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Tras las elecciones

David Grossman

No estoy seguro de que todavía podamos comprender todo el significado de lo ocurrido en las elecciones israelíes. No son las primeras elecciones en las que gana la derecha, pero sí es ésta la primera vez desde la creación del Estado que la derecha aparta por completo al Partido Laborista y a la izquierda de la idea de considerarse la columna vertebral de la política en Israel.

Una nueva era se ha abierto en Israel. Se trata de algo que durante años ha ido merodeando a ras del suelo, recibiendo fuerza y apoyo, atrayendo poco a poco a los decepcionados del modo de actuar del Partido Laborista durante años, a los recelosos de su relativo pragmatismo político hacia los árabes, y a aquellos que se han visto perjudicados por sus planteamientos socioeconómicos. El otro día, en las urnas, empezó por fin esa nueva etapa, una etapa que refleja los cambios demográficos que ha habido en la sociedad israelí y el fortalecimiento de los grupos religiosos y nacionalistas. Pero sobre todo indica, aunque sea con varios años de retraso como suele ser típico en Israel, el profundo enfado por el fracaso del proceso de paz y por lo que muchos consideran una continua sumisión de los laboristas a la izquierda "radical", a los palestinos, y en definitiva, al terrorismo.

La derecha ha ganado porque ha conseguido convencer a la mayoría de los votantes de que ella es la verdadera representante del centro. Es una falacia: no ha vencido la postura de centro, a pesar de lo mucho que ha subido el partido de centro Shinui, sino la derecha. No obstante, esta derecha ha aprendido últimamente a balbucear vagas promesas relativas a la posibilidad de establecer un Estado palestino, es decir, de su establecimiento algún día en el futuro, bajo unas condiciones muy concretas que tal vez nunca se den. Pero hasta que eso ocurra parece que se ha propuesto seguir utilizando contra ellos la fuerza, quebrando las bases de la sociedad palestina, convirtiéndola en un Estado gobernado por mafias de criminales locales, llevando a sus ciudadanos a caer en la desesperación y el terrorismo, hasta que se pueda decir: "Mirad, ésa es la prueba de que no hay con quien negociar".

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¡Qué curioso es el ser humano! Hasta hace pocos años Sharon era el hombre menos apreciado por la gran mayoría de los israelíes. Es más: muchos decían que la posibilidad de que se pudiera presentar a primer ministro era como una auténtica pesadilla para ellos: "Si Sharon es elegido, me voy de Israel" era una especie de eslogan israelí muy típico en la década de los ochenta. Ahora, en cambio, Sharon es algo así como "un padre de la patria". Su victoria pone en aprietos a los comentaristas políticos cuando tratan de explicar el porqué, pues en principio resulta difícil pensar que haya en Israel siquiera una sola persona que pueda estar realmente satisfecha de la realidad que Sharon le ha hecho vivir durante los dos últimos años. En definitiva, parece improbable que alguien desee que esa realidad continúe ni un momento más: una economía hundida, inseguridad, ausencia de paz y carencia absoluta de esperanza para el futuro.

Tampoco cabe duda de que si Ariel Sharon, en las elecciones anteriores a ésta, les hubiera prometido a los israelíes que Israel iba a estar tal como está ahora se habrían burlado de él, pero, en cambio, el resultado de estas elecciones demuestra todo lo contrario.

A la porra los hechos, dijeron en realidad muchos de los que han votado a Sharon, a la porra la situación económica, el paro, los masivos despidos que habrá bien pronto, a la porra las investigaciones de la policía por un caso de soborno en la familia de Sharon, a la porra la desesperación que nos atosiga cada vez más, el miedo de salir de casa o de ir a un restaurante o ir en autobús, a la porra esa sensación que nos corroe pensando que este país se está convirtiendo en un lugar de donde nuestros hijos quieren huir. Todo eso es lo que nos toca vivir, decían los que apoyaban a Sharon y en esos casos nadie mejor que él nos puede gobernar.

