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Columna
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La vestal

No olvidemos el apellido de aquel embajador español en Bagdad que dimitió de su cargo por oposición a la política de Aznar y Palacios contra los iraquíes. Postergado en el ministerio, agredido verbalmente por la señora Palacios, en plena travesía del desierto profesional, el embajador Valderrama se ha convertido en un referente ejemplar, por oposición al carrerismo que suele llevar a algunos diplomáticos al limbo y a otros al cielo, donde lamentablemente estarán sentados a la diestra de Von Ribbentrop, Foster Dulles y don Alberto Martín Artajo.

El emperador Bush ha invitado al jefe del Gobierno español, señor Aznar, a su rancho, bien sea como agradecimiento por los servicios prestados en la lucha contra el belicismo iraquí, bien sea para pedirle más incondicionalidad, sabedor el emperador de que el presidente del PP vive sin vivir en sí desde el día en que la mano imperial se paseó por su lomo. Sería mucho suponer que, como en las grandes tragedias amorosas, los incomprendidos amantes recurrieran al suicidio, por el procedimiento de golpearse sien contra sien, esas sienes moraítas de martirio, desde que buena parte de la humanidad se echó a la calle porque no quiere respaldar matanzas energéticas.

No. No olvidemos el nombre de Valderrama cada vez que queramos cargarnos las pilas de la confianza en la especie diplomática, y tampoco el de la ministra Palacios, que en la ONU dio un curso completo de insolvencia, tratando de quedar bien con la guerra y con la paz, pero no consigo misma, cual tímida y balbuciente teen ager aplastada por las estaturas de Powell y de Aznar, sus héroes del rock y del pasodoble. Por más que abría los ojos, la señora Palacios no conseguía ver lo evidente, ni que viéramos en ella otra cosa que un carrerismo más merecedor del purgatorio que del limbo, porque se llenó la boca de paz para pedir la guerra, como en el inmediato pasado se la llenó de Perejil o de carne de cabra legionaria por exigencias del guión.

En un tiempo récord, la nueva ministra ha conseguido llegar desde la nada a la más absoluta pobreza. Segunda dama del pacifismo aznariano, vestal del templo de la teología de la seguridad, merece un lugar de honor en el hit parade de mujeres peligrosas.

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