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Los líderes europeos y la opinión popular

La destrucción política de Gerhard Schroeder y el cambio de régimen en Alemania parecen haber sustituido a Sadam Husein y a Irak como prioridades inmediatas del Gobierno de Bush y de sus más ardientes partidarios en el mundo periodístico. Esto es interesante, puesto que Schroeder es ya una figura políticamente dañada debido a las dificultades económicas que Alemania vive bajo el Gobierno del SDP. Al mismo tiempo, la hostilidad popular alemana contra las intervenciones en el extranjero siempre ha sido bien conocida.

Al presidente Bush quizá le haya escandalizado que el canciller Schroeder convirtiera la oposición a la guerra contra Irak en una parte de su programa político en las pasadas elecciones parlamentarias de septiembre; pero difícilmente puede haberle sorprendido, porque también él es un político oportunista, que sabe cuáles son las cuestiones candentes y cómo usarlas. Sin embargo, Washington y los republicanos conservadores son indiferentes a la opinión alemana. Les preocupa lo que hagan el Gobierno y los políticos alemanes. En su opinión, no se debe permitir que se mantenga el precedente establecido por el canciller de presentarse a unas elecciones basándose en una cuestión antiestadounidense. Hay que humillarlo para dar ejemplo a otros.

Alemania (independientemente de sus actuales dificultades) tiene la economía más poderosa de la Unión Europea y, pese a lo que ocurra, seguirá siendo uno de los líderes de Europa. La teoría neoconservadora que domina actualmente el pensamiento oficial de Washington identifica a Europa como el principal futuro competidor y antagonista en potencia de Estados Unidos. Es la primera vez que un Gobierno alemán adopta una postura contraria a Washington y se niega a echarse atrás. En opinión de Washington, no se debe permitir que el canciller que ha hecho esto se salga con la suya. Lo que Schroeder ha hecho es todavía más peligroso para Washington porque ha expresado la opinión popular de toda Europa.

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El respaldo popular británico al apoyo que Tony Blair da a George Bush está en su punto más bajo. El 84% de los británicos están ahora en contra de la intervención en Irak sin un mandato de Naciones Unidas (hace diez días era el 68%). José María Aznar ha sido uno de los ocho líderes europeos que han escrito una carta para ser publicada en Estados Unidos en la que se apelaba a la solidaridad atlántica; pero el 74% de los españoles están en contra de cualquier intervención militar en Irak, con o sin aprobación de la ONU. El 79% de los italianos se opone a una intervención que no haya sido aprobada por Naciones Unidas. El 72% (hace diez días) de la opinión pública portuguesa se oponía a dicha acción, al igual que el 79% en Dinamarca, el 71% en Hungría, e incluso el 63% y el 61%, respectivamente, en Polonia y la República Checa.

La carta firmada por los líderes de cinco de los 15 miembros de la Unión Europea, más tres candidatos al ingreso, apelaba a la solidaridad atlántica y a la firme ejecución de las resoluciones del Consejo de Seguridad, pero sin respaldar la política estadounidense como tal. Aun así, su efecto ha sido el de alinear a los Gobiernos conservadores de Italia y España, y a los tradicionalmente atlantistas de Gran Bretaña y Dinamarca, con Estados Unidos, en oposición tácita a Alemania y Francia. Estaba pensada para dividir a Europa, pero lo que ha demostrado realmente es que la principal división que hay es entre los políticos y la opinión pública. Aunque los gobiernos europeos no tienen una política exterior común, en algunas cuestiones la opinión pública europea sí la tiene. Esto es importante. Los primeros ministros Blair, Berlusconi y Aznar son (con reservas) partidarios del presidente Bush en lo que al asunto de Irak se refiere, pero el pueblo no. El pueblo puede elegir nuevos primeros ministros, pero los primeros ministros no pueden elegir nuevos pueblos.

Hay otra división en Europa, ésta permanente, entre quienes quieren que Europa sea un actor unido y autónomo en los asuntos mundiales y, por el contrario, aquellos a quienes les asusta la posibilidad de que Europa pudiera perder el vínculo atlántico. Esto último se puede decir de los antiguos países comunistas y de algunos de los países más pequeños de Europa Occidental. Como no puede existir una "Europa" completamente independiente cuyos intereses no choquen antes o después con los de Estados Unidos, se deduce que sólo un reducido número de países europeos son serios candidatos a una alianza europea común para la política exterior y de seguridad, capaz de desempeñar un papel influyente en los asuntos mundiales.

Este grupo está formado esencialmente por los países que constituyen el núcleo de la antigua Comunidad Europea, posiblemente sin las atlantistas Holanda e Italia, y posiblemente incluyendo a España, un país con ambiciones, una historia imperial y no demasiado amor por Estados Unidos. Los europeos malgastan su tiempo intentando crear una política exterior común (que se ocupe de algo más que asuntos triviales) para una UE de 25 miembros o más. La unión del núcleo europeo, con Francia y Alemania en el centro, podría dirigir una política común. A Washington esto le parece una amenaza, y en cierto sentido lo es. Se explica así por qué el Gobierno de Bush está decidido a aplastar la postura independiente de Alemania respecto de Irak.

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