Garraza, las manos en el barro
Ha apurado las formas y ha enriquecido la técnica de sus cerámicas el navarro Ángel Garraza (Allo, 1950) desde la última vez que expuso en Bilbao, hace cuatro años, como puede constatarse en los trabajos que expone en el bilbaíno Espacio Marzana (Muelle de Marzana, 5). Sabemos que, por razones de procedimiento técnico, el barro debe fragmentarse para cocerlo. Eso que podía ser una traba, en contraste con las superficies sin cortes ni fisuras, Garraza lo convierte en una de sus mayores virtudes, otorgando a esas fragmentaciones un mayor número de sensaciones, gracias a que el azar de la cocción produce efectos sorprendentes.
Lo prueban las dos amplísimas formas circulares con 16 bandas concentrica trazadas en cada pieza colocadas en la pared: una en blanco, hecha con tierra sigilata y la otra negra, trabajada sobre carbonación normal. Atraen la mirada. Imanta su composición binaria. Están fijas en el muro y, al tiempo, parecen salirse de él.
Quiere decirse que el todo general de esas formas circulares viene dado a través de la cocción fragmentada de pequeñas piezas. Cada cocción posee su propia sensación y la suma de sensaciones forman el todo que tanto nos imanta.
Aunque esas dos piezas podían bastarse por sí mismas como obra única, el artista introduce una tercera pieza inclinada en el suelo (en una actitud servil). Esta pieza es de igual dimensión que las otras, fabricada mitad y mitad salteadas sobre tierra sigilata y carbonación normal. Además de la colocación fuera del muro, en su centro hay un hueco. Y en las dos piezas del muro en su centro aparecen dos protuberancias que son como cabezas humanas momificadas, cuyos volúmenes se asemejan al hueco visible de la pieza del suelo. No obstante estar conformado el conjunto por las tres piezas, son las dos colocadas en la pared las de mayor atracción e interés visuales.
Por otro lado del espacio aparece un conjunto de siete piezas en negro de cerradas formas ovoides, salvo una ranura en su interior, con una bombilla dentro, y siete piezas blancas de porcelana esmaltada, también ovoides, apoyadas sobre el suelo, justamente debajo de las piezas negras que van suspendidas cada una por un cable sirviente de luz eléctrica.
La exposición la completan dos piezas de pared de dimensiones no muy grandes. Su realización está compuesta con fragmentos en tierra sigilita y carbonación normal. En lo formal recuerda a la creación de meandros en blanco y negro que corren caprichosa y libremente, con pequeños salientes y entrantes.
Tal vez el poeta Pablo de Rokha pensó anticipadamente en Garraza cuando escribió: "Pero se trabaja exactamente con barro y sueños..."
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