Esta guerra es una ruina
Los analistas valoran negativamente los efectos de un ataque contra Irak para la economía de Estados Unidos
George Bush ha despejado todas las dudas que la economía pudiera tener. "Si Sadam Husein no se desarma completamente, encabezaremos una coalición para desarmarle", anunciaba a un país expectante. "El rumbo de esta nación no depende de las decisiones de otros". Al día siguiente, Wall Street cerraba ligeramente al alza como si emitiera un suspiro de alivio por el fin de la incertidumbre, tenida en el mundo de los negocios como peor que las malas noticias. Luego volvería a caer, en sintonía con las más de las dos terceras partes de directivos que ven en una guerra en Irak efectos negativos sobre sus empresas. Los más pesimistas alertan sobre el riesgo de una nueva crisis petrolera.
Las empresas van a posponer la contratación de personal y la inversión hasta que haya pasado la guerra y el peligro terrorista
La economía de Estados Unidos atraviesa lo que Alan Greenspan, el presidente de la Reserva Federal, califica de un bache. Pero era junio cuando empleó por primera vez la expresión y, salvo en el tercer trimestre, la primera economía del mundo viene evolucionando con extrema languidez, con un incremento de sólo el 0,7% en el PIB del cuarto trimestre. Apenas hay inversión en bienes de capital, no hay contratación de trabajadores, la Bolsa apunta hacia abajo, el déficit va hacia arriba, las ventas minoristas son decepcionantes, la capacidad productiva funciona al 75%, se especula con la deflación y la economía global no ayuda. El cuadro lo entenebrece ahora la perspectiva de un conflicto en Mesopotamia.
La confianza de los consumidores en el futuro inmediato cayó en enero a cotas no vistas desde hace nueve años, según el sondeo mensual realizado por el Conference Board, un centro de análisis independiente. "La guerra es la principal causa de la caída", explica Delos Smith, uno de los analistas del Conference Board. "Todo el mundo está muy nervioso. Y es difícil predecir las salidas, que son muy variadas y van desde la muy optimista a la muy pesimista". La optimista es una guerra corta, limpia, que produzca un efecto catalizador sobre los mercados y la economía. La más pesimista es una guerra larga, complicada, con incendio de pozos petroleros, muchas bajas y represalias terroristas en el interior de Estados Unidos. Sería un desastre. Alan Blinder, profesor de Economía de Princeton, dice que "con la guerra en Irak hay un claro peligro de recesión y una posible crisis petrolera".
Sequía inversora
Un reciente sondeo realizado por TEC International, una organización de directivos, entre más de 1.000 de sus asociados revelaba que dos de cada tres esperan que el conflicto tenga un impacto negativo sobre sus negocios. Habrá más contracción en la facturación y prolongación de la sequía inversora. "Para que la economía funcione tiene que resolverse la cuestión de la guerra", comenta John Silvia, economista jefe de Wachovia Securities, una firma de inversión y análisis. "Las empresas tienen cabeza y van a posponer la contratación de personal y la inversión hasta que haya pasado la guerra y el peligro terrorista".
La guerra que viene tiene tantos vínculos con la de hace 12 años (idéntico Sadam Husein, un George Bush hijo de otro George Bush, el mismo Irak) que es automático recordar lo que pasó entonces. La gente se quedó en casa para seguir las noticias por televisión. Durante varias semanas el consumo cayó a lo imprescindible. No se voló, salvo por causas de fuerza mayor. Quebró Eastern Airlines. Se pospusieron decisiones financieras trascendentes. Los fabricantes de coches cerraron plantas mientras los vehículos cogían polvo en los concesionarios. Los restaurantes perdieron clientes. La guerra deprime, al menos en sus estadios iniciales, y con una moral baja no hay ánimo celebratorio.
Un cambio con respecto a entonces lo proporciona el conocimiento del enemigo. Estados Unidos, desde la Casa Blanca hasta el último ciudadano, pensaba en 1991 que Sadam Husein y su Guardia Republicana iban a ofrecer una resistencia feroz. El inesperado hundimiento de la defensa iraquí en los desiertos del sur hace que hoy nadie dude de la victoria. Sin embargo, otros dos elementos contribuyen a ensombrecer el cuadro. Se habla mucho de la preparación de los soldados para el combate cuerpo a cuerpo en ámbitos urbanos, con la consiguiente lentitud en la operación militar y el potencial coste de muchas vidas.
