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Apuntes

La Colección Española de Cultivos mantiene en Valencia 8.000 cepas de microorganismos

Bacterias, hongos y levaduras integran una de las 600 colecciones reconocidas en el mundo

Coleccionar sellos o monedas parece razonable, pero coleccionar y suministrar microorganismos vivos resulta a primera vista una actividad inquietante sobre todo últimamente con la psicosis del bioterrorismo o escándalos como el del Bio-bac.

La Colección Española de Cultivos Tipo (CECT), un servicio de la Universitat de València y, a su vez, una unidad asociada del Consejo Superior de Investigaciones Científicas mantiene dormidas, etiquetadas y almacenadas entre 7.000 y 8.000 cepas de microorganismos, entre bacterias, hongos filamentosos y levaduras. Lejos de constituir un peligro para nadie, esta colección, una de las 600 reconocidas del mundo, proporciona un valioso servicio a los laboratorios de microbiología. De cada cepa microbiana existen distintas cepas y cada una de ellas es única, así que sólo las células que proceden de ella se pueden considerar de esa cepa. La necesidad de que las colecciones mantengan liofilizadas (deshidratadas por el paso del agua de hielo a vapor), congeladas o en tubos de ensayo la mayor parte de las cepas que se utilizan en los laboratorios se debe, por un lado, a la facilidad que tienen los microorganismos de sufrir modificaciones en su material genético en pocas generaciones. En la rutina del laboratorio son numerosas las situaciones en las que es necesario saber con certeza la cepa que se maneja: para utilizarla como referencia en investigación, en controles de calidad, y otras muchas.

Sin embargo, las colecciones de cultivos tipo son necesarias por otra razón, y es económica: los microorganismos patentados deben depositarse en una colección autorizada como autoridad internacional, que sólo unas pocas tienen reconocida. El requisito para que una colección reciba ese estatus, y lo tiene la de Valencia, es que cuente con la infraestructura necesaria para garantizar la continuidad de las cepas depositadas durante 25 años, plazo establecido para las patentes.

La CECT fue noticia en octubre pasado cuando la pista que seguía la policía en la investigación del Bio-bac, un medicamento a base de distintas cepas microbianas no reconocido por la Agencia Española del Medicamento, condujo hasta los laboratorios de microbiología de la Universitat y, concretamente, hasta el responsable de la colección, el catedrático de Microbiología Federico Uruburu. Según se publicó en un primer momento en la prensa, las cepas con las que se había fabricado este medicamento procedían de la colección de Valencia, cosa que se ha probado que no era cierta. "Lo gracioso", explica Uruburu, "es que al final se ha demostrado que nosotros no les enviamos las cepas. De hecho, el laboratorio responsable del Bio-bac las habían depositado como patente en 1997".

"El único requisito que se pide para solicitar una cepa es que lo haga un laboratorio de microbiología", explica Uruburu. "Pero la verdad es que con nuestra colección nadie va a poder hacer bioterrorismo". Aunque el calificativo de patógeno aplicado a un microorganismo es muy relativo, la CECT no guarda especies de grupos patógenos. Tiene del grupo 1 y del 2, que son la mayor parte inofensivas. El grupo 4, ébola y otros muy peligrosos, se mantienen en otras colecciones especializadas. En Valencia sí se guardan dos o tres especies del grupo 3, "de cuando comenzó la colección hace treinta años, y no había tanta psicosis como ahora", puntualiza Uruburu.

"Para hacer bioterrorismo lo mejor es irse a un hospital", opina Uruburu. Cuando se somete a los microorganismos a las condiciones artificiales del laboratorio, pierden su virulencia. Por eso, para desarrollar un biorremedio, utilizar microrganismos y solucionar un problema medioambietal -como el vertido de fuel del Prestige-, las cepas de las colecciones son las menos apropiadas para la tarea. "En el laboratorio convertimos a los microorganismos en unos señoritos que cuando se encuentra con sus hermanos salvajes en la naturaleza no pueden defenderse. Por eso, si se quiere aplicar el biorremedio lo mejor es estimular el crecimiento del microorganismo que te interesa", añade.

En este momento uno de los problemas más graves de esta colección es la falta de personal. Cuentan con dos profesores de la Universitat de València, Uruburu y su mujer, María Dolores García López, una funcionaria interina de la universidad y otras cinco personas: un doctor y cuatro licenciados en ciencias biológicas y una técnico de formación profesional, a los que se les paga con el dinero que la CECT recauda gracias al suministro de cepas. "Al principio no cobrábamos más que a las empresas privadas. Luego, ante la gran demanda, establecimos un máximo de cepas que se podían pedir gratis. Ahora no tenemos más remedio que cobrar a todo el mundo para poder pagar a nuestro personal, exceptuando a la Universitat y al Instituto de Agroquímica y de Tecnología de los Alimentos con el que desarrollamos nuestras investigaciones".

Una colección muy viajera

Cómo y por qué la Colección Española de Cultivos Tipo fue a parar a la Universitat de València, tiene que ver con la biografía del matrimonio formado por Federico Uruburu y María Dolores García. Fue Julio Rodríguez Villanueva, del Instituto Jaime Ferrán (CSIC), quien empezó la colección con unas pocas cepas en 1960, de la que al principio se encargó García López. "Por entonces, las cepas se mantenían por transferencia periódica y se exhibían espectacularmente en armarios de madera", recuerda Uruburu. En el 67 la colección empezó a viajar: Villanueva ganó la cátedra de microbiología en Salamanca y con él se fueron el matrimonio y la colección. Seis años después, éstos dos últimos se trasladaron a Bilbao y allí se publicó su primer catálogo. Burjassot fue el siguiente y definitivo destino al trasladarse Uruburu a la cátedra de microbiología en Valencia y desde entonces es Servicio General de la Universitat. Por el camino, la colección ha reunido otras existentes en España y que a menudo estaban en manos de alguien que al fallecer o jubilarse las donó. Es el caso de la colección de levaduras que mantenía Juan Santamaría en la Escuela de Agrónomos de Madrid; de la de levaduras para vinos del Instituto de Fermentaciones Industriales y otras muchas. El círculo se cerró cuando en 1997 la colección pasó a ser unidad asociada del CSIC, la institución en la que había nacido.

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