Un factor de riesgo para todos
Actualmente el término estrés ha franqueado las fronteras de la jerga profesional médica y ha pasado a ser patrimonio del lenguaje coloquial. Casi todo el mundo afirma "estar estresado", pero, sin embargo, el concepto de estrés no es fácil de definir. Los médicos sabemos que no se trata de una enfermedad, pero ya nadie discute sobre una base científica que el estrés puede influir en el desarrollo y la evolución de muchas enfermedades. Una "situación estresante" es aquella que ejerce un impacto negativo sobre el sujeto, haciendo que se sienta sobrecargado o incluso sobrepasado por ella. Esa situación puede obedecer a un acontecimiento traumático extremo (accidente, desastre, violación...) o a una circunstancia generadora de tensión menos grave pero prolongada en el tiempo. Cada época y cada entorno social nos ha enfrentado a situaciones generadoras de estrés peculiares y así, en el momento actual y en nuestra sociedad, cabría destacar entre otras el desempleo, la soledad y el aislamiento creciente en las urbes, los retos que plantea el envejecimiento de la población y la amenaza del terrorismo.
Ante una situación de estrés, nuestro organismo está genéticamente condicionado para poner en marcha una serie de respuestas neurobiológicas de "autoprotección" mediadas por hormonas como la adrenalina o el cortisol, que se manifiestan en forma de taquicardia, respiración acelerada, hipertensión, hiperalerta, etcétera. De algún modo todos esos fenómenos desagradables nos preparan para luchar contra la amenaza que supone la situación de estrés aguda, pero cuando ésta se resuelve el organismo vuelve a recuperar su estado de equilibrio. Sin embargo, si esa resolución no se produce y la acción de la circunstancia estresante persiste o es demasiado intensa, el sistema se "vuelve contra nosotros" y surgen las complicaciones médicas del estrés crónico que afectan a casi todos los órganos y sistemas. Aumenta el riesgo coronario, el sistema inmunológico se deprime y nos volvemos más susceptibles a las enfermedades infecciosas, autoinmunes y al cáncer, se afecta la memoria, se elevan los niveles de glucosa en sangre y los depósitos de grasa en todo el organismo y, en definitiva, envejecemos más deprisa. Los efectos psicológicos y conductuales del estrés crónico no controlado son también muy importantes y se manifiestan sobre todo en forma de ansiedad, fobias, depresión, trastornos de la conducta alimentaria y trastornos del sueño entre otros. El consumo de alcohol, tabaco, psicofármacos y sustancias ilegales se dispara, al igual que los problemas familiares, el índice de divorcios y el suicidio.
En diversos estudios epidemiológicos se ha demostrado que el estrés crónico en el entorno laboral y una de sus expresiones más genuinas -el síndrome de burnout o del trabajador quemado- afecta particularmente a los trabajadores sanitarios, maestros, periodistas y empleados de empresas financieras, sobre todo mandos intermedios. Sin embargo, no podemos olvidar que el estrés no es patrimonio de las sociedades desarrolladas ni de los grupos profesionales de mayor nivel. En su último informe sobre salud en el mundo publicado en octubre de 2002, la OMS llama la atención sobre el importante factor de riesgo que supone la pobreza para el desarrollo de enfermedades mentales y para sufrir las consecuencias del estrés crónico. De algún modo los pobres padecen las enfermedades vinculadas inherentemente a la pobreza y a la vez empiezan a adquirir las que relacionamos más con un estilo de vida "desarrollado".
Pero ¿el estrés es siempre "malo"? En su libro El fin del estrés tal como lo conocemos publicado recientemente, Bruce Mc Ewen, director del laboratorio de Neuroendocrinología de la Universidad Rockefeller en Nueva York, ofrece una nueva visión del estrés. Sufrir un cierto grado de estrés es inevitable, pero estar estresado no lo es. Todos podemos reconducir los factores que ponen en marcha el estrés de forma que su repercusión en nuestras vidas sea positiva. El poder manejar el estrés de forma saludable va a depender por una parte de factores genéticos que capacitan a unos sujetos mejor que a otros para ello, pero también de factores que podemos adquirir en forma de hábitos saludables como mantener una dieta adecuada y un patrón de sueño y ejercicio físico equilibrados. Del mismo modo, huir de la competencia laboral desmedida y tener una vida afectiva satisfactoria reconducen el estrés inevitable y generan una vivencia positiva del mismo. En este sentido, la World Heart Federation (WHF), organización que aglutina sociedades de cardiología de un centenar de países, en un reciente comunicado subraya el efecto positivo que tiene el amor sobre el corazón, tras insistir en la otra cara de la moneda: que el estrés mantenido, la falta de tranquilidad, la ansiedad y otros condicionantes psicológicos son auténticos factores de riesgo cardiovascular.
En definitiva, cuando los niveles de estrés no sobrepasan ciertos límites la mayoría de las personas podemos manejarlo sin que resulte perjudicial. Incluso "a pequeñas dosis" puede actuar como un motor que favorezca una actividad positiva y psicológicamente remuneradora.
Eduardo García-Camba es jefe del Servicio de Psiquiatría del Hospital Universitario de la Princesa de Madrid.
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