El otro factor que no existía entonces es la amenaza terrorista. La confianza de los estadounidenses en su invulnerabilidad quedó hecha pedazos con los ataques del 11 de septiembre y afectó dramáticamente a la economía, con el cierre de los mercados y despidos masivos. Un nuevo asalto terrorista tendría efectos devastadores.
Continental Airlines, una de las grandes compañías aéreas de Estados Unidos, ha analizado en las pasadas semanas tres posibles situaciones y sus consecuencias. Según sus ejecutivos, una guerra de cinco días sería positiva, al eliminar por la vía rápida un foco de tensión en una zona del mundo ya de por sí complicada; un conflicto de cinco semanas crearía problemas adicionales a un sector que ya atraviesa una situación delicada, con dos compañías como United Airlines y US Airways en suspensión de pagos; cinco meses de guerra serían desastrosos para todos.
Boeing, que fabricó desde los veteranos superbombarderos B-52 a los nuevos F/A-18 Super Hornet de la Navy, va a poner en juego en esta guerra los aviones-robot Predator y equipar las bombas dotadas del sistema de alta precisión JDAM. La compañía ha recibido órdenes de la Fuerza Aérea por valor de 4.700 millones para equipar estas bombas, ahora y en el futuro, con tecnología antidistracción. Phil Condit, el presidente, mantiene que la guerra no es buena para Boeing y baraja datos: los 4.700 millones de las bombas JADM equivalen a 23 jumbos.
Irak controla las segundas reservas de petróleo más importantes del mundo y, de nuevo, los dos escenarios extremos producen resultados opuestos. Ya ahora se está pagando una prima de riesgo de no menos de cinco dólares por barril, que ha elevado el precio por encima de los 32 dólares. Una solución rápida tendría un efecto positivo para la economía, señala Sung Wong Sohn, un economista del Wells Fargo Bank. "Si conseguimos una victoria clara, el precio del crudo podría caer hasta menos de la mitad, lo que incrementaría de forma espectacular la confianza de los consumidores y de las empresas".
La salida opuesta es la que contempla a un Sadam Husein que incendia sus pozos y ataca los de sus vecinos para colocar a Estados Unidos y sus aliados contra las cuerdas. Los expertos consideran poco probable tal destrucción, pero dan por hecho que los precios de crudo seguirán altos hasta que la situación esté controlada.
Pero Tim Hayes, que ha estudiado los efectos de pasadas crisis sobre los mercados, dice en The Wall Street Journal que si la invasión de Irak agrava la situación en Oriente Próximo, Vietnam podría ser un elemento más ajustado de comparación. Según Hayes, la guerra de Indochina acabó en los años sesenta con la expansión creada por la Segunda Guerra Mundial y dio paso a una recesión que duró hasta 1982.
Una política en favor de un dólar fuerte
John Snow ha tomado posesión como secretario del Tesoro tras declarar en las audiencias de confirmación en el Senado que aboga por un dólar fuerte, cuyo vigor es cuestión de interés nacional, de acuerdo con la política de firmeza del billete verde auspiciada por las últimas administraciones.La amenaza bélica tiene deprimido al dólar y disparado al euro, que a primeros de diciembre reestableció la paridad y sólo en enero se ha revaluado un 2%. Desde enero de 2002 hasta hoy, el dólar caído un 23% respecto a la divisa paneuropea y ya ha superado la relación de 1,09 dólares por euro. Los analistas vaticinaban a finales del año pasado que el cambio podría llegar hasta 1,10, con el que nació el euro en 1999.Los inversores huyen de la divisa de un país en conflicto y con su economía afectada negativamente por la incertidumbre prebélica. La debilidad del dólar perjudica a los 12 países de la eurozona, al encarecer las exportaciones (el 40% del PIB de los Doce depende del exterior) y reducir las ganancias. Algunos calculan que un 10% de devaluación del dólar puede recortar un 2%-3% de los resultados empresariales y rebajar un 0,6%-0,8% el crecimiento del PIB. En el lado americano, un dólar débil, que facilite las exportaciones, puede ayudar a la recuperación. Con independencia de la confianza que le da a Europa la fortaleza de su nueva divisa, un euro fuerte contribuirá a hacer menos gravosa una factura petrolera encarecida por la guerra en Irak.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.