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Tribuna:DEBATE / Europa y el antiamericanismo
Tribuna
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Limitar un poder prepotente

"¿Qué ha sido de

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es inexorable".

Omar Kheyyan: Rubaiyat

Con motivo de los acontecimientos del 11 de septiembre y con la anunciada guerra-cruzada contra Irak, todo relacionado y agudizado, la globalización también conceptual se ha convertido en polémica generalizada: unilateralismo desenfadado, guerras preventivas, seguridad versus libertad, diseños de neoprotectorados, vasallajes entusiastas o vergonzantes, devaluación de los derechos sociales e individuales. En definitiva, un aparcamiento del tradicional Derecho Público democrático -constitucional, internacional, penal- y la constatación de un emergente, aunque afortunadamente todavía no bien definido ni conseguido, nuevo nomos o ley de la Tierra: bosquejada ley de imperio frente al imperio de la ley.

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Con diferencias, pero con similitudes preocupantes, esta situación recuerda lejanas etapas de entre las dos guerras mundiales. Aquellas que, doctrinalmente, iniciaron mistificadamente algunos teóricos germanos de "la revolución conservadora" para justificar un Nuevo Orden y que, entre otros, Ernst Jünger y Carl Schmitt dibujaron literaria y jurídicamente: la movilización total, que dio base para el Estado total, la división radical de amigo-enemigo, como categorías maniqueas de fundamentación de la Política y del Derecho, el rechazo de posiciones intermedias y el decisionismo voluntarista frente a las limitaciones del Poder: desde el "ay, de los neutrales", amenazador, al ya descarado "el Führer crea el Derecho". Recuerdo histórico-doctrinal que, desde luego, tiene sólo un valor indicativo, pero que son reminiscencias a tener en cuenta: llamadas de atención para prevenir procesos e incentivo para analizar escenarios de confusionismos y de aventurismos.

En este contexto, con o sin guerras de castigo, el proamericanismo y el antiamericanismo renacen en todas partes, pero ya con características diferentes al que se produjo durante la guerra fría. Actitudes políticas y sociales que se manifiestan por una coyuntura concreta -invasión eventual de Irak, reordenación interesada y de control petrolífero- y por una situación más generalizada: como consecuencia de la globalización no regulada, ni política ni económicamente.

Ante todo, no es bueno simplificar una y otra actitud, ni el proamericanismo ni el antiamericanismo, ni su identificación con el Bien y el Mal de la teología política. Es decir, partiendo de un hecho -la supremacía hegemónica de EE UU- distinguir y matizar: no asimilar mecánicamente Estados Unidos con Gobierno de Bush. Sin duda, Estados Unidos, como ya única superpotencia mundial, autodestruida la URSS, marca lógicamente pautas derivadas de su poder amplio. Pero también Estados Unidos tiene una historia detrás de sí, de democracia política, una Constitución vigente -y que fue pionera- que reconoce y garantiza derechos y libertades; y, por otra parte, una opinión pública con conciencia crítica. Así, el recuerdo germano que cité no debe proyectarse en un sentido literal ni analógico. Sí aventurar alguno hipótesis: por ejemplo, en qué medida la alteración grave de una política internacional conculcadora de derechos pueda influir en un proceso reductor de las libertades internas y que algo ya se percibe. No es una cuestión académica: voces autorizadas, y no sólo de la izquierda, denuncian y alertan sobre las consecuencias internas de la marea negra bélica del presidente Bush, con su doctrina del Eje del Mal planetario y sus planes de propaganda y contrainformación. Ninguna de estas personas y grupos son antiamericanos, sino, sencillamente, anti-Bush: limitar un poder prepotente.

El llamado antiamericanismo en Europa y, con otras peculiaridades, en España, tiene en la actualidad parecidas connotaciones: poner límites a la superpotencia que, en materias internacionales, quiere actuar unilateralmente. En la época de la bipolaridad imperial -EE UU / URSS- el anti-americanismo tenía una carga ideológica adicional: estar con Estados Unidos o con la URSS, con una neutralidad activa o con una crítica moderada. Ahora, no: sólo hay ya un poder hegemónico con el que conllevarse. Las objeciones europeas -de la "vieja Europa", como peyorativamente llama un ministro-halcón americano- se dirigen, en declaraciones públicas y en el marco de las Naciones Unidas, a la limitación del poder, a la defensa de la legalidad internacional y a no aceptar imposiciones degradantes. No hay, así, un antiamericanismo ideológico, sino crítica a la irresponsabilidad y a la voracidad.

¿Y en España? En nuestro país, desde luego el antiamericanismo fue siempre grande, como lo fue en Iberoamérica: en la derecha y en la izquierda. En la derecha y extrema derecha, por razones históricas y doctrinales: de la guerra de Cuba al nacionalismo antiliberal; en la izquierda, moderada o radical, por su apoyo a la dictura franquista o por la simpatía hacia la URSS. Todo esto se ha estudiado casi exhaustivamente. Pero, en la actualidad, este escenario pertenece al pasado y se ha superado. Si la inmensa mayoría de los españoles de hoy están en contra de las guerras, no significa que sean antinorteamericanos, sino que están contra Bush y su clan tejano y, en definitiva, contra planteamientos imperiales. El senador Kennedy, recientemente, ha dicho algo que se capta con claridad por europeos y americanos responsables: la guerra, para Bush, es un simple pretexto, incluyendo el pretexto de la seguridad. Por ello, en nuestro país, en contra de una opinión pública antibélica, es lamentable que el presidente Aznar se instale en un vasallaje complaciente y muy dudosamente rentable, a efectos de otras aspiraciones, y no se una el Gobierno español a los países europeos de mayor peso, que intentan, política y diplomáticamente, defender la actual legalidad democrática internacional y avanzar, sin antiamericanismos fantasmas, hacia una Europa europea, vieja y nueva.

Raúl Morodo es catedrático de Derecho Político. Facultad de Derecho, Universidad Complutense.

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