Democracia
No sólo la gente del cine ha manifestado su repulsa a esta guerra que parece inminente. No sólo la ministra de Cultura se tuvo que tragar un sapo: el día 25 de enero, en un acto por desgracia menos lúdico convocado por Basta Ya, Fernando Savater se dirigía a los ministros de Interior y Justicia para decirles que si la Constitución es nuestro marco legal, también debería serlo cuando se pretende meter a un país en una guerra indeseada. "Deben consultar al Parlamento", les dijo Savater. Más difícil (que ahora) lo tuvieron los intelectuales que en 1990 expresaron su desacuerdo con la guerra del Golfo. Escribieron un manifiesto (El sendero de la abyección) que firmaban Llamazares, Fajardo, Atxaga, Muñoz Molina, etcétera. Más difícil porque el partido socialista siempre ha contado con menos rechazo de la gente de la cultura, que suele ser, al menos de boquilla, de izquierdas. Recuerdo algunos debates en Radio Nacional (radio que defendía, como siempre, la posición del Gobierno) en los que se les echaba un rapapolvo: por irresponsables, por indocumentados. Más difícil puede ser el rechazo a la guerra para un actor norteamericano y, sin embargo, aunque nuestro antiamericanismo ramplón nos lleva a creer lo contrario, muchos manifiestan su protesta. El otro día, la extraordinaria Susan Sarandon explicaba con naturalidad su postura. Aunque nos cueste creerlo, están más acostumbrados a usar la democracia que nosotros. Incluso a jugársela. Espero que se me entienda si digo que no creo que en los Goya se hiciera un acto de valentía sin precedentes; hay que tener en cuenta que los actores, tan cautos en muchas ocasiones, se vieron arropados por los aplausos y los telespectadores. Más inesperado sería que en el Festival de San Sebastián algún artista se acordara públicamente alguna vez de quien acaba de ser asesinado. Oportunidades han tenido. Se rumorea que el Gobierno tomará represalias contra el cine español. Eso sí que sería un déficit de espíritu democrático. Ese espíritu nos falta de tal manera que todavía hay quien se sorprende porque unos artistas digan lo que les dé la gana en la televisión pública. Debería ser lo normal. Así podríamos hablar del espectáculo en sí, porque ésa es otra: el mensaje, por muy cañero que sea, no hace que un espectáculo sea bueno.
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