Montero Glez novela una historia de amor en los submundos de Tarifa
Dice Montero Glez (Madrid, 1965) que cuando sale del garaje donde vive apartado en Tarifa, con un sofá y unos colchones, escucha las voces y hasta los berridos de amor que se les escapan a las parejas a cuatro kilómetros de distancia. "Los trae el viento", asegura este autor, que presenta su segunda novela, La noche obliga (El Cobre Ediciones), una historia de amor, donde el paisaje es protagonista y donde pululan las mafias, las prostitutas, los bares y los busquimanis, esas patrullas motorizadas de adolescentes que alertan de la presencia de la policía a los traficantes en el Estrecho vendavalero.
"Me he ido a vivir al sur porque yo soy del Madrid del no pasarán", dice muy circunspecto. Ha escrito su obra a mano: "Ha sido un gusto para la muñeca", dice. Y un trabajo de chinos para su novia, que asiente junto a este autor que se llena la boca de provocaciones imposibles de transcribir, aunque niegue ser un maldito: "Yo soy un bendito, son mis novelas las que se convierten en malditas", asegura el autor de Sed de champán, la narración que le descubrió hace pocos años e hizo a algunos autores como Arturo Pérez-Reverte caer rendidos ante su estilo desgarrado y barroco.
No para de liar cigarrillos con los dedos, y lo de escribir a mano lo lleva a rajatabla, como Camilo José Cela, a quien quiere homenajear. "Yo vengo de la tradición que entronca con Quevedo, Valle-Inclán, Cela y Umbral, y respeto a los autores que siguen esa línea hoy, como Juan Manuel de Prada o Fernando Royuela", asegura.
Enfrente, Raúl del Pozo, que le presentó el libro, le definía: "Tiene una prosa de faquero, es un monstruo de la literatura".
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