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Miguel Palacio salva el primer día de Cibeles

Las siluetas desafían a la naturaleza invernal

La 37ª edición de la Pasarela Cibeles con las propuestas para el otoño-invierno 2004 comenzó ayer en Ifema de Madrid con el desfile de Duyos, una puesta en escena poco convincente. El desfile terminó con el creador luciendo, sobre su camiseta negra, la palabra "paz". Fue una jornada decepcionante y de baja calidad hasta que llegó Miguel Palacio a levantar la moral del auditorio. El resto fue un desgranar constante de confecciones dudosas, copias descaradas a destiempo, tejidos mal empleados, confusión entre estaciones y pretensiones de lujo. La tónica dominante fue, como se esperaba, el negro, las pieles mal terminadas y los contornos de silueta suaves.

El desfile de apertura de Juan Duyos trató de ser lujoso y se quedó en un pomposo quiero y no puedo de paleta suave, aunque en general poco amable donde chicas ricas van de compras con desgana, verdaderas víctimas del consumo con poca orientación y peor destino, a pesar de los abrigos de terciopelo de corte convencional y grandes solapas o del raso gris perla cosido dudosamente. Duyos ha abandonado la frescura que caracterizaban sus colecciones de la época Duyos / Paniagua, para establecerse en una ampulosa modernidad sin soltura.

Antonio Pernas tampoco logró entusiasmar con su barroquismo nocturno basado en el drapeado, el raso y los metalizados. El gallego volvió a usar las faldas ballerina a varias capas y las enaguas de tul rizadas, el cuero envejecido y la idea de imponer una seducción agresiva y dominante con ecos demasiado evidentes del último Gucci. Fernando Lemoniez, con un uso desleal de los tejidos invernales junto al raso y una seda roja con estampado de hormigas negras, falló enteramente; el desvarío llegó con sus trajes adornados con unas plumas de avestruz teñidas en tonos ácidos, todo cosido con imperfección escolar y con una descompensada asociación de materiales que demuestra poca cultura costurera. Se salvó la blusa quimono y el vestido del mismo orden, que se apuntan a la recuperación de la silueta modernista parisiense (evocación libre de Lanvin y Poiret), resueltos en seda pesada y tafetas. En Lemoniez y en varios desfiles se han visto trajes lenceros poco apropiados para la estación, aún contando con la idea del abrigo como segunda prenda exterior.

Javier Larraínzar, enfrascado en una comprometida ampliación empresarial, se ha hecho algo más sobrio, entregado al contraste entre blanco y negro; jugando con la minifalda y las chaquetas entalladas masculinas, no evitó la referencia literal a Pucci y sus trajes vaporosos en seda imperial estampada.

Miguel Palacio es una voz discreta y fue lo mejor de la jornada. Sabe lo que hace. Tiene dos sagradas obsesiones: el plata, el rosa y una ajustada geometría a la que somete sus ideas, siempre lineales y expresadas con elegante tino.

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