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Columna
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El oficio más duro del mundo (unipolar)

En estos últimos tiempos se han consolidado nuevos oficios de especial dureza, a la vista de que las decisiones de la gran superpotencia están ya tomadas. El primero de ellos es el del jefe del equipo de inspectores de la ONU, el sueco Hans Blix, cuya misión es, para Washington, culpar a Sadam Husein de poseer armas de destrucción masiva.

La atmósfera informativa preponderante cuando se anunció la operación de búsqueda y captura del líder iraquí, era la de que Sadam Husein tenía que decir todo lo que sabía sobre su pasado -o presente- de muerte, como establece la resolución 1.441 y que, como consecuencia de ello, aparecerían las pruebas de su culpabilidad. Si así era se hallaría lo que en inglés se llama el smoking gun (la pistola humeante), y si no, también, porque se encontraría la prueba de que había sido culpable, lo que le condenaría igualmente.

A medida, sin embargo, de que las pistolas no humean y sólo se ha hallado docena y media de carcasas florecidas que un día probablemente contuvieron los males de Pandora, pero hoy son sólo espléndidos proyectos de florero, el lenguaje de Washington ha ido endureciéndose. Cada día que pasa sin que aparezcan los agentes letales, acumula más pruebas de la duplicidad iraquí. Si no aparecen, es porque lo tiene todo escondido. Miente además de ser un peligro público.

Blix, por su parte, sufre últimamente frecuentes ataques de flemática irritación, en los que acusa a Irak de no cooperar como es debido, entendiéndose por ello que el régimen de Sadam Husein ha de demostrar, como mínimo, que ya no tiene lo que tenía, lo que es virtualmente imposible, puesto que la destrucción de lo anterior no excluiría su sustitución por otros programas, que ahora se mantendrían ocultos. Es decir, que el equipo de Blix nunca descubrirá la prueba de que Irak es inocente, porque la inexistencia de pruebas acusa en lugar de excusar, y probablemente tampoco de que es culpable en el sentido indiscutible de la palabra, porque si delito hubo, hoy está destruido o enterrado. ¿A qué ha ido entonces el grupo de inspectores? A ganar tiempo, como pretende el egipcio Mohamed el Baradei, codirector de la operación con Blix, que se quiere pasar el resto del año en Irak, a ver si hay un milagro y Washington se cansa.

El segundo peor oficio es el de los dirigentes de la oposición iraquí, convocados y arringlerados por la Casa Blanca, que pretenden impávidos entrar en Bagdad a lomos de una fuerza invasora, que habrá batido para entonces varios récords de saturación de explosivos por metro cuadrado del país al que aspiran a liberar. Y eso si tienen suerte, porque, tras la expeditiva derrota de Sadam Husein, en el escenario rosa que dice Carlos Zaldívar, es muy fácil que se prescinda de ellos, porque no tengan cabida en el rediseño del mapa que dejaría un Irak irreconocible. ¡Qué papelón que no se le reconozca a uno ni como Quisling!

Pero hay un tercer oficio que es el peor de todos.

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Sadam Husein no sólo es un déspota cotidiano, sino que ha gaseado a fines de los ochenta a sus propios nacionales -los kurdos-; ha intentado y, quizá conseguido, procurarse ese tipo de armas que, en su caso, tanto preocupan a Washington; se enzarzó, bien que con la colaboración de Jomeini, en una guerra de ocho años (1980-1988) con Irán, en la que murió cerca de un millón de iraquíes; y con la ocupación de Kuwait (1990-1991) provocó la primera guerra del Golfo, en parte al menos, para compensar las tablas con Teherán.

Carácter menos recomendable no lo hay. Ni Fidel Castro es competencia, y Hugo Chávez, un amigo. Pero el problema es que no se le va a destruir por ninguno de esos pecados, sino porque estorba a la hegemonía de Washington. Ésos son los oficios de este tiempo de unilateralidad preventiva norteamericana. La imposible neutralidad del experto; la inútil colaboración del aspirante a cliente; y el camino a la destrucción de quien no entra en ese esquema de dominación del mundo.

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