Sharon no ha ganado porque la mayoría de los israelíes creyese realmente que él podría traer la paz al país. De hecho, "paz" ha sido una palabra que casi ha estado desterrada en esta campaña electoral. Apenas nadie la ha mencionado, ni siquiera los partidos de izquierda. Sharon ha ganado porque la mayor parte de los israelíes está convencida de que él es el que más fuerte va a golpear a los palestinos. Por supuesto, no hay que olvidar que estas elecciones se han desarrollado en medio de un conflicto militar duro y prolongado. En esa situación suele votarse de forma impulsiva y es más fácil verse tentado por una postura política que habla en términos de fuerza, venganza y victoria sobre el enemigo. Eso es más fácil que votar a alguien que habla de diálogo, de una esperanza en abstracto, de conciliación. Quizá la explicación de la victoria de Sharon es casi hasta trivial: cuando un pueblo se siente en estado de guerra, prefiere que le dirija un "guerrero", y en la sociedad israelí Sharon es sin duda la figura de guerrero más destacada. Además, ha ganado porque ha sabido convencer a los israelíes de que el conflicto con sus vecinos solamente se resolverá por medio de la fuerza y nada más que por la fuerza, y si es así, los israelíes saben que no hay nadie mejor que él.

Éstas han sido las elecciones del miedo y del odio. En esta ocasión la propaganda electoral apenas se ha ocupado de los logros de cada partido, que en cualquier caso no han sido muchos en los dos últimos años, sino en la crítica recíproca. Los candidatos se definían fundamentalmente por su enemistad hacia los otros: los religiosos, los de izquierdas, los colonos, los ashkenazíes, los palestinos... Es como si, después de más de un siglo en que Israel ha estado en lucha con sus enemigos al otro lado de la frontera, esas leyes guerreras se hubieran infiltrado en los entresijos de la sociedad israelí. Actualmente todo aquel que es distinto o que opina de manera diferente es considerado un enemigo, aunque forme parte de la sociedad judeo-israelí.

La propaganda electoral ni siquiera trataba de ofrecer una perspectiva mejor y esperanzadora. Era deprimente ver hasta qué punto la sociedad israelí se había alejado de una postura algo optimista y no se atrevía a luchar por salir de la situación en que se encuentra. Si por fin Sharon forma un Gobierno con los religiosos, puede ocurrir que a partir de ahora rijan en Israel los conceptos y emociones más problemáticos en toda la larga experiencia judía. Ya en estos momentos Israel está adentrándose en la dimensión más trágica de la historia judía. El fortalecimiento de la derecha y de los religiosos es, en mi opinión, la expresión del poder cada vez mayor de los aspectos más traumáticos y victimistas de la memoria judía, a lo que se une dar la espalda a una postura más dialogante con el mundo circundante. En ese sentido somos testigos de un proceso triste y peligroso en el que la "israelidad" está siendo engullida por la herida del judaísmo.

La izquierda ha sido derrotada. Era una derrota que se veía venir, pero con todo ha sorprendido por su dimensión. Es como si los israelíes se hubiesen "vengado" de la visión política de la izquierda y por lo que se ha considerado el "engaño de los acuerdos de Oslo". Esa izquierda vencida puede consolarse con una posible esperanza: tal vez dentro de poco, a raíz de la difícil situación económica y social en Israel, Sharon se vea obligado a negociar con los palestinos. Quizá en breve los americanos presionen a Sharon para que llegue a un acuerdo de paz. Si eso ocurre, puede que veamos cómo Ariel Sharon y su Gobierno de derecha se convierten, a su pesar, en los ejecutores de la postura ideológica de la izquierda. Pensándolo mejor, es difícil creer que haya actualmente en Israel alguien más eficaz que Sharon para llevar a cabo ese plan con la menor oposición posible.

Aún es pronto para profetizar qué pasará. Mientras tanto el temor es que Israel se vuelva más extremista y fundamentalista. Grande es también el temor por el futuro de las relaciones de los judíos israelíes con la minoría palestina en Israel, que cada vez está más fuera del consenso israelí. ¿Podremos mis compañeros de izquierda y yo, los derrotados, pero que creen con todo su corazón que su postura es la única posible para alcanzar un vida mejor para nosotros y nuestros vecinos, consolarnos con una esperanza que últimamente se oye cada vez más aquí? Esa esperanza es que en su última legislatura Sharon alcance un acuerdo de paz con los palestinos porque lo que más desea es pasar a la historia. Ojalá sea así. Nosotros seremos los primeros en felicitarle por ese cambio. Pero cuando uno se acuerda de toda su trayectoria política, le entra el miedo de pensar que tal vez Sharon no quiera entrar precisamente en la misma historia en la que muchos de nosotros quisiéramos entrar.

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