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Tribuna:AMENAZA DE GUERRA | El papel del petróleo
Tribuna
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¿Irak = Vietnam?

No muchos parecen haberse dado cuenta de la coincidencia entre el trigésimo aniversario de la paz en Vietnam con el momento crucial que estamos viviendo con el Irak de Sadam Husein. Y, sin embargo, cualquier observador que tenga presente diferencias y paralelismos entre los dos casos podría extraer lecciones de inmediata aplicación.

A diferencia de lo sucedido en los años sesenta, pocos hoy mitifican el bárbaro régimen de Sadam Husein. En los años sesenta, en cambio, hubo intelectuales importantes que hicieron juicios sobre Vietnam del Norte desprovistos de cualquier fundamento: Susan Sontag afirmó que aquélla era "una sociedad ética", y Günter Grass, que EE UU, al atacarlo, había perdido cualquier derecho a hablar de moral en el futuro. Ese régimen idílico, cuando triunfó de modo definitivo, tiranizó a uno de los 12 países más pobres del mundo, poblado de campos de concentración y del que huyeron centenares de miles de personas, muchas de las cuales perdieron la vida en el mar. En contra de lo que se dijo entonces, EE UU no tenía interés imperialista alguno en Vietnam; hoy, en el caso de Irak, la cuestión es diferente, para los norteamericanos y también para los europeos, por su petróleo. Aun así, para los pocos defensores que tiene Sadam Husein resulta de aplicación la frase de Kissinger respecto de las palomas de antaño: resultaron una "especie malvada de pájaros". Pero ahí concluyen las diferencias y, a partir de este punto, hay que hablar de, al menos, tres paralelismos.

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Lo que motivó la intervención norteamericana en Vietnam fue, paradójicamente, una buena causa pésimamente servida. Se diagnosticó que si pasaba a manos comunistas se produciría toda una caída, como fichas de dominó, de regímenes semejantes en el Sureste asiático. Hubo un enfoque universalista e ideológico cuando el conflicto estaba relacionado con el pasado colonial y en él, desde luego, no estaban involucrados intereses estratégicos decisivos. Vietnam cayó en manos comunistas y el nuevo régimen no resultó un peligro más que para sus propios habitantes. Ahora, con Irak, se puede reproducir el error de diagnóstico inicial. El 11 de septiembre reveló el temible poder del terrorismo, capaz de actuar en red y con medios técnicos avanzados con sacrificio de la vida propia. Pero esta cuestión, que justifica la intervención en Afganistán, es distinta a la proliferación de armas de destrucción masiva, anterior e incluso más grave. La intervención unilateral por este motivo puede producir unos resultados imprevisibles y nada deseados. El choque de civilizaciones, una espada de Damocles menos probable de lo que previó Huntington, puede convertirse en una realidad, sobre todo teniendo en cuenta los aliados con los que se cuenta. Kennedy dijo del dirigente de Vietnam del Sur: "Diem es Diem y es lo mejor que tenemos". En Oriente Medio los aliados de EE UU son un Israel al que se ha dejado las manos libres y unas monarquías absolutas cuyas sociedades pueden dar un vuelco completo hacia el fundamentalismo político radical.

Al error en el diagnóstico se puede sumar otro paralelismo entre Vietnam e Irak en lo que respecta al convencimiento, estable y sin fisuras, de la opinión pública. En 1964, la primera decisión norteamericana sobre intervenir en Vietnam del Norte fue apoyada por 88 votos a 2 en el Senado y por 416 a 0 en el Congreso. En 1967, sin embargo, ya eran más numerosos los norteamericanos contrarios a la presencia en Vietnam que los favorables; la guerra todavía duró seis años y liquidó a Lindon B. Johnson, el presidente que había logrado aprobar un programa social progresista que Kennedy no había conseguido plasmar en la realidad. Al final se pudo decir que los norteamericanos que combatían en Vietnam eran gente "implicada a pesar suyo, dirigida por incompetentes, cumpliendo una tarea inútil para un pueblo ingrato". No puede extrañar que lo sucedido creara una profunda y duradera crisis política interna cuyos resultados duraron muchos años. En el caso de Irak, incluso en los propios EE UU se ha debilitado el apoyo de la opinión pública a la política del presidente Bush; en los países europeos, éste siempre ha resultado mucho más débil y puede serlo todavía más. Lo cierto es que, como en el caso de Vietnam, ha faltado una información precisa, diaria y suficiente para convencer a los ciudadanos de que la intervención es la única salida posible. Y así como una dictadura, sobre todo si es totalitaria, puede permitirse hacer una guerra en contra de la voluntad de la población, eso no es factible en el caso de las democracias.

