aznar, se ha aprovechado el dictador de Bagdad.
Aznar se escudó en la referencia moral en que se ha convertido Kofi Annan para defender sus posiciones. Pero omitió que en Bruselas el secretario general de la ONU también señaló que la resolución 1.441 no implica ningún automatismo para el uso de la fuerza, sino que corresponde al Consejo de Seguridad considerar si Irak está cumpliendo o no dicha resolución y decidir en consecuencia.
Tampoco los Quince, por falta de un mínimo acuerdo entre ellos, han entrado en si es necesaria o no, ni en qué momento y condiciones, una nueva resolución del Consejo de Seguridad. Nada aclaró Aznar sobre este punto central en la política exterior española cuando este país se sienta en esa mesa en Nueva York. ¿Tiene el Gobierno plazos en la cabeza más allá de la próxima cita del Consejo de Seguridad con Blix y El Baradei el 28 de febrero?
Zapatero exhibió, por su parte, formas más propias de un político en cabeza de una manifestación que las de un aspirante a presidente del Gobierno, y en términos parlamentarios dejó escapar a su presa. Ni siquiera llegó a pronunciarse nítidamente sobre las conclusiones del Consejo Europeo. Choca que pusiera en duda que Irak tenga armas de destrucción masiva. Acertó, en cambio, al pedir más tiempo y más medios para lograr el desarme de Irak por medios pacíficos, con un argumento que está en el centro de las preocupaciones ciudadanas: "No hay pruebas de que Irak esté en condiciones de ser hoy una amenaza grave que justifique un ataque militar". Por una lectura demasiado corta de las manifestaciones, Zapatero no ha obtenido el rendimiento en credibilidad política que cabía esperar de quien aspira a la alternancia.
Arropado en la ambivalente declaración europea, el PP finalmente ha accedido a un debate en toda regla sobre la crisis de Irak. Pero sigue sin respuesta la pregunta que le están haciendo los ciudadanos: qué piensa hacer en el Consejo de Seguridad. Cabe sospecharla, incluso temerla; pero los españoles seguimos sin conocerla.
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