Un tercer paralelismo se refiere al distanciamiento entre EE UU y los europeos. Sucedió en el caso de Vietnam y se personificó no sólo en la actitud del general De Gaulle, sino también en la de los laboristas británicos. Siempre han existido dos polos en la política norteamericana: uno es el aislacionismo, tradicional actitud republicana, pero también del progresismo del Medio Oeste, y la otra es la defensa de los principios que puede ser pesonificada en Woodrow Wilson y Jimmy Carter. En tiempos recientes esta segunda opción se ha concretado en la conversión de EE UU en una especie de gendarme único del orden mundial, a veces con resultados positivos, como en el caso de Yugoslavia, y en otros penoso, como el de Somalia. Pero de gendarme ha pasado a convertirse en una superpotencia volcada al unilateralismo global. De acuerdo con un artículo publicado por Condoleezza Rice en Foreign Affairs, su país debe ocuparse tan sólo de sus propios intereses nacionales, pero, como ésos se encuentran en todo el mundo, está legitimada para hacerlo en cualquier parte. A poco que se profundiza en esta tesis se descubre que no es otra cosa que una forma de reencarnación del aislacionismo tradicional. Esa política tiene un grave peligro, ya en Vietnam hubo un comienzo de unilateralismo porque los europeos no se alinearon de modo convencido con la intervención norteamericana. Ahora lo más grave es que la tesis norteamericana vigente pone en peligro el multilateralismo emergente en la nueva organización de la sociedad internacional. Es cierto que el Consejo de Seguridad funciona con lentitud y produce centenares de resoluciones incumplidas; es evidente que la Unión Europea suele ofrecer la imagen de la impotencia. Pero el multilateralismo de principios debe ser ayudado y no sofocado por la potencia unilateralista global. Como asegura Mary Kaldor, una especialista en relaciones internacionales, la divisa del momento presente no debiera ser "Haz el amor y no la guerra", como en los años del Vietnam, sino "Haz la ley (internacional) y no la guerra".

Bien mirado, lo lógico y lo deseable sería que EE UU asumiera esa divisa. La razón fundamental la proporcionan ellos mismos con tan sólo examinar el impacto que, sobre protagonistas concretos o sobre el conjunto de ese pueblo, tuvo lo sucedido en el Sureste asiático. El entonces secretario de Defensa, Robert S. MacNamara, escribió un compungido libro enumerando hasta 11 errores cruciales que su país había cometido. Dean Rusk, secretario de Estado con Kennedy y Johnson, narró sus experiencias encabezándolas con el recuerdo de la pelea familiar que había tenido con su hijo por sus diferentes percepciones sobre lo sucedido. "Aun hoy", dice Kissinger, secretario de Estado con Nixon y Ford, "no puedo escribir sobre Vietnam sin sentir dolor y tristeza". En la cinematografía el ex combatiente norteamericano apareció hasta los años ochenta como una especie de drogadicto enloquecido. En aquella época el error de Vietnam no sólo había creado una profunda crisis moral interna, sino que había fomentado el aventurerismo soviético y cubano en África y Etiopía.

Estas lecciones debieran, al menos, ser consideradas. La historia no se repite, pero enseña cómo son los hombres y, a veces, demuestra que hay errores evitables y situaciones que deben ser encauzadas.

Javier Tusell es historiador